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Protección Sin Reacción

Del número de abril de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Joven a menudo perdía la paciencia cuando sentía que debía luchar por una buena causa y, por lo tanto, encontraba que mi indignación era justificada. Pero, mientras pensaba y oraba acerca de ese problema me di cuenta de que no hay tal cosa como indignación justificada, porque la indignación en realidad es una especie de odio. Comencé a comprender que mi actitud no se justificaba, sino que más bien se trataba de una actitud de justificación propia. Me sentí desolada y me esforcé por superar lo que hasta ese momento había sido mi hábito de reaccionar.

Por ese entonces, estaba leyendo la historia de José en la Biblia. Véase Gén. Caps. 37, 39, 50. Leí que por muchos años su vida había sufrido una experiencia amarga tras otra: fue vendido como esclavo por sus celosos hermanos y llevado a Egipto; más tarde habría de ser falsamente acusado y encerrado en prisión. Pero José persistió en su amor por Dios y en su obediencia a Él. Por medio de esta relación cercana con Dios, fue capaz de interpretar los sueños y así José pudo salir de la prisión para interpretar el sueño de Faraón. Como resultado de su sabiduría, Faraón puso a José a cargo del almacenamiento de granos durante los siete años de cosecha abundante. Esta previsión impidió que se murieran de hambre durante los subsiguientes siete años de sequía. Cuando sus hermanos vinieron por segunda vez de Canaán para comprar grano durante la sequía, José les reveló quien era él. Y les dijo que no se entristecieran por lo que le habían hecho: “porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”. Gén. 45:5.

Decidí aprender de la experiencia de José y hacer un esfuerzo para no reaccionar nunca más. No fue fácil. Por todas partes veía a las personas respondiéndose entre sí con furia, conductores de vehículos tocando sus bocinas en forma escandalosa, gente cerrando los puños y haciendo gestos hacia los demás. Pero vi que el egoísmo, la obstinación, la conmiseración propia, el amor propio, la agresividad, la justificación propia y aun el estar consciente de uno mismo, son cosas que están mal porque carecen de amor, una cualidad fundamental de Dios, que se expresa en todo lo que Él crea, en todo lo que es verdadero. El estar absorto en un falso sentido del yo es característico de la mortalidad, de la mente carnal. Desdeña la ley de Dios, la ley del Amor, pero puede probarse que esta falsedad no tiene poder ni sustancia.

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