Hasta ahora, en el estudio de la profecía escrita hebrea, se ha puesto especial atención a la colaboración de los grandes videntes del siglo ocho a.C. — Amós y Oseas, Isaías de Jerusalén y Miqueas, su contemporáneo. En la obra de estos cuatro grandes hombres se establecieron las bases de pensamiento y de conducta que ayudaron a formar los ideales del pueblo hebreo y lo preparó para mayores progresos.
Con el amanecer del siglo siete a.C., la influencia del imperio pagano de Asiria se fue haciendo cada vez más poderosa en los asuntos del pueblo hebreo. Para comprender un poco los problemas a los que se vieron enfrentados los profetas de esa época, es importante echar un vistazo a los acontecimientos principales de este siglo siete.
Se destaca un hecho que merece ser explicado. Amós, Oseas, Isaías I y Miqueas siguieron uno al otro en rápida sucesión, los últimos tres estuvieron activos durante la mitad de siglo comprendida entre el 750 y el 701 a.C. La profecía había quedado establecida como una característica esencial de la época. ¿Por qué, entonces, parece haberse desconocido completamente la profecía en los siguientes setenta y cinco años, desde el 701 hasta el comienzo del ministerio de Sofonías alrededor del año 626 a.C? ¿Por qué el apremiante clamor por reforma fue acallado por un silencio nefasto?
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