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Original Web

¿Qué tiene que ver el amor con acabar con la pandemia?

Del número de enero de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de octubre de 2020 como original para la Web.


Para cuando llegué a mi apartamento, lo único que podía hacer era derrumbarme en la cama. Sufría de una variedad de síntomas de gripe y deseaba con desesperación irme a dormir. Pero antes de hacerlo, llamé a mi mamá y le pedí que orara por mí.

Esto ocurrió hace casi 25 años y no recuerdo todos los detalles de nuestra conversación. No obstante, sí recuerdo lo reconfortado que me sentí cuando ella me aseguró que había sido creado a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27); que Dios, el Espíritu divino, era tanto la fuente como la sustancia de mi ser; que Dios me amaba.

Poco después de colgar, me quedé dormido. Cuando me levanté a la mañana siguiente, estaba completamente bien y desde entonces no he vuelto a tener gripe.

Al considerar esta experiencia en el contexto de la pandemia actual, me he estado preguntando si no es solo nuestro amor por Dios y un aprecio más profundo de Su amor por nosotros lo que contiene la clave para librar al mundo de esta enfermedad, sino también asumir el compromiso más constante de amarnos unos a otros, es decir, estar seguros de que nuestros pensamientos acerca de los demás reflejan lo que piensa Dios de nosotros. Jesús dijo: “‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Este es el primer mandamiento y el más importante. Hay un segundo mandamiento que es igualmente importante: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’” (Mateo 22:37–39, NTV).

El compromiso de amar a los demás actualmente puede verse en la generosidad de los trabajadores de primera línea que brindan servicios esenciales a sus comunidades y en la amabilidad de los vecinos que ayudan a otros vecinos. Sin embargo, ¿con qué frecuencia pensamos en que estas y tantas otras expresiones de amor insinúan algo aún más poderoso, lo suficientemente poderoso como para producir una curación física? Jesús ciertamente demostró una y otra vez al sanar a otros que hay un amor más elevado aún que el amor humano más abnegado, un amor que refleja el amor de Dios por nosotros: puro, constante e incondicional. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, también lo sabía, y escribió en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios, una comprensión espiritual de Él, un amor abnegado” (pág. 1).

Por supuesto, la sabiduría convencional argumentaría que será necesario mucho más que un abrazo de grupo, por más sincero que sea, para liberarnos de un desafío tan grande como una pandemia. Yo estaría de acuerdo. Pero la sabiduría convencional también se niega a reconocer la naturaleza mental de la enfermedad, a admitir lo que significa la demostración práctica de Jesús y la explicación de la Sra. Eddy de ese amor de Cristo que se esfuerza por ver solo la bondad que Dios, el bien, ve. Después de todo, si el “amor abnegado” sana la enfermedad, entonces es lógico pensar que cualquier estado mental opuesto, como el temor, la ira, la hostilidad, etc., tendrá la tendencia a provocar la enfermedad, o más bien, manifestarse físicamente como una enfermedad, como enseña la Ciencia Cristiana. La sabiduría convencional también se niega rotundamente a admitir la omnipotencia de Dios, el Amor divino, para sanar enfermedades.

Entonces, lo que se requiere de nosotros es no solo reconocer la totalidad del Amor como el antídoto absoluto contra la enfermedad, sino también ver a los demás y a nosotros mismos como la expresión esencial del Amor, con la inclinación natural e inevitable de amar. Como dice la Biblia, “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19, LBLA).

Esto no significa que amar a los demás siempre sea fácil. Por ejemplo, a veces somos engañados por la mentira diabólica de que alguien o alguna circunstancia —nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros políticos, una pandemia— en cierto grado ha logrado privarnos de la bondad de Dios; que hay alguna razón legítima para que no podamos expresar todo lo que Él nos ha dado para expresar, para disfrutar de todo lo que nos ha dado para disfrutar. Cuando esto sucede, enfrentamos la decisión crucial de aceptar o rechazar la noción de que existe un poder opuesto a Dios.

Irónicamente, es en momentos como este que quizás seamos más receptivos a la Verdad, un sinónimo de Dios que Mary Baker Eddy en sus escritos a menudo relaciona con el Cristo. Es este Cristo siempre presente, “la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”, como lo describe Ciencia y Salud (pág. 332), el que revela que Dios, el Amor divino, es el único poder verdadero. Necesitamos saber esto especialmente con respecto a la impotencia del odio, un estado de pensamiento que la Sra. Eddy asocia con la naturaleza virulenta de las enfermedades contagiosas. Sus Escritos Misceláneos 1883–1896 declaran enfáticamente: “… No odiéis a nadie; pues el odio es un foco de infección que propaga su virus y acaba por matar. Si nos entregamos al odio, nos domina; al que lo tiene le ocasiona sufrimiento tras sufrimiento, en todo momento y más allá de la tumba” (pág. 12).

Ya sea que sintamos la tentación de odiar a otras personas o veamos odio en los demás, esta pretensión de que hay un poder aparte de Dios debe enfrentarse directamente, y es el Cristo el que nos inspira a hacer precisamente eso: distinguir entre lo que es y lo que no es cierto acerca de Dios y de todos nosotros como Su reflejo; amar no solo a quienes nos aman, sino también a nuestros supuestos enemigos; estar más conscientes de la totalidad de ese Amor divino que sana y, como resultado, abordar con eficacia mediante la oración el sufrimiento del mundo.

Pensar en mi propia curación hace tantos años, me recuerda que la convicción del amor de Dios por nosotros es a menudo lo que motiva nuestro amor mutuo. Y, por otro lado, es nuestro amor mutuo lo que abre la puerta más ampliamente para que sintamos el amor de Dios por nosotros. Este incesante ciclo de amor —“Y el Amor es reflejado en el amor”, como dice la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 17)— inevitablemente disminuye el temor, disuelve el odio y nos permite hacer nuestra parte para terminar con esta pandemia.

Eric D. Nelson
Escritor de Editorial invitado

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