La Sala de Lectura que cada filial de la Iglesia de Cristo, Científico, mantiene, jamás se puede considerar meramente como un lugar en el que se puede obtener literatura de la Ciencia Cristiana. Sabemos que es mucho más que eso. Es una de las apreciadas estipulaciones, incluidas en nuestro Manual de La Iglesia Madre, por la que la iglesia llega a la comunidad. La Sala de Lectura no está separada de la iglesia sino que es parte integral de ella; ambas son una en esencia, como la manifestación exterior de la idea espiritual de “Iglesia”. Ver Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 583:14–15.
Además sabemos que independientemente del buen estado financiero de nuestra filial, o de la buena ubicación de la Sala de Lectura, a menos que nos acerquemos e incluyamos en nuestro pensamiento a los que viven en nuestra comunidad, como hermanos, hijos queridos, orando “ahora somos hijos de Dios”, 1 Juan 3:2. esta ubicación en la ciudad no sirve de nada. Lo que importa es el acercamiento, mediante la oración, del cual nuestra Sala de Lectura es símbolo, y a menos que nuestra Sala de Lectura esté activa de ese modo en nosotros, está muerta.
Una Sala de Lectura que no es apoyada espiritualmente, no está preparada para servir. Se asemeja a un comercio que tiene un cartel en la puerta que dice: “Aquí se sirve comida gratis”, pero cuando entra el interesado, meramente se le da una disertación sobre comidas. En una de sus cartas a los Corintios, Pablo dice: “La letra mata, mas el espíritu vivifica”. 2 Cor. 3:6. La Sra. Eddy, refiriéndose a los antiguos sanadores, escribe: “Estaban tan divinamente imbuidos del espíritu de la Ciencia, que la falta de la letra no podía impedir su obra; y esa letra, sin el espíritu, hubiera hecho nula su práctica”.Ciencia y Salud, pág. 145. También nos dice: “La parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana es el Amor. Sin éste, la letra es sólo el cuerpo muerto de la Ciencia — sin pulso, frío, inanimado”.Ibid., pág. 113. Nuestra Sala de Lectura necesita amor espiritual, y el bibliotecario también lo necesita.
Donde no hay evidencia de progreso, puede que estemos dispuestos a echarle la culpa a algo fuera de nosotros mismos y llamarlo resistencia a la verdad. Pero, ¿dónde está la resistencia? ¿No está tal vez en nuestra propia renuencia a apreciar esta actividad de la iglesia como realmente debiéramos hacerlo? Puede que esta renuencia se presente disfrazada como falta de tiempo. El tiempo, o más bien, la supuesta falta de él, es la gran excusa de los humanos. ¿Cuántas horas nos lleva trasladarnos de nuestro trabajo a casa? ¿Cuántos minutos pasamos haciendo cola en un banco o en el supermercado, o en la parada del ómnibus? ¡Por cierto que ese tiempo se puede aprovechar para orar!
Dediquemos a la Sala de Lectura, por ejemplo, el tiempo que pasamos esperando el ómnibus o trasladándonos de un lugar a otro. Ese es un buen comienzo. No dejemos de hacerlo. La persistencia anulará eficazmente la pretensión de que carecemos de tiempo. Perspectivas verdaderas acerca de la Sala de Lectura, de su propósito y de la comunidad, se harán progresivamente más espontáneas.
La renuencia a emprender tal oración puede que se presente como la opinión de que todos los demás están apoyando la Sala de Lectura, de modo que no es necesario que nosotros lo hagamos hoy. ¿Qué ocurriría si todos pensáramos así? Cada una de las Salas de Lectura representa el alcance bondadoso que tiene cada iglesia en su comunidad. Si el amor consecuente, basado en la oración, está ausente, ¿qué alcance va a tener la iglesia en la comunidad? La Biblia nos advierte sobre la necesidad de estar mentalmente alerta: “Por la pereza se cae la techumbre, y por la flojedad de las manos se llueve la casa”. Ecl. 10:18.
La palabra “manos”, usada metafóricamente, denota poder espiritual. Ver Ciencia y Salud, pág. 38. Debemos mirar en nuestro fuero interno para encontrar las respuestas. Las enseñazas de la Ciencia Cristiana dan énfasis a la importancia de la autocrítica, de deshacernos de todo lo que sea un impedimento para nuestro progreso espiritual, por más inocente que sea su disfraz, y la necesidad de permanecer decididamente del lado del bien, Dios, el único poder.
Si la actividad en la Sala de Lectura decae, puede que oigamos la recomendación de que cada miembro la visite regularmente. Por supuesto que utilizar lo que nos ofrece la Sala de Lectura, y permanecer allí para orar por la realización del propósito de la Sala de Lectura en la comunidad, son actividades que es correcto llevar a cabo; pero si nuestra visita está motivada únicamente por el deseo de que el público vea que hay actividad, de modo que atraiga visitantes, ¿es esto lo suficientemente honesto? ¿Estamos tratando de dar una impresión a la comunidad que no es espontáneamente genuina? El sentido mortal trataría de hacer que tuviéramos nuevas actividades físicas, cuando lo que más se necesita es la oración individual quieta.
Por otra parte, el bibliotecario jamás debería caer en la trampa de suponer que los miembros son inactivos (y hasta desinteresados) porque no utilizan mucho la Sala de Lectura. Puede que él o ella se sienta inadvertidamente resentido por esto. Se debe estar en guardia contra esta reacción. Lo que en verdad nos debe importar es lo que nosotros le damos a nuestra Sala de Lectura, y debemos tener cuidado de no permitir que nada disminuya nuestra gratitud por lo que los miembros están dando por medio de la oración.
Quizá los miembros han trabajado mucho para establecer la Sala de Lectura, han nombrado a un bibliotecario para que la atienda, y después se han sentado mentalmente a pensar: “Bien hecho”. ¿Estamos nosotros cómodamente sentados, complacidos, pensando lo bendecidos que estamos por tener un bibliotecario capaz y bien dispuesto, y allí nos quedamos? Recordemos que la Sala de Lectura es un símbolo del Amor divino que circunda al hombre, así como el continuo deseo de acercarse a la comunidad que expresen todos y cada uno de los miembros. Por consiguiente, su eficacia y acción sanadora dependen de todos y cada uno de los miembros. Se podría decir que es como un asunto de “familia”.
En esta tarea, es muy importante que al hombre se le identifique correctamente. Es importante por nuestra propia seguridad, por la seguridad de nuestra Sala de Lectura y por la curación de nuestro prójimo. Quienquiera que atraviese el umbral de nuestra Sala de Lectura debiera ser reconocido y recibido inmediatamente por lo que es, un hijo de Dios. Percibir el hecho de que la apariencia mortal es una imagen invertida del hombre real, que no tiene realidad ni sustancia en la Verdad, nos aclara el camino para contemplar al hombre perfecto que existe allí mismo para honrar a Dios, para reflejar lo que El es.
El hombre es inseparable de Dios como Su testigo. De ninguna manera el hombre real puede estar asociado con un cuerpo material o con una mentalidad agresiva o enferma. Tampoco puede, quien tiene mal carácter, cambiar para llegar finalmente a convertirse en hijo de Dios; el hombre es el reflejo de Dios. En este mismo instante él declara a Dios. Toda apariencia de mortalidad es una mentira acerca de Dios, una mentira que desafiamos y destruimos al reconocer lo que es real.
Cristo Jesús penetró a través de la apariencia mortal y contempló al hombre real, obteniendo resultados gloriosos. Percibió en aquellos que acudían a él, la identidad creada por el Alma. Ante tal visión, las sombras huían y la gente se regocijaba. Humanamente, esto se veía como una curación tras otra.
¡Qué importante es que reconozcamos que el hombre es la imagen de Dios, y especialmente que recibamos cordialmente a todos aquellos que entran en nuestra Sala de Lectura! ¿Nos atrevemos a estar menos que espiritualmente preparados? Cuando subyuguemos la pretensión falsa llamada un mortal, y amemos al hombre que de ese modo percibimos, él también se sentirá inclinado a reconocer al Cristo reflejado en nosotros; y nuestra Sala de Lectura cumplirá con su verdadero propósito.
Tal vez quienes colaboren en la Sala de Lectura tengan que enfrentar las sugestiones de vandalismo, intimidación, y otras por el estilo. Debemos reclamar al instante nuestra unidad con Dios, porque el sentirse separado de El anula nuestro amor y limita nuestra demostración de la Verdad. Podemos estar conscientes del hecho que nunca estamos solos. ¿Cómo podemos estarlo, si Dios es Mente omnipresente, nuestra Mente? Estar conscientes de esta cercanía, aunque sea una tenue vislumbre de esta compañía, es algo inestimable. Debiéramos cultivar y fomentar esta consciencia, porque esta comprensión está respaldada por el poder de la Verdad.
Debido a que Jesús estaba consciente de su unidad con Dios, pudo pasar en medio de “ellos” (¿representaciones falsas del hombre?) cuando lo amenazaron, y estar a salvo para ocuparse de los negocios de su Padre, según se relata en el cuarto capítulo del Evangelio según San Lucas. También nosotros podemos hacer lo mismo. El apoyo diario por medio de la oración que cada miembro da a la Sala de Lectura, ayudará al bibliotecario a dominar las sugestiones desafiantes. Este trabajo debe incluir la comprensión de la protección total que rodea a quienes están al servicio del Todopoderoso. Y, ¡pensemos en lo que implica esa palabra “Todopoderoso”!
Nuestra Sala de Lectura y su amoroso alcance hacia la comunidad son seguros y eficaces cuando tanto el bibliotecario como los miembros están activos en sus puestos, cumpliendo con su deber. Esta unidad de propósito demuestra que realmente prestamos atención a las necesidades de los demás. Esto es la Sala de Lectura en acción, y esta unidad se manifestará en colaboradores espiritualmente motivados y competentes; en más personas que buscan respuestas a interrogantes genuinos, y, como consecuencia, en el crecimiento de la iglesia.
De manera que la responsabilidad de ser ladrillos vivientes en la estructura de nuestra Sala de Lectura recae en todos y cada uno de nosotros para que, cuando el hambriento venga por el alimento espiritual prometido, no se le dé un sermón sobre la letra fría. La actividad de nuestra querida Sala de Lectura tiene que ser de tal importancia para cada uno de nosotros, y tenemos que estar tan preparados para ella, que el que la visite reciba, en verdad, alimento, el pan de la Vida. Entonces él se irá, reconociendo en parte su identidad divina y anhelando aprender más.
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