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Buenas noticias

“Por favor, perdóneme”

Del número de diciembre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de octubre de 2018 como original para la Web.


En el pequeño pueblo de México donde me crié, crecí con muchos temores y supersticiones del espiritismo, con la creencia de que el mal era el único poder. Durante ese tiempo, me parecía normal tener accidentes automovilísticos. Pensaba que ese era mi destino, ya que me habían dicho que no había nada bueno en la vida para mí porque estaba maldecida, y que todos me odiaban. Estas eran las creencias que gobernaban mis pensamientos.

Hace varios años, aunque tenía la creencia de que no merecía un carro nuevo, decidí comprar uno. Un día iba manejando mi nuevo SUV, y tuve un accidente en Tijuana. Estaba al final de una larga fila de autos, esperando que la luz roja cambiara, cuando alguien se estrelló contra la parte trasera de mi carro. La fuerza del golpe me empujó hacia adelante, y golpeé el auto que estaba adelante.

Asustada, me bajé de mi carro para ver qué había pasado. La parte delantera del coche que estaba detrás, un sedán, estaba seriamente dañada, y mi auto estaba dañado tanto adelante como atrás. El conductor olía a alcohol, y vi que tenía a su esposa y a sus cuatro hijos en el auto. Uno de los niños estaba herido, pero otro conductor pudo darle los primeros auxilios, y el niño volvió a respirar. Entonces vinieron dos oficiales de policía, y una ambulancia llevó al niño y a su madre al hospital. Los policías llevaron al conductor a su patrulla para hacerle una prueba de alcoholismo.

Me dijeron que fuera a la comandancia de policía a levantar un acta del accidente, y a esperar que volvieran con el conductor. Yo me sentía muy enojada contra el hombre. Solo podía pensar en lo irresponsable que era y que probablemente era un alcohólico, y un mal padre y esposo. ¡Merecía estar en la cárcel! Y yo estaba preocupada por su familia y de que no tuviera seguro para pagar los daños causados a nuestros carros.

Cuando ocurrió el accidente, yo vivía en Tijuana y hacía unos cuatro meses que estaba estudiando la Ciencia Cristiana, después de escuchar una transmisión radial de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. (Véase el relato completo en inglés de cómo la autora encontró la Ciencia Cristiana en el sitio sentinel.christianscience.com/issues/2015/3/117-12/stepping-out-of-darkness.) Al escuchar los programas de El Heraldo, oí decir que Dios es Amor, y que nosotros somos Sus hijos amados. Me sentí tan feliz de saber que Dios me amaba.

Descubrí que la Iglesia de Cristo, Científico, más cercana estaba del otro lado de la frontera, en San Diego, así que empecé a asistir a los servicios religiosos allí. En mi primera visita le pregunté al Primer Lector: “¿Qué necesito estudiar para comprender más acerca de esta iglesia?” Él me dijo: “Lee este libro”, y me entregó un ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Cuando abrí el libro, vi las palabras “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), citadas en la Biblia. Yo había estado asistiendo a una iglesia diferente y en busca de la verdad que me liberara de las opresivas supersticiones y creencias con las que había crecido. Cuando vi esas palabras, supe que quería este libro, y comencé a leerlo y a asistir a la iglesia con regularidad.

Aquel día, en la comandancia de policía, pasé las tres horas de espera pensando en la siguiente declaración sobre los accidentes de la página 424 de Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía. 

“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”. 

Me di cuenta de que no era mi destino ser víctima de accidentes si Dios no los conoce ni los provoca. Puesto que Dios me ama, merezco el bien y vivir en armonía sin la “maldición” de los accidentes. La armonía es normal para mí y para todos porque somos los hijos e hijas de Dios.

Cuando un oficial de policía regresó con el conductor, me dijo que podía pasar a la celda donde estaba detenido. Le pregunté si tenía seguro, y me contestó: “No tengo seguro de auto, no tengo trabajo y no tengo dinero para pagar los gastos”. No obstante, en lugar de sentir compasión, mi enojo se convirtió en ira.

Ya eran las 10 de la noche, y el oficial me dijo que me fuera a mi casa. Al día siguiente, el conductor sería trasladado a otro departamento de policía, donde me informarían qué trámites debía hacer.

A la mañana siguiente, fui al departamento de policía y me pidieron que regresara con los documentos de mi carro. También me pidieron que obtuviera un estimado de los daños de mi auto. Pero cuando los llevé a la policía, me dijeron que ya no los necesitaban porque el conductor había pagado una fianza y ya no estaba detenido.

Cuando manejaba de regreso a casa, sentía impotencia, enojo y desesperación, y pensé dónde podría encontrar a ese señor. Entonces detuve el auto para hablar con Dios. Recuerdo que dije: “Querido Padre, por favor, dime qué debo hacer y lo haré”. Luego, me vinieron estas palabras de la Oración del Padre Nuestro: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Pensé: “Está bien, Dios, lo haré. Perdono a este hombre en este momento. Y te pido que liberes a este hombre del alcoholismo, que se vuelva un hombre honesto, un excelente padre y buen esposo. Y dale un excelente trabajo y sana a su hijo de sus heridas”.

Fue entonces que, al pensar más en el hombre, me di cuenta de que yo no tenía que pedirle a Dios esas cosas, ya que Él no vería que este hombre o su familia pudieran necesitar ayuda o mejoría alguna. Dios solo ve a Su hijo perfecto, al hombre espiritual que Él creó a Su imagen y semejanza, como explica Ciencia y Salud (véanse págs. 475–477); y este hombre es la verdadera identidad de todo hombre, mujer y niño. Este hombre, la imagen de Dios, expresa perfecta salud por ser el reflejo de Dios, y tiene de Dios todos los recursos espirituales que necesita, y es incapaz de enfermar o pecar.

Comencé a identificar al conductor de esta manera, a verlo como Dios lo ve. Me sentí muy tranquila y liberada de toda la opinión falsa acerca de la identidad que había estado guardando en mi pensamiento. Esa noche descansé muy bien.

 A la mañana siguiente sonó mi teléfono celular y al contestar escuché la voz del conductor: “Disculpe. Soy la persona que le chocó su carro. Quiero avisarle que mañana tendré el dinero para pagarle los gastos de su carro. ¿Dónde puedo encontrarla para pagarle?” Al día siguiente, cuando llegué al lugar de la cita, él ya estaba esperándome. Me entregó el dinero y me dijo: “Por favor, perdóneme”. Y, por supuesto, así lo hice. Cuando le pregunté cómo estaba su hijo, me dijo que se había recuperado y estaba en su casa. Me sentí muy agradecida por escuchar esas palabras, y también por toda la experiencia. No solo me liberé de las opresivas supersticiones y creencias con las que había crecido, sino que comprendí cómo “el Amor es reflejado en el amor” (Ciencia y Salud, pág. 17).

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 “...para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 353

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