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¿Estamos viviendo en la era de la posverdad?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 11 de agosto de 2022


Según dicen, vivimos en la era de la posverdad. La posverdad se define como “relacionarse o denotar circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y la creencia personal” (lexico.com). Si bien esta puede ser una descripción adecuada de lo que parece estar sucediendo dentro del ámbito político actual, la posverdad no es un término que yo usaría para describir el mundo en el que realmente vivimos. Y he aquí por qué:

Como Científico Cristiano, he llegado a apreciar la Verdad —con V mayúscula— no como una representación con demasiada frecuencia subjetiva de los hechos, sino como un sinónimo de Dios; como aquello que, por su propia naturaleza, es infalible e invariable, enteramente bueno, completamente puro; como algo en lo que puedo confiar sin cuestionar y sin excepción; como aquello que, incluso cuando se lo resiste, tarde o temprano encuentra la manera de dar a conocer su presencia en mi experiencia.

Entonces, cuando escucho el término posverdad (que traduzco como “pos Verdad”), tiendo a escuchar “pos-Dios”, e independientemente de nuestra posición política, estoy seguro de que muchos estarán de acuerdo en que no vivimos en un mundo sin Dios.

Esto no significa que no haya habido alguna que otra ocasión en la que me hayan engañado haciéndome creer lo contrario. De hecho, en noviembre de 2020, un par de días antes de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, tuve la necesidad de orar para salir de dicha situación.

Fue poco después de la cena cuando comenzó a dolerme el estómago de tal manera que lo único que pude hacer fue acostarme y enviarle un mensaje de texto a un amigo para pedirle que me apoyara con su oración. Mientras esperaba su respuesta, abrí mi Biblia, completamente al azar, y leí: “¿Qué te pasa ahora?” (Isaías 22:1, LBLA).

Al principio pensé: “¿Qué quieres decir con ‘¿Qué te pasa ahora?’ ¡Me duele el estómago!”. Pero luego me di cuenta de que era una gran pregunta. Y tuve que admitir que en ese momento, justo antes de las elecciones, lo que más me dolía era la noción de que vivía en un mundo de pos-Verdad; un mundo donde no se podía confiar en el Dios que había llegado a conocer como infinitamente bueno, un mundo en el que no podía confiar en los demás, un mundo que parecía estar ahogándose en un mar de desconfianza y miedo.

Al acudir a la Verdad con V mayúscula, estamos acudiendo a Dios.

Al mirar de nuevo mi Biblia, leí: “Veo una visión aterradora: … El estómago me duele y me arde de dolor” (Isaías 21:2, 3, NTV).

¡Yo no podría haberlo dicho mejor!

Esta conexión entre lo que permitimos que entre en nuestro pensamiento y nuestro bienestar físico es fundamental para la práctica de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, la clave no es asegurarnos de tener pensamientos positivos, sino más bien permitir que nuestros pensamientos estén gobernados por Dios, por la Mente o el Amor divinos. (Nótese que Mente y Amor están en mayúscula, los cuales, al igual que la Verdad, en la Ciencia Cristiana se aplican como sinónimos de Dios.)

“Para ser inmortales, tenemos que abandonar el sentido mortal de las cosas, volvernos de la mentira de la creencia falsa hacia la Verdad, y recoger de la Mente divina las verdades del ser”, escribe Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. El pasaje continúa: “El cuerpo mejora bajo el mismo régimen que espiritualiza el pensamiento; y si la salud no se manifiesta bajo este régimen, esto comprueba que el temor está gobernando el cuerpo” (pág. 370).

Al acudir a la Verdad con V mayúscula, estamos acudiendo a Dios, no solo a una idea abstracta de la verdad, sujeta a los caprichos de la interpretación personal. Estamos apelando a lo que se presenta y se perpetúa en cualidades tales como la honestidad, la integridad, y así sucesivamente. Y cuando al orar afirmamos con persistencia la omnipresencia y omnipotencia de la Verdad, somos capaces de librarnos de la creencia desalentadora y a veces debilitante de vivir en un mundo, o vivir una vida, desprovista de la Verdad, desprovista de Dios; desprovista de la armonía mental y física, universal y divinamente otorgada y mantenida.

Entonces, ¿qué hacemos cuando somos bombardeados día tras día con lo que parece ser cualquier cosa menos la verdad, tal vez especialmente en lo que se refiere a la política? ¿Cuando nos resulta casi imposible tener una conversación con alguien cuya opinión sobre la verdad no está en línea con la nuestra?

Antes que nada, necesitamos reconocer, y estar dispuestos a invocar, nuestra capacidad innata de ver en nosotros mismos y en los demás la mismísima expresión de la Verdad, la misma honestidad e integridad otorgadas por Dios que Cristo Jesús veía en todos. Cuando lo hacemos, se produce la curación. Y no solo para nosotros, sino para la sociedad en general.

“Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37, LBLA). Esto es un recordatorio para todos nosotros de la importancia de distinguir entre lo que es y no es verdad acerca de Dios y Su amada creación, y de reconocer que cada uno de nosotros refleja la pureza y coherencia de la Verdad misma.

Aunque no recuerdo exactamente lo que mi amigo dijo en su respuesta a mi mensaje, sí recuerdo que, después de leerlo, tuve una mayor confianza en mi capacidad para seguir el ejemplo de Jesús, al menos en pequeña medida. Podía confiar en que Dios fuera Dios; confiar en que los demás fueran lo que Dios los creó para ser; comprender que la omnipresencia y omnipotencia de la Verdad no permiten la desconfianza y el temor.

Físicamente hablando, mi situación mejoró de inmediato. En poco tiempo, estaba completamente libre de dolor. No obstante, lo mejor fue la comprensión que siguió: que a pesar del rumor de que vivimos en la era de la posverdad, la Verdad sigue reinando suprema, y cuando se apela a la oración, continúa asegurando la salud y la armonía de todos. 

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