¿Has juzgado alguna vez a los demás? Ya sea que critiques a alguien mental o audiblemente, puede parecer una carga. Pero no tenemos que agobiar nuestras relaciones con este comportamiento y forma de pensar.
La parábola de Jesús acerca de un fariseo y un recaudador de impuestos que están orando en el Templo (véase Lucas 18:9-14, NTV) ha sido útil para mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana porque me recuerda que no debo juzgar a los demás. Esta fue la oración santurrona del fariseo: “Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”.
La historia continúa: “En cambio, el cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo mientras oraba, sino que golpeó su pecho en señal de dolor mientras decía: ‘Oh Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador’”. Jesús concluye la parábola: “Les digo que fue este pecador—y no el fariseo—quien regresó a su casa justificado delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados”.
Los recaudadores de impuestos tenían mala reputación, a menudo tomaban más dinero de la gente de lo que se requería y se embolsaban el resto. Y tal vez este recaudador de impuestos también tenía otros desafíos morales. No obstante, esta historia muestra que es engañoso mirar solo la apariencia superficial de los demás. Cristo Jesús nos invita a todos a ahondar más. Sorprendentemente elogia al recaudador de impuestos y su arrepentimiento. Jesús vio lo que era verdad; en lugar de un mortal pecador, vio al hombre creado a la imagen y semejanza perfecta e inmortal de Dios (véase Génesis 1:26, 27).
Podemos orar para establecer en nuestro pensamiento una opinión correcta de todos.
Esto demuestra que realmente se trata de lo que hay en nuestro corazón. Podemos orar para establecer en nuestro pensamiento una opinión correcta de todos. Tener una visión espiritual de los demás como Cristo Jesús hacía bendice a todos los interesados y nos permite ser sanadores eficaces. La justificación propia no es un estado mental adecuado para sanar nada: relaciones, situaciones o condiciones corporales.
Y es útil saber que la actitud de “¿Por qué fulano no arregla su situación?” no nos pertenece, porque realmente no es de nadie. Se disfraza de nuestro propio pensamiento, así como la serpiente representada en la Biblia astutamente sugiere a Eva que quiere y puede ir en contra de las leyes de Dios (véase Génesis 3:1-5). Pero Dios es el Amor divino, y en realidad, el pensamiento cristiano que obedece la ley del Amor es nuestra única consciencia verdadera. Y Cristo —la verdadera idea de Dios— existe por encima de la tentación de juzgar a los demás. Jesús encarnó a este Cristo y dejó en claro que el fariseo no ganaba nada al menospreciar a otra persona. Como sanadores, cuando nos dirigimos al Cristo en oración para obtener comprensión espiritual, Dios revela la opinión perfecta y espiritual de todas las mujeres y hombres.
De esta manera, nos apoyamos en la visión espiritual del hombre que Jesús veía y compartió con sus seguidores. Esta visión verdadera nos permite “no juzgar según las apariencias, sino con justo juicio” (Juan 7:24, KJV). Como dice Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, “Seamos fieles en señalar el camino por medio del Cristo, como lo comprendemos, pero también tengamos cuidado siempre de ‘juzgar con justo juicio’ y de no condenar jamás precipitadamente” (pág. 444). En lugar de juzgar a los demás por la apariencia humana, me ha resultado útil preguntarle a Dios en oración: “¿Es esta la mentalidad farisaica? ¿Puedo demostrar en cambio más del conocimiento de sí mismo que manifestó el recaudador de impuestos? ¿Cómo puedo ayudar a señalar el camino sin forzar mi propia voluntad o condenar a alguien en el proceso?”. Se convierte en oración el ver la creación de Dios como Dios la ve: puramente espiritual, libre y naturalmente buena.
Hace años, sentí que alguien me trataba injustamente. Cuando señalé con amabilidad esta injusticia, la persona se enojó mucho. Tuve la tentación de responder precipitadamente, pensando: “¡Esta persona debería actuar de otra manera!”. Me di cuenta rápidamente de que, aunque era obvio que el individuo necesitaba cambiar su comportamiento, yo estaba reaccionando de una manera crítica. Necesitaba orar para cambiar mi pensamiento sobre la situación.
Recordé este pasaje del Manual de La Iglesia Madre de la Sra. Eddy: “En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón. Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (pág. 40). Entonces comprendí que el mero juicio humano era una imposición sobre los dos. Si esta persona supiera cómo hacerlo mejor, lo haría mejor, y fue entonces cuando finalmente identifiqué la “viga” en mi propio ojo (véase Mateo 7:3) y dejé de condenar a esta persona.
Entonces pude recurrir a la visión de Dios de esta persona, para verla verdaderamente buena y espiritual, a pesar de las apariencias superficiales. Habiendo visto algo de su verdadera naturaleza espiritual, sentí compasión por ella. Sólo sobre esa base espiritual nuestra relación podía mejorar. Como resultado de este cambio en mi perspectiva, la relación mejoró mucho y se ha mantenido armoniosa.
Amar con justicia, sin juzgar falsamente, es esencial para la curación en la Ciencia Cristiana. Nos ayuda a ver en nosotros mismos y en los demás la expresión ininterrumpida y perfecta del bien de Dios. Podemos confiar en esta perspectiva espiritual para evitar distraernos con las características físicas o mentales de los demás. Y cuanto más crecemos espiritualmente, más fácil y natural se vuelve amar en lugar de juzgar. Al final, es la ley del Amor divino la que reforma las relaciones, no nuestra evaluación o juicio de los individuos. Como dice el libro de texto de la Ciencia Cristiana, “El Amor divino corrige y gobierna al hombre” (Ciencia y Salud, pág. 6). Todos podemos sentir el amor corrector de Dios a medida que dejamos que nuestra verdadera expresión libre de condenas del Amor divino resplandezca.