Cuando Comencé mi carrera, me propuse ayudar a los demás. Opté por la rama de la medicina, porque sentía que de esta manera podía alcanzar este objetivo. Me especialicé en citotecnología, que es el estudio de la composición de las células y la detección del cáncer.
Pasaba mucho tiempo revisando muestras en el microscopio en busca de células cancerígenas. Tomé muy en serio mi trabajo y era realmente buena en lo que hacía.
Poco antes de casarme, me hice un examen general. Yo misma fui la encargada de revisar uno de los exámenes que me habían hecho. Al analizar mi propia muestra en busca de cáncer, con sorpresa vi que el examen era positivo. Esta declaración de Job, describe exactamente cómo me sentí: "...el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía" (Job 3:25). Tenía cáncer, aunque parecía estar en sus primeras etapas.
Si bien durante los meses siguientes me sentí muy emocionada por la boda, esa alegría se veía empañada por el temor a la muerte. Me tranquilizaba saber que me casaría con un médico y me sentía, de alguna manera, a salvo porque no ignoraba que tendría acceso al mejor tratamiento médico disponible. Pero también sabía que nada es seguro cuando se trata de enfermedades, y que no existía cura para el cáncer.
Poco después de mi casamiento, conocí la Christian Science. A mi esposo le encantaba el diario The Christian Science Monitor y a causa de su entusiasmo, mi madre le regaló una suscripción al Christian Science Sentinel para su cumpleaños. A mí no me interesaba en lo más mínimo la religión en esa época. Eso era para los débiles y los pesimistas, no mí. Pero, ya que la revista era un regalo, pensé que debía darle una mirada antes de tirarla a la basura. No entendí muy bien los artículos pero lo que sí entendí fueron los testimonios de curación en cada número. Eran como pequeñas historias. Cada una relataba un problema, cómo había orado la persona y cuál había sido el resultado.
Una noche, mientras cocinaba, me quemé bastante un dedo. Le pedí a mi esposo que me diera algún medicamento porque me dolía mucho. Como él era patólogo, por lo general, no recetaba medicamentos y ya que sentía alivio al poner el dedo en agua fría, acordamos no llamar a otro médico para que me recetara algo. Cuando nos fuimos a dormir esa noche, preparamos un recipiente con agua fría para que yo pusiera la mano y se calmara el dolor.
Me desperté en mitad de la noche sintiendo que mi mano latía. Sentí el impulso de llamar a mi esposo pero decidí no molestarlo. Mientras decidía qué hacer, recordé las curaciones que había leído en el Sentinel. Decidí que podía recurrir a Dios como lo hacía la gente en los relatos.
Cuando lo hice, el dolor se fue de inmediato. Fue una experiencia tan emocionante que me asusté. No sabía realmente qué pensar así que la alejé de mi pensamiento y me volví a dormir. No podía entender qué había ocurrido. Esto era más grande de lo que había imaginado.
Un mes más tarde, tuve que ir a ver a un médico para que observara la evolución del cáncer. Tenía que conducir más de una hora y recién había nevado. Salí temprano para no encontrar mucho tránsito. El sol brillaba y yo me deleitaba con la belleza de la nieve recién caída y los luminosos cristales de hielo en los árboles. Me acordé de la curación de la quemadura del dedo y pensé en el poderoso e incondicional amor de Dios. Me sentí muy cerca de Él al conducir rodeada por la naturaleza.
Semanas más tarde, el examen que volvió del consultorio del médico, mostró resultados negativos. No había más síntomas de cáncer. Pero esta vez no me sorprendí. Había empezado a entender mi ininterrumpida y pura relación con Dios. Los resultados de los exámenes eran la evidencia de eso.
Han pasado más de veinte años desde que tuvo lugar esta experiencia. Creo que me curé durante el viaje hacia el consultorio del médico.
Mi deseo de ayudar a los demás no ha cambiado desde el comienzo de mi carrera. Y espero que esta exposición de hechos ayude a otras personas. Dios nos da las respuestas que necesitamos. ¡No hay nada imposible para Dios!
Valrico, Florida, E.U.A.