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El Amor y la Vida nunca nos pueden ser quitados

Del número de mayo de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Te has preguntado alguna vez adónde fue todo el amor en tu vida? 

Hace años, varios miembros de mi familia fallecieron en un lapso muy corto. Sentí que con ellos había perdido todo su amor, y la vida parecía ser un misterio imposible de resolver. También me fascinaba la muerte; los cómo y por qué de todo eso. Más tarde aprendí, por medio de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que estos sentimientos de pérdida, temor y confusión pueden sanarse con la oración.

 Fue durante esa época que empecé a estudiar más detenidamente el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Esta frase corta se destacó claramente: “La existencia mortal es un enigma” (pág. 70). ¡Era así exactamente como me sentía! Mi experiencia parecía ser todo un misterio. Pero al continuar con mi estudio y oración, fue claro para mí que Dios es la Vida misma, y que el hombre, la creación de Dios, es la expresión de la Vida. La confusión que proviene de “la existencia mortal” comienza a desaparecer a medida que nuestra verdadera identidad espiritual sale a la luz.

 En realidad, todos somos ideas de Dios, el Espíritu; completamente espirituales en vez de materiales. Y puesto que el Espíritu es eterno, la creación de Dios es eterna. No obstante, es importante comprender esto desde una perspectiva espiritual; de manera que es útil preguntarnos si estamos razonando desde un punto de vista material o espiritual. ¿Comenzamos pensando que somos seres mortales con una vida que podemos perder, o estamos empezando a reconocer que somos completamente espirituales, que expresamos la única Vida y probamos que estamos exentos de la muerte? Al ser ideas espirituales de Dios, todos expresamos la Vida eterna. Cuando comprendemos la identidad espiritual e infinita que Dios nos dio, los temores asociados con la muerte se disipan. El miedo a morir, los pensamientos temerosos de que otros mueran, e incluso el temor de no poder superar la pérdida de un ser querido, se desvanecen en la nada.

Nadie asumió una posición más radical sobre la vida que Cristo Jesús. Él probó una y otra vez que la muerte no tiene ni dominio ni efecto ni legitimidad; que la vida nunca puede perderse. Él se resucitó a sí mismo y a otros de la muerte, probando que el hombre es verdaderamente inmortal y eterno. Los ejemplos de curación y las enseñanzas de Jesús ilustran para todos la eficacia de la oración.

Una forma de seguir el ejemplo de Jesús al orar es saber que Dios es infinito y que Dios es Vida. Mary Baker Eddy, quien descubrió y demostró la Ciencia detrás de las obras sanadoras de Jesús, escribió en Ciencia y Salud: “…aférrate firmemente a Dios y Su idea.  No permitas que nada sino Su semejanza more en tu pensamiento.  No dejes que ni el temor ni la duda ensombrezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia acerca de aquello que no es la Vida.  Deja que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye tu comprensión del ser, y esta comprensión sustituirá el error por la Verdad, reemplazará la mortalidad con la inmortalidad y silenciará la discordancia con la armonía” (pág. 495).

Dios nunca creó una imagen y semejanza afligida.

En aquellos momentos de mi vida cuando no sabía cómo comenzar a orar, recordaba estas palabras, y hallaba que conocer a Dios como Espíritu, y al hombre como innatamente espiritual, ayuda a apartar el pensamiento de un doloroso sentido de la vida. Dios como Vida infinita es la única realidad. Y puesto que hay un solo Dios, una Vida, la muerte no es un dios adicional ante el cual debemos doblegarnos. Conocer nuestro verdadero origen realmente cambia la perspectiva. Cuando aceptamos la verdad de que Dios nos creó a todos a Su imagen y semejanza —y con dominio— se vuelve más fácil saber lo que es verdadero acerca de nosotros mismos y nuestros seres queridos.

A través de mi experiencia, a medida que conscientemente continué conociendo a Dios y a la idea de Dios, se volvió evidente para mí que Dios nunca creó una imagen y semejanza afligida. No podría haber ni siquiera un período luctuoso, porque la verdad acerca de la Vida excluye las teorías, los diagnósticos o las leyes físicas que dicen que una persona debe estar afligida. La oración no consiste en mejorar a una persona afligida, sino en saber que nosotros simplemente somos, y siempre hemos sido, la imagen y semejanza de Dios; ¡libres de tristeza!

Es importante notar que liberarse del dolor no es sinónimo de aturdimiento, despreocupación o insensibilidad. Tampoco se trata de ocultar nuestras emociones. Los Evangelios muestran la compasión de Jesús por los que estaban de duelo o los que sufrían de otras formas. Se trata de que el Amor nos ayuda a elevarnos en nuestra comprensión de la Vida y el Amor, a fin de amar más. El amor de Dios elimina la niebla de la creencia mortal de nuestro pensamiento. La Sra. Eddy ilustra esto en parte en su poema titulado “Oración vespertina de la madre”: 

Que por la ingratitud, por el desdén, 
   por cada lágrima halle, alegre, el bien; 
en vez de miedo y odio, quiero amar,
   pues Dios es bueno y Él me hará triunfar. 
(Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 389). 

Al perder a un ser querido tal vez sintamos que estamos perdiendo también su amor, pero ese amor nunca fue algo propio y personal para dar. Cada uno de nosotros expresa el amor eterno y espiritual de Dios que no puede desaparecer. Dios es la verdadera fuente del amor, y este amor nunca nos deja.

Un practicista de la Ciencia Cristiana compartió conmigo un pensamiento útil. Ella dijo: “No hay un aquí y un allá. No hay lugar donde uno pueda ir para abandonar el amor de Dios; estamos todos en él, siempre. Dios es infinito, Todo, por lo tanto, ¡el Amor es Todo! Aunque no podamos comunicarnos con aquellos que se han ido antes que nosotros, aún podemos sentir el Amor divino que nos abraza a todos”. Otro pensamiento que esta practicista compartió conmigo fue: “El Amor (Dios) no conoce distancia, espacio o tiempo”. Estos pensamientos me ayudaron a saber que yo no estaba jamás, ni por un instante, separada del Amor. En vez de afligirme cuando alguien ha fallecido, he sentido que Dios me consolaba, y pude amar y cuidar de otros aún más. Me he dado cuenta de que el Amor jamás le puede ser quitado a nadie.

Es una alegría verdadera y completa que todos aprendamos que el Amor no nos abandona cuando alguien fallece. El amor de Dios nos anima para que percibamos el verdadero cuadro espiritual, y comencemos a vernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos como somos y siempre hemos sido: completamente espirituales y eternos. Por medio de la oración, esta realidad sale a la luz: que todos los hijos de Dios son fuertes, firmes, alegres, amados, protegidos y completos para siempre. No hay circunstancia alguna que pueda quitarnos el amor que Dios nos suministra infinitamente.

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La misión del Heraldo

 “...para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 353

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