Estábamos navegando desde Bora Bora a Maui en una tormenta, y el mar estaba muy turbulento, tanto que, si tratabas de dormir, tu cabeza golpeaba contra la cabecera o eras arrojado fuera de la cama. Al mirar por el ojo de buey para ver la noche sin luna, no podía ver otra cosa más que oscuridad. Me sentía muy sola y temerosa.
No había otra cosa que hacer más que orar. Empecé preguntándole a Dios: “¿Qué necesito saber? Por favor, dime, y pronto, ¡si no te molesta!”.
Lo que me vino a continuación fue una pregunta: ¿Dónde estás?
La respuesta podría parecer obvia: estaba en medio del océano en una noche tormentosa. Ciertamente eso era lo que los sentidos físicos me estaban diciendo. Pero yo había aprendido en la Ciencia Cristiana que, por más ruidosa e insistente que sea la evidencia de los sentidos físicos, no debe confiarse en ella. La verdad acerca de Dios y el hombre solo puede encontrarse mediante el sentido espiritual —la voz callada y suave de la que habla la Biblia— la cual nos dice claramente que Dios está por siempre presente, es enteramente bueno y está cuidando de nosotros.
En Primera de Reyes, Dios llama al profeta Elías para que sea testigo de un despliegue de la violencia de la naturaleza: “Un viento grande e impetuoso rompía los montes, y hacía pedazos las peñas delante del Señor; mas el Señor no estaba en el viento; y después del viento hubo un terremoto; mas el Señor no estaba en el terremoto; y después del terremoto, un fuego; mas el Señor no estaba en el fuego; y después del fuego, una voz callada y suave” (19:11, 12, según versión King James).
Mediante esta experiencia Elías comprende que el poder verdadero no está en la fuerza física, por más impresionante que sea. El poder proviene en realidad de Dios, el Espíritu, y no se caracteriza por la destrucción, sino por la quietud y la paz. Y no existe otro poder que pueda entrar en conflicto con la ley de Dios e interrumpir Su gobierno por siempre armonioso.
En el aire, en el agua o en el espacio exterior, verdaderamente jamás podemos estar fuera de las inmediaciones pacíficas de la autoridad y el cuidado de Dios.
Me tranquilicé a medida que empecé a reflexionar desde un punto de vista espiritual sobre la pregunta ¿dónde estás? Dios, que es la Mente divina, conoce todo lo que debe conocerse acerca de Sus ideas, incluido el hombre. Me pregunté: ¿Dónde se encuentra una idea de Dios? ¿Acaso puede estar en algún lugar físico y aterrador fuera del alcance infinito de la Mente? Y si Dios no se encuentra en el viento o en las olas o en el fuego, ¿podría alguna de las ideas de Dios estar allí?
El primer capítulo del Génesis declara que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios y que todo lo que hizo Dios es bueno. ¿Qué es esta imagen y semejanza? ¿Es un cuerpo material? No. Es una combinación única de cualidades espirituales indestructibles que reflejan a Dios, tales como bondad, inteligencia, belleza y amor. ¿Acaso estas cualidades espirituales pueden estar localizadas en algún lugar que no sea la Mente divina? No. No están de ninguna manera en un lugar físico.
Por lo tanto, una idea de Dios no necesita estar en tierra para estar estable y a salvo. El hombre espiritual, la identidad real de cada uno de nosotros, está por siempre a salvo en la Mente perfecta. De modo que, dondequiera que parezcamos estar —en el aire, en el agua o en el espacio exterior— la verdad es que nunca podemos estar fuera de las inmediaciones pacíficas de la autoridad y el cuidado de Dios.
Como dice Pablo en su carta a los romanos: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:38, 39). Al orar de esta forma, me di cuenta de que el hecho de que parecía encontrarme en un ambiente hostil, no quería decir que lo estaba.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios” (pág. 254). Razoné que donde quiera que voy, soy un huésped de Dios y, por ende, se me provee tiernamente de todo lo que pueda necesitar. Es posible que un huésped no conozca los alrededores, no obstante, todas sus necesidades son satisfechas. Es alimentado y se le ofrece un lugar seguro y confortable donde descansar. Recibe el cuidado que necesita. Puesto que yo era un huésped de Dios, no tenía razón para tener miedo.
Al reconocer que estaba a salvo en los brazos de Dios, comencé a sentirme en paz. Volví a la cama y acomodé varias almohadas a mi alrededor, para que el movimiento no me sacara de la cama. Fue entonces que me di cuenta de que la tormenta había terminado y el mar estaba tranquilo.
Lo que aprendí aquella noche acerca de dónde estamos realmente como ideas de la Mente divina, me ayudó a sentirme protegida cuando volé en una avioneta en una tormenta eléctrica, viajé en un tren que descarriló en el Territorio del Yukón, y enfrenté la amenaza de una bomba en un aeropuerto europeo. He podido viajar a muchos lugares interesantes en prácticamente todo tipo de transportación —trineos tirados por perros, globos aerostáticos, cruceros, hidroaviones— y siempre he tenido la certeza de que estoy segura porque soy un huésped de Dios.