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Alzheimer REVERTIDO

Mi andar hacia la completa salud

Del número de enero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A finales de los años ochenta, empecé a percatarme de que tenía problemas de memoria muy particulares, que iban más allá de olvidar ocasionalmente un nombre o dónde había dejado algo. En 1991, busqué la ayuda de un grupo que hacía estudios de investigación de la memoria, el que me dio el aterrador diagnóstico de que padecía demencia senil prematura, y me hicieron tomar parte de un estudio para probar la eficacia de una fórmula que consistía principalmente de una preparación de hierbas china.

Mi memoria mejoró notablemente, pero en el siguiente par de años se presentaron varios problemas físicos que me causaron angustia. Primero, tuve dolores de espalda y espasmos musculares, después tuve dolor debilitante en los pies, caídas frecuentes y ciática, todo lo cual finalmente fue atribuido al deterioro de los discos vertebrales. Posteriormente, también padecí otros problemas físicos, entre ellos, prolapso de la válvula mitral, enfermedad fibrocística, una enfermedad del hígado, artritis, diabetes incipiente, e hipotiroidismo.

Acosada por el dolor y la fatiga, paulatinamente abandoné casi toda actividad fuera de casa. Aún asistía a la iglesia episcopal, donde era miembro de la junta parroquial, pero había ocasiones en las que tenía que salir a mitad del servicio o de la reunión, debido a los malestares físicos. Mi vida se transformó en una sucesión de ingestión de medicamentos y de visitas a especialistas.

Cuando un tratamiento médico reducía los síntomas de una enfermedad, surgían otros. Como no estaba dispuesta a continuar en este camino cuesta abajo, investigué otras formas de curación. En agosto de 1993, encontré un médico que podía tratarme con homeopatía, medicina ayurvédica [medicina integral de la India], nutrición y yoga. Durante este tiempo, también recibí tratamiento Rolf (una forma de manipulación muscular terapéutica) y terapia física.

Dejé de tomar los medicamentos alopáticos, cambié mi dieta e hice ejercicio; en lugar de esos medicamentos, tomaba remedios y vitaminas homeopáticas. Pronto me sentí mejor, y empecé a llevar una vida normal; pero después de un tiempo, surgieron nuevos problemas que requirieron de más remedios homeopáticos. De nuevo, comencé a tomar medicamentos constantemente. De hecho, cuando pasé por la aduana al iniciar un viaje de un mes por México, llevaba tantas píldoras y pastillas, que me detuvieron mientras los inspectores y los perros rastreadores de droga investigaban mi equipaje. No puedo culparlos, pues mi equipaje estaba repleto de medicamentos.

Pero lo peor de todo fue que volvieron mis problemas de memoria, y más severos que antes; esta vez fueron diagnosticados como Alzheimer. Los análisis mostraron un factor sanguíneo asociado con algunos casos de esta enfermedad. También mi historial familiar presentaba casos de pérdida de memoria y senilidad, y un primo había muerto de Alzheimer, lo que hizo sospechar que mi enfermedad fuera hereditaria.

En julio de 1996, se me prescribió la dosis más alta permitida de Tacrin, que en aquella época era el medicamento que se utilizaba como último recurso. El Tacrin no era una panacea; los estudios habían mostrado que su eficacia era de corta duración, y que, al dejar de utilizarlo, se presentaba un rápido e irreversible deterioro hasta llegar a la demencia.

"Oré de todo corazón pidiéndole a Dios que nos evitara, a mí y a mi familia, las últimas etapas de esta enfermedad".

Los meses posteriores a este nuevo diagnóstico fueron un tiempo de total desesperación; sin embargo, tenía bendiciones que agradecer. La presencia cariñosa de mi esposo fue esencial. También de gran importancia fueron los coordinadores y miembros de un grupo de apoyo a personas que padecen de Alzheimer. Los guías del grupo eran muy pacientes, siempre atentos a nuestras necesidades y dispuestos a ayudar. Fue un gran alivio el no estar aislada, sino en la compañía de otras personas que también estaban en etapas intermedias de la enfermedad. En el grupo había comprensión mutua por nuestras dificultades, aunque no pudiéramos recordar los nombres de los demás. Hablábamos de muchas cosas, y llorábamos, pero también reíamos y pasábamos maravillosos momentos juntos; y eso ya no sucedía con frecuencia en otras áreas de mi vida.

Había una mujer que parecía menos angustiada que el resto de nosotros, aunque quizá era el miembro de mayor edad de nuestro grupo. Ciertamente, ella era la más elegante de todas; siempre usaba hermosos vestidos de raso o de crepé, con chales y joyería deslumbrante. En alguna época, había sido propietaria de una boutique en Miami Beach, y había diseñado el traje de baño que llevó puesto Betty Grable en una famosa fotografía.

Un día, le pregunté cómo hacía para permanecer tan tranquila ante tal calamidad. "Cuando yo era joven", me contestó, "mi mamá me dio un libro escrito por Mary Baker Eddy, y este libro es mi roca. Es lo que me mantiene firme". Tomé esto como una clave. Reconocí el nombre de Mary Baker Eddy, y sabía sobre los practicistas de la Christian Science, que se suponía eran capaces de sanar por medio de la oración. Pero dudaba de hablarle a uno de ellos, ya que tenía muchos temores.

Entonces, visité a mi tío en San Petersburgo, Florida. Y un día cuando pasé por una Sala de Lectura de la Christian Science, vi en el escaparate un folleto sobre el suicidio. Sin pensarlo, entré y pedí un folleto "para dárselo a un amigo". No quería decir que en cualquier momento podía suicidarme, pero unas cuantas semanas antes había estado peligrosamente cerca del suicidio, y el pastor de mi iglesia me había ayudado durante la crisis. Me había prometido a mí misma que nunca consideraría de nuevo esa opción, pero como no estaba dispuesta a permitir que la enfermedad siguiera su curso tan lento, persistía el pensamiento de quitarme la vida.

Le mencioné a la bibliotecaria de la Sala de Lectura que yo tenía Alzheimer, y ella me sugirió que visitara una Sala de Lectura cuando regresara a Nueva York. Cuando regresé, todavía dudaba; junto con los temores por la enfermedad, los temores respecto a la Christian Science daban vuelta en mi mente: quizá los practicistas me rechazaran. Si me tratara por la Christian Science, ¿me perdonaría Dios por salir de mi iglesia? La Christian Science se veía bien desde fuera, pero ¿qué tal si por dentro fuera mala, o tuviera que ver con la brujería, o implicara la dependencia hacia una persona? ¿O qué tal si Dios realmente quería que muriera ahora, por lo que no debía resistirme por más tiempo a Su voluntad? ¿Debería hacer lo que algunas personas me habían sugerido: regocijarme por tener esa enfermedad y ofrecer mi sufrimiento a Dios como sacrificio? Incluso si yo fuera a una Sala de Lectura, ¿recordaría algo de lo que me dijeran?

En poco tiempo, los efectos secundarios de los nuevos medicamentos se hicieron casi insoportables. Reduje la dosis, tratando de mantener algunos beneficios disminuyendo los efectos secundarios. Ya no creía que hubiera alguna oportunidad de sobrevivir. Oré con todo mi corazón pidiéndole a Dios que nos evitara, a mí y a mi familia, las últimas etapas de esta enfermedad. Tenía la esperanza de que una enfermedad súbita o un accidente pudieran acabar con mi sufrimiento.

La siguiente visita al doctor reveló una complicación más: una infección de la sangre. El médico era un hombre compasivo que sabía cómo me sentía; él había perdido a su madre debido al Alzheimer. Su ayudante, que también era médico, me preguntó si quería ser tratada de la enfermedad sanguínea. Lo pensé por uno o dos días, y llegué a la conclusión de que este nuevo diagnóstico era un regalo de Dios, así que amablemente rechacé el tratamiento.

Al fin podía hacer un plan: acabaría los medicamentos que tenía, y entonces, esperaría a que mis males combinados rápidamente pusieran fin a mi vida; además, visitaría una Sala de Lectura de la Christian Science en Manhattan, y les preguntaría si podían ayudarme. Total, ¿qué podía perder? Bueno, quizá perdiera la vida eterna, pero decidí arriesgarme; tal vez Dios lo entendería.

Al día siguiente, les pregunté a los guías del grupo de apoyo qué pensaban de mi plan. Ellos me recomendaron que no me deshiciera de lo que quizá todavía me ayudara, y que dejara las puertas abiertas para continuar con la atención médica, pero no vieron ningún peligro en que visitara la Sala de Lectura.

Después de la reunión, fui a la Sala de Lectura ubicada en la Calle 62, en Manhattan, y le describí mi problema a la encargada. Sin vacilar, me dijo que la Christian Science podría ayudarme; me dio un ejemplar de The Christian Science Journal, y me mostró la lista de practicistas que aparecen en él. Ella no me recomendó ninguno en especial, pero mencionó a varios que trabajaban por donde yo vivía. Tomé nota, porque las cosas solían entrar y salir de mi mente sin dejar huella. Ella me sugirió que orara para saber a cuál llamar.

Al día siguiente, el 26 de enero de 1998, hice una cita con un practicista en su oficina. Él me escuchó pacientemente, y me aseguró que la voluntad de Dios no era que muriera, sino que viviera.

¿Estaría diciendo la verdad? ¿Sería realmente posible la curación?

Continúe orando para ser guiada, y me sentí inclinada a llamar a otro practicista, quien construyó sobre los cimientos que había propuesto el primero. Yo me sentí muy tranquila mientras hablábamos; no recuerdo exactamente qué dijo, pero yo sabía que lo entendía. Era muy simple, y lo absorbí porque mis experiencias me habían hecho como una niña: necesitada y receptiva a lo que fuera verdadero, bueno y que me ayudara a crecer.

"Apóyese en Dios", me dijo, "Él la sostendrá". Salí con la recomendación de que buscara algunas citas en Ciencia y Salud Felizmente, yo tenía el libro en casa; era un ejemplar que por curiosidad había comprado muchos años antes en una tienda de libros usados. En aquel entonces, lo había leído un poco, pero realmente no lo había entendido.

Después de un mes, había leído las citas muchas veces, y había orado con tanta confianza como me era posible. Llevé a cabo mi plan de dejar de tomar los medicamentos totalmente. Traté de comprender y de creer lo que la practicista me había enseñado respecto a mi naturaleza espiritual y a mi indisoluble relación con Dios. Me apoyé en Él lo mejor que pude.

Tomé el último de mis medicamentos alrededor del 25 de febrero y, sin demora, regresé a la oficina de la practicista; yo estaba sorprendida de que todavía estuviera consciente, de que supiera quién era y de que fuera capaz de ir de un lado a otro sin perderme. La súbita decadencia mental que me habían pronosticado, no se produjo cuando dejé de tomar los medicamentos. Hablamos, y entonces me preguntó si quería que orara; ciertamente lo quería, y con gran interés esperé sus palabras.

Ella cerró sus ojos, inclinó la cabeza y ¡no dijo absolutamente nada! Yo me preguntaba qué estaba pasando; quizá ella estaba preparando su oración antes de decirla. Fue un silencio muy largo; luego, se me ocurrió que ella estaba orando en silencio, lo que parecía muy extraño. ¿Qué podría estar diciendo en la oración? Por fin abrió los ojos, y sonrió.

Unas cuantas palabras más, y nuestra reunión había terminado. Eso fue todo, fue tan simple como eso. No hubo imposición de manos, ni trucos, ni nada misterioso, sólo una conversación tranquila y una oración silenciosa.

"Manténgame informada de su progreso", me dijo mientras yo salía, "los resultados están garantizados". Qué palabras tan extraordinarias: "Los resultados están garantizados". Mientras caminaba por la calle, estas palabras resonaban en mi mente. ¿Estaría diciendo la verdad? ¿Realmente podría ser posible la curación?

Creo que esa noche no dormí ni un instante, me sentía más feliz que nunca. Pienso que no me importaba si estaba curada o no, porque había esa luz pura y brillante que me decía que Dios era bueno. Comprendí que Él era todo lo que podíamos desear que fuera, y mucho más, mucho, mucho más. Vi que Dios verdaderamente es Amor. Vi las estrellas y los planetas, el universo entero, en un orden inmenso y tranquilo, moviéndose en el Amor. Me sabía parte de Él; sabía que todos los que han vivido están, y siempre estarán, viviendo en este Amor. Y como Él da un amor tan puro, y nunca envía nada malo, sino que mantiene segura Su creación eternamente, por primera vez en mi vida pude amar a Dios fervorosa y plenamente.

Durante las siguientes semanas, la vida continuó como de costumbre. No tomé ningún medicamento, y no caí al abismo de la demencia, ni pensé en la infección sanguínea que se suponía que tenía, no obstante, seguí asistiendo todas las semanas a mi grupo de apoyo de Alzheimer. Noté que me daba cuenta de qué miembros faltaban, y que recordaba cosas de las reuniones anteriores. En una ocasión, cuando uno de nuestros guías del grupo buscaba la palabra adecuada para indicar algo, yo la recordé y se la dije; noté que los dos guías se miraron uno al otro sorprendidos ¡y yo también estaba sorprendida!

La siguiente semana, el grupo de guías me preguntó si me importaría que me evaluaran nuevamente; estuve de acuerdo y presentía que lo haría bien. El 30 de marzo, dos meses después de mi visita al primer practicista de la Christian Science, visité a un médico en el Hospital Presbiteriano de Nueva York. Él me realizó varias pruebas similares a las que había sido sometida durante los últimos años, y que me habían causado frustración y me habían hecho llorar por mi falta de habilidad para contestarlas. Esta vez las respondí con facilidad, disfrutando del reto.

El médico dijo que nunca antes había revertido un diagnóstico de Alzheimer.

El médico estaba casi tan feliz como yo con los resultados. Comentó que lo había hecho muy bien, y que me había aplicado algunas pruebas que generalmente no se le dan a una persona de mi edad. Los resultados que había obtenido eran mejores que el promedio de las personas de 27 años. Dijo que él nunca antes había revertido un diagnóstico de Alzheimer.

El médico y yo le dimos a mi esposo la noticia de que se había revertido el diagnóstico. Sólo en tres ocasiones en nuestros 40 años de matrimonio había visto lágrimas en sus ojos, y esta vez eran lágrimas de alegría.

Desde ese día, he ido a la Sala de Lectura muchas veces para leer y aprender; también empecé a asistir a los servicios religiosos de una Iglesia de Cristo, Científico. Me di cuenta de que las reuniones de testimonios de los miércoles por la noche son muy útiles, ya que las personas hablan de sus curaciones y de su viaje espiritual. Todo esto fue de enorme apoyo y aliento mientras iba obteniendo una visión completamente nueva y sorprendente de la realidad, en la cual, el ser espiritual es real y tangible. Ahora sé que lo más importante que puedo hacer es aprender más sobre la curación mediante la oración, y saber cómo ayudar a otras personas a salir del sufrimiento. He experimentado un poder sanador que está al alcance de cualquiera que lo busque con un corazón sincero.

En el año 2000, me afilié a la iglesia a la que pertenece la Sala de Lectura que visité por primera vez en Nueva York. El año pasado tomé Instrucción en Clase Primaria en la Christian Science, y me hice miembro de La Iglesia Madre, en Boston. Ahora mi única medicina es la verdad que encontré en la Biblia y en Ciencia y Salud; y estoy completamente libre de todos los males que me habían atormentado. Ninguno de los temores que tenía sobre la Christian Science se materializaron; por el contrario, he recibido grandes bendiciones.

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Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 353

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