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Desde mi niñez me gustaron los libros y lo que de ellos aprendía

Del número de febrero de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde mi niñez me gustaron los libros y lo que de ellos aprendía. A temprana edad comencé a amar la página impresa. Así, los libros fueron mis buenos amigos. A través de ellos aprendí el idioma inglés por mi cuenta. La habilidad de leer libros en inglés me ayudó a ampliar el círculo de mis amistades, hasta que un día un buen amigo puso en mis manos Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Ese fue un momento decisivo en mi vida. Mi búsqueda de libros mejores terminó allí. Desde ese momento, Ciencia y Salud y la Biblia han sido mis mejores amigos, y nunca me han fallado.

Cuando comencé a leer Ciencia y Salud, me conmovió lo que me enseñó acerca de mi verdadero ser espiritual y de mi inseparable relación con Dios. Aprendí que el hombre, mi naturaleza verdadera, es la idea de Dios, buena, pura, afectuosa y completa. No podía leer una sola página de ese libro sin que rodaran por mis mejillas lágrimas de alegría. Tal era la inmensidad de mi gratitud por lo que Ciencia y Salud me ofrecía.

Puedo decir sinceramente que me descubrí a mí mismo durante esas semanas en que leí el libro de principio a fin por primera vez. Mi intensa búsqueda de Dios (que se había extendido por más de quince años) comenzó a encontrar respuesta en la lectura de ese libro. Fue, por cierto, una maravillosa recompensa por la tarea de aprender otro idioma por el solo gusto de hacerlo.

El estudio de Ciencia y Salud me reveló la Biblia y me hizo apreciar más los ricos tesoros espirituales que contiene. Esto fue una bendición adicional. Estos libros amigos están ahora conmigo constantemente, predicando, consolando, guiando, sanando y dándome todo lo que necesito día a día. No cambiaría estos dos queridos libros por nada del mundo.

Durante las semanas en que estudié Ciencia y Salud por primera vez, sané de una erupción crónica muy fea en el mentón, y de lo que los médicos llamaban “debilidad general”. (Ambas condiciones me habían causado problemas por más de dos años y no habían cedido al tratamiento médico). Durante ese mismo período, sané también del deseo de fumar y de beber. No tuve que pelear más batallas contra el deseo de fumar. (Había tratado de dejar el hábito muchas veces durante más de quince años.) El deseo de fumar y beber simplemente desapareció y no he vuelto a sentirlo.

Además de estas curaciones, me liberé de frecuentes resfríos y dolores de cabeza. Ambas condiciones desaparecieron al empezar a estudiar Ciencia y Salud, y nunca más se manifestaron. Estas son las maravillosas bendiciones que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) trajo a mi experiencia durante mi primera lectura del libro. Y me he sentido más sano, fuerte y feliz desde entonces.

Cuando todavía era un estudiante nuevo de esta Ciencia, tenía un gran deseo de tomar instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Sentía que esa clase sería un importante paso en mi crecimiento espiritual. Pero no tenía los fondos necesarios. En Salmos leemos: “¿Podrá [Dios] poner mesa en el desierto” (78:19). Y la Sra. Eddy responde en Ciencia y Salud (pág. 135): “¿Qué no puede hacer Dios?” El mismo año que di los pasos para tomar la clase, los fondos necesarios fueron hermosamente provistos, y viajé de un extremo a otro del mundo para estar en la clase del maestro que había elegido. Me compenetré profundamente de las verdades espirituales enseñadas en esa bendita clase. Esta instrucción dio un propósito elevado a mi vida, un sentido de dirección y la gloriosa seguridad de sentirme verdaderamente satisfecho. Pronto descubrí que con humildad podía ayudar a otros a través de la Ciencia Cristiana, y desde entonces he continuado creciendo espiritualmente.

Si bien ha habido períodos en que la gloria del Amor divino que vislumbré durante mi primera lectura de Ciencia y Salud, y durante la clase de instrucción, parecía oscurecida, estoy agradecido porque puedo decir, en el lenguaje de Pablo: “ ... estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:8, 9). Sí, la gracia de Dios siempre estuvo allí para elevarme hacia una vislumbre más clara del Amor divino.

A medida que he persistido en el estudio de Ciencia Cristiana, he ido sanando de rasgos de carácter equivocados, tales como ira, autocompasión, autocondenación, odio, resentimiento y frustración. Ahora, cuando ocasionalmente comienzan a aparecer sugerencias de esos errores, son rápidamente eliminadas.

Mi más profunda y permanente gratitud es por el verdadero conocimiento de Dios y del hombre que la Ciencia Cristiana trae a todos aquellos que genuinamente lo buscan. El hombre de Dios no es material, sino completamente espiritual. El hombre no es pecador ni está abandonado, sino que es completa y eternamente bueno, afectuoso, puro y perfecto. El coexiste con Dios, su Padre, que es Amor, el Principio divino. Estas potentes verdades pueden ser demostrados en alguna medida por todo humilde buscador de la Verdad.


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