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Bajo cualquier circunstancia

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si Es Verdad que Dios es infinito y bueno, entonces lógicamente podríamos llegar a la conclusión de que no queda lugar para el mal. Pero esto es más que un pensamiento placentero. El hecho es que la gente ha estado comprobando que es verdad, tanto en casos de poca importancia como en casos de mucha importancia, a lo largo de la experiencia humana.

Una de esas personas fue Juan, el muy amado discípulo de Jesús. El antiguo escritor cristiano Tertuliano relata la tradición de que el Apóstol Juan fue puesto en una caldera de aceite hirviendo por orden del emperador romano en un esfuerzo por detener la difusión del cristianismo. Por muy asombroso que parezca, escapó de estas ordalías sin sufrir daño alguno. Más tarde las autoridades romanas lo desterraron a la Isla de Patmos, donde aparentemente fue condenado a trabajos forzados. Pero es evidente que Patmos no fue un lugar meramente de persecución para Juan, pues fue allí donde recibió los mensajes para las siete iglesias y las visiones que más tarde registró en el inspirador libro del Apocalipsis. De manera que de una situación que parecía llena de mal resultó un bien grande y permanente.

La Sra. Eddy, en su libro Ciencia y Salud, comenta sobre la manera en que el bien vino a Juan. Explica que “el mismo mensaje, o pensamiento alígero, que derramó odio y tormento, trajo también la experiencia que por fin elevó al vidente para que contemplara la gran ciudad, cuyos cuatro costados iguales fueron un don del cielo y daban el cielo”. Y a continuación indica cómo se aplica este punto a nuestra vida cuando escribe: “La circunstancia misma que tu sentido sufriente considera enojosa y aflictiva, puede convertirla el Amor en un ángel que hospedas sin saberlo”.

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