Mary Trammell o “Trinka”, como se la llama cariñosamente, recibió su doctorado en literatura e historia de la Biblia y enseñó periodismo y redacción en el sistema público universitario del estado de Florida, antes de convertirse en practicista y maestra de la Ciencia Cristiana.
Trinka fue miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, y ocupó varios puestos a nivel editorial en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, entre ellas, Redactora en Jefe. Durante todo ese tiempo, viajó mucho y escribió prolíficamente para las publicaciones, y continúa haciéndolo. Actualmente es miembro de la Junta de Educación de la Ciencia Cristiana, y divide su tiempo entre Boston y el estado de Florida.
Al sentarnos para conversar en La Iglesia Madre, en Boston, su celular suena por segunda vez, tierno recordatorio de que dondequiera que vaya, ella lleva consigo su práctica de la Ciencia Cristiana. Y por lo que dice, no podría ser de ninguna otra manera.
Trinka, ¿cuándo comenzó realmente tu práctica de la Ciencia Cristiana?
Tomé instrucción en clase de la Ciencia Cristiana al terminar mi primer año en la universidad. Inmediatamente después de eso, mis compañeros de la universidad que eran Científicos Cristianos empezaron a pedirme ayuda por medio de la oración. A partir de ese momento mi práctica fue pequeña pero constante, aunque yo había decidido seguir una carrera académica. Sin embargo, sentía que con el tiempo terminaría dedicando mi vida totalmente a la práctica, cuando dejara la enseñanza universitaria.
¿Qué inspiró el cambio de planes?
Mis padres fueron dedicados practicistas de la Ciencia Cristiana durante 50 años, y mi padre era maestro de la Ciencia Cristiana, así que tuve ese ejemplo sumamente inspirador.
Mi padre tenía casi 90 años cuando falleció, y mi madre y yo recibimos una avalancha de cartas enviadas por sus estudiantes y otras personas a las que él había ayudado en la práctica —cientos— que decían: “La oración de este hombre cambió mi vida”. Por supuesto, respondimos a cada una de ellas, y me puse a pensar: “¿Le he dado alguna vez a alguien lo que mi papá o mi mamá le han dado a esta gente?”
En aquel entonces, a mí me encantaba mi trabajo como profesora; sin embargo, a veces me daba cuenta de que un estudiante lo que verdaderamente necesitaba era ayuda espiritual.
En ese momento, estaba terminando un período como Segunda Lectora en nuestra iglesia, y pensé: “Yo no quiero que termine esta maravillosa experiencia de servir a la Iglesia”. Y un domingo por la mañana, antes del servicio religioso, pensé: “El siguiente paso para ti es la práctica”.
Lo consulté con mi familia, ya que dependían de mis ingresos como profesora, junto con los ingresos de mi esposo, y todos ellos estuvieron de acuerdo, y dijeron: “Por supuesto”. Fue un sacrificio; decidimos vender nuestra casa, y mudarnos a una mucho más pequeña y utilizamos ese dinero para que nuestros hijos fueran a la universidad, pero todos sentimos que habíamos hecho algo por la humanidad.
Después que renuncié a mi trabajo en la universidad, alquilé una pequeña oficina y comencé la práctica pública. Al año, ya estaba anunciada en The Christian Science Journal.
Poco después, tuviste una experiencia muy importante que, según mencionaste en nuestra comunicación por correo electrónico, dio a tu práctica “una inspiración a largo plazo”. ¿Por qué no nos cuentas qué ocurrió?
Hacía un par de años que estaba en la práctica, cuando, de repente, contraje algún tipo de enfermedad. La misma producía mucho dolor y debilidad. Durante dos años, no pude salir de mi casa más de unos pocos minutos cada vez. Y la verdad es que cuando enfrentas una situación como esa, haces un profundo examen de consciencia. Pero lo maravilloso fue que nunca tuve que dejar mi práctica.
Pudimos ver que si permitimos que nuestro amor por los demás, que reflejamos del Amor divino, salga a la superficie y tenga prioridad en el trabajo de iglesia, tal como lo hace en nuestras familias, es posible tener armonía en cualquier iglesia.
De hecho, creo que fue la práctica lo que me salvó la vida, porque hubo momentos en que me preguntaba si lograría recuperarme o ser útil para el mundo. Pero como mi esposo solía decir: “A veces sientes como que estás a punto de morir, y luego suena el teléfono y de repente, te incorporas o te apoyas en algo, y ayudas a alguien a ver la irrealidad de lo que le provoca malestar, tristeza o dolor”. Me dijo: “Yo he visto cómo te olvidas de ti misma al querer ayudar a otra persona”, y creo que tenía razón.
Ese deseo es natural, y es el amor lo que lo motiva. El Amor es divino, es Dios, y como Mary Baker Eddy dice en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Todo lo que mantiene el pensamiento humano en línea con el amor abnegado recibe directamente el poder divino” (pág. 192). Esto es lo que entra en acción.
Recuerdo que un día estaba sola en la casa, acostada en el sofá, y pensé: “Si algún día me sano totalmente, quiero ser una persona nueva, y voy a dedicar toda mi vida, como nunca antes, a Dios y a la práctica de la Ciencia Cristiana, a su misión sanadora”. Entonces, sentí como una voz que me dijo: “Bueno, ¿por qué no empiezas ahora mismo?” Así que, en ese momento, me comprometí a entregarme por entero como nunca antes había hecho. Creo que fue a partir de ahí que comencé a ver la luz al final del túnel, y me recuperé por completo.
Y como tú sabes, Suzanne, he estado muy saludable desde entonces.
A partir de ese momento, la práctica se convirtió en mi vida, en el centro de todo, ya sea familia, trabajo de iglesia, redacción y revisión. Sin eso, el resto no tendría sentido alguno.
¿Cuáles crees que son los atributos más importantes de un practicista o sanador?
Tendría que poner el amor al principio de la lista. Si tienes amor, esto te da la gracia, las palabras que necesitas, cuando hablas con un paciente. Pero no son las palabras las que sanan: es el Amor divino, el tipo de amor que Dios pone en nuestro corazón, cuando realmente nos preocupamos por los demás, cuando verdaderamente amamos a Dios y queremos caminar con Él, y ayudar a otros a caminar con Él.
Y, por supuesto, es importante estar alerta para proteger tu propio pensamiento. Pero ¿qué te da esa motivación sino el amor? Cuando te interesas realmente por el bienestar ajeno, no te permites enojarte por los problemas, o caer en tentaciones y cometer errores que, de alguna manera, comprometan tu capacidad de sanar, porque sucederá. Alejarse de los pensamientos basados en el Principio, como son, la bondad y la pureza —y todos lo hemos hecho, a veces— compromete lo que podemos hacer por la humanidad.
A menudo la iglesia parece ser un verdadero campo de prueba para “salvaguardar” el pensamiento, por ejemplo, de la falta de amabilidad y de la crítica.
Cuando la Junta Directiva celebró reuniones alrededor del mundo, siempre que podíamos nos reuníamos con los jóvenes en las iglesias, y con mucha frecuencia nos preguntaban: “¿Por qué los miembros de la iglesia, los adultos, se pelean entre sí?” Y la verdad es que era difícil responder a esa pregunta.
No hay nada que nos impida vivir esta verdad lo mejor que comprendamos, en todas partes, y ofreciéndola a todo el mundo.
Pero al pensar juntos al respecto, creo que los chicos podían ver, y nosotros también, que es como a veces sucede con las familias que discuten sobre cosas, pero se aman unos a otros. Pudimos ver que si permitimos que nuestro amor por los demás, que reflejamos del Amor divino, salga a la superficie y tenga prioridad en el trabajo de iglesia, tal como lo hace en nuestras familias, es posible tener armonía en cualquier iglesia.
Lamentablemente, a veces terminamos por no estar de acuerdo en las pequeñas cosas que son incidentales en otras denominaciones.
A veces lo único que necesitamos es un pequeño recordatorio de la unicidad de la Mente, de todo aquello donde nos tenemos que unir. Lo que la Biblia llama “mente carnal” —la manera material de ver las cosas— desearía arrastrarnos para que estemos en desacuerdo y nos hace pensar que, lo que son esencialmente simples detalles, son lo suficientemente importantes como para dividirnos. No hay nada que sea tan importante.
Cuando eras Redactora Adjunta de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y luego miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, visitaste 34 países. ¿Qué fue lo que más te inspiró de esas visitas y te dio esperanza para el movimiento de la Ciencia Cristiana?
Nos dimos cuenta de que muchas iglesias, sociedades y grupos tienen trabajadores buenos y de gran fortaleza espiritual. En algunos casos, puede que haya sido tan solo una persona, como el hombre de Filipinas que visitó Estados Unidos hace algunos años, fue sanado en la Ciencia Cristiana, y luego regresó a su casa para difundir la palabra acerca de la nueva religión maravillosa que había encontrado. De manera que uno es lo único que se necesita. Con frecuencia, había dos o tres queridas personas que percibieron la curación en la Ciencia Cristiana, y estaban tan entusiasmadas con ella, que promovieron las obras y los logros de sus iglesias filiales. Fue muy emocionante conocer a esas personas.
En mis viajes me ha dado mucha inspiración ver cómo los miembros toman la tarea más simple de la iglesia y la llevan a un nuevo nivel a través de la oración conjunta e inspirada, de manera que nunca se convierta en rutina. Son el tipo de personas que están atentas cuando alguien nuevo entra en la iglesia, listas para darle la bienvenida amablemente, de la misma forma que me dieron la bienvenida a mí. A veces, estas personas son las que ayudan a conciliar los desacuerdos que surgen entre los miembros. Me ha inspirado mucho ver personas que están en su octava y novena década de la experiencia humana, trabajar como voluntarios para realizar tareas de la iglesia que son muy exigentes, como ser Primer o Segundo Lector, porque les encanta. Así como ver otras personas que valoran y ayudan a nuevos Científicos Cristianos, y los invitan a afiliarse a su iglesia.
Estoy muy agradecida por ver cómo, en los últimos años, los jóvenes están tomando, cada vez más, el lugar que les corresponde dentro de nuestro movimiento. Los necesitamos, y realmente creo que tenemos que escucharlos, tenemos que darles la oportunidad de extender sus alas dentro de nuestras organizaciones de la iglesia, en la práctica sanadora, en las asociaciones de la Ciencia Cristiana e iglesias filiales. Están haciendo mucho para vigorizar nuestro movimiento, y estoy muy agradecida. Pero creo que tenemos que dejar la puerta bien abierta para que mucho más de eso ocurra.
Mencionaste que a menudo te preguntan: “¿Cuál es el futuro de nuestra Iglesia?”
Al orar acerca de esta pregunta, siempre percibo que la respuesta está en la vida que tú, y yo y cada uno vivimos. Es nuestra demostración de la verdad, nuestra disposi-
ción de compartir la Ciencia Cristiana con toda libertad y universalmente lo que ayudará a cambiar las cosas.
Es nuestra demostración de la verdad, nuestra disposición de compartir la Ciencia Cristiana con toda libertad y universalmente lo que ayudará a cambiar las cosas.
La Sra. Eddy nos dio el concepto de un Dios que es universal; ella escribió: “Dios es universal; no está confinado a ningún punto determinado, no está definido por dogma alguno, ni es propiedad de ninguna secta. No más para uno que para todos, Dios es demostrable como Vida, Verdad y Amor divinos; y Su pueblo son aquellos que Le reflejan —que reflejan el Amor” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 150). Y el Cristo es sin duda universal. Como ella dice: “El Cristo es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. 332.) No sólo a las personas que son criadas como cristianos, o creen en Dios, sino a toda consciencia humana.
Y la misión de Jesús fue ciertamente universal. Para mí es significativo que Jesús comenzó su ministerio en Galilea, que en aquel entonces estaba poblada principalmente por gente que no era judía, por personas que ni siquiera estaban comprometidas con el monoteísmo, y que pueden haber creído en muchos dioses. No obstante, Jesús predicó a todo el mundo sin excepción, y dijo a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Por lo tanto, estas son nuestras órdenes para ir adelante. No hay nada que nos impida vivir esta verdad lo mejor que comprendamos, en todas partes, y ofreciéndola a todo el mundo. Entonces, me gusta pensar que si somos universales en nuestra apreciación de la Iglesia y nuestra práctica de la Ciencia Cristiana —con esto quiero decir, incluyendo a toda la humanidad en nuestras oraciones— nuestra Iglesia, con el tiempo, reflejará más la universalidad en una escala humana.
Una de las cosas que más inspiración me dio al visitar las iglesias alrededor del mundo ha sido ver que la promesa universal de la Iglesia empieza a cumplirse, corazón a corazón, congregación a congregación. Y creo sinceramente, ¡que no hay forma de detenerlo!