Todo lo que Cristo Jesús enseñó reflejaba la supremacía del amor de Dios por el hombre, y Jesús dio prueba de sus enseñanzas al vivirlas. Su resurrección fue la demostración culminante para toda la humanidad, de que solo el Amor divino es Vida. Entonces, no puede haber mejor manera de celebrar ese glorioso júbilo de la Pascua: “Él ha resucitado”, que esforzarse por vivir cada día de una forma que demuestre esa verdad espiritual que Jesús vivió para demostrar.
Me encanta la manera como Mary Baker Eddy, al referirse a las celebraciones de la Pascua, señala lo siguiente a los miembros de la Iglesia de Cristo, Científico. Ella escribió: “Las sagradas palabras de nuestro amado Maestro: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos’, y ‘Sígueme tú’ instan al diario esfuerzo cristiano de manera que los vivientes ejemplifiquen a nuestro Señor resucitado” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 60). “Ejemplificar” significa mostrar mediante el ejemplo. Eso fue lo que hizo Jesús, y esto es lo que él esperaba que hicieran sus seguidores.
La otra noche mientras leía Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy, me encontré con un pasaje que me dio cierta inspiración respecto a llevar una vida que demuestre la verdad de lo que Jesús enseñó: “La imagen divina, idea, o el Cristo, era, es y siempre será inseparable del Principio divino, Dios. Jesús se refirió a esta unidad de su identidad espiritual así: ‘Antes que Abraham fuese, yo soy’; ‘Yo y el Padre uno somos’; ‘El Padre mayor es que yo’. El Espíritu único incluye todas las identidades” (pág. 333). Yo conocía muy bien esas tres declaraciones de Jesús respecto a su identidad como el Hijo de Dios. Pero fue esa última frase de la Sra. Eddy la que se destacó para mí: “El Espíritu único incluye todas las identidades”. “Todas las identidades” significa cada uno de los hijos de Dios, todos ellos.
De modo que esas tres declaraciones de Jesús, y tantas otras cosas que podemos aprender de ellas, tienen algo que enseñarnos sobre nuestra propia identidad real espiritual. Sí, Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios; pero todo lo que enseñó, y todo lo que hizo, fue para mostrarnos a nosotros quiénes somos realmente: los hijos e hijas profundamente amados de Dios, y cada uno es una idea única, espiritual, perfecta del Espíritu único, el Amor divino.
“Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Jesús les había dicho a los judíos que cualquiera que lo siguiera nunca moriría. Ellos cuestionaron su autoridad, diciendo que él no podía ser más grande que Abraham, que estaba muerto. Pero cuando Jesús dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy”, en esencia, estaba diciendo: “Esto es lo que realmente soy, el Cristo, la Verdad, que existe, siempre ha existido, y siempre existirá para mostrar a mis seguidores quiénes son como ideas eternas de Dios, que no pueden morir jamás”. Él explicó que su autoridad venía de Dios, su Padre, y el Padre de todos.
Este Cristo está siempre con nosotros para revelar que somos las ideas eternas, individuales, apreciadas del Amor divino, que siempre han existido, y siempre existirán, como reflejo de Dios. De modo que, “para ejemplificar a nuestro Señor resucitado”, podemos esforzarnos cada día por ceder al Cristo eterno, siguiendo las enseñanzas de Jesús, como están registradas en la Biblia, y permitiendo que el Cristo, la Verdad, transforme nuestro pensamiento y carácter para que concuerden con nuestra identidad eterna.
“Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Jesús hizo esta declaración acerca de sí mismo cuando se refirió a sus seguidores como ovejas que escuchan y siguen la voz del Cristo. Él dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:28, 29). Luego dijo: “Yo y el Padre uno somos”.
El Cristo, que Jesús ejemplificó, es la comunicación de Dios —la expresión infinita, que todo lo incluye, del Amor y la Vida divinos— que es tan inseparable de Dios como todos los rayos del sol, colectivamente, son inseparables del sol. Este Cristo por siempre nos incluye y nos revela como expresiones espirituales individuales de Dios, inseparables de Dios, tan inseparables de Dios como los rayos individuales son inseparables del sol y los unos de los otros. Aceptar nuestra identidad espiritual como la expresión eterna propia de Dios, siempre unida con Aquel que es Vida, es saber que no podemos morir jamás, que nada puede arrebatarnos de la eterna protección que la Vida nos brinda.
Podemos “ejemplificar a nuestro Señor resucitado” valorando nuestra unidad con Dios, y viviendo las cualidades espirituales que Dios expresa en nosotros —pureza, integridad, misericordia, totalidad, y así sucesivamente— las cualidades que forman nuestro ser como reflejos del Amor.
“El Padre mayor es que yo” (Juan 14:28). Jesús les dijo esto a sus discípulos después de informarles que muy pronto se iría para regresar a su Padre; que ya no estaría con ellos como una personalidad terrestre, sino que el Cristo, al que él representaba, estaría siempre con ellos. Les dijo que se regocijaran porque “El Padre mayor es que yo”.
Dado que Dios es mayor que cada uno de nosotros, podemos hacer lo que sea que se nos pida hacer, para “ejemplificar a nuestro Señor resucitado”. Nuestra fortaleza, habilidad, talento, provienen de Dios, quien “es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Recordemos siempre, como Jesús siempre lo hacía, dar la gloria a Dios en cada pequeño triunfo que tengamos al esforzarnos por tener una vida que demuestra que las enseñanzas de Jesús son verdaderas. Dios es el poder que sana y salva. No existe un poder mayor que ese.
Permite que el Cristo te eleve como reflejo del Amor que es Vida, el día de Pascua y ¡todos los días!
Barbara Vining
