Toda ciencia requiere de una prueba que pueda repetirse universalmente. Cuando se hace un nuevo descubrimiento científico, la comunidad científica naturalmente lo aplica y lo estudia, acumulando un conjunto de evidencias en el proceso. Como señaló Albert Einstein, la ciencia involucra a “aquellos que están completamente imbuidos de la aspiración por la verdad y el entendimiento” (Mis ideas y opiniones, pág. 46). Es más, la ciencia se apoya en la intuición inteligente y en la fe persistente, acompañados a menudo por el esfuerzo paciente, y esto tiene por resultado una demostración científica progresiva.
¿Hay alguna ciencia que pruebe la existencia de Dios? El reconocido ateo y biólogo evoIucionista Richard Dawkins escribió: “La existencia o inexistencia de Dios es un hecho científico acerca del universo, que puede descubrirse en principio si no en la práctica” (The God Delusion, p. 73). Mary Baker Eddy sí descubrió la Ciencia por medio de la cual probamos la existencia de Dios, un sistema de metafísica divina que ella llamó Ciencia Cristiana, y que presentó al mundo en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, en 1875.
La Ciencia Cristiana restableció el método sanador que Cristo Jesús plenamente demostró y enseñó a sus discípulos. Este fue un descubrimiento científico, no una invención del hombre; y se hizo universalmente disponible para que todos la pudieran aprender y practicar. Eddy no solo fundó una nueva religión sobre la Ciencia Cristiana, sino que, bajo la dirección divina, también estableció una comunidad científica para probar al mundo esta Ciencia eterna.
En su nivel más profundo, una comunidad científica requiere de un paradigma respecto a la naturaleza de la realidad. Eddy escribió: “La metafísica divina, como es revelada a la comprensión espiritual, claramente muestra que todo es Mente, y que la Mente es Dios, omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia, es decir, todo poder, todo presencia, todo Ciencia. Por lo tanto, todo es en realidad la manifestación de la Mente” (Ciencia y Salud, pág. 275). Ella había descubierto esta definición divinamente revelada de la realidad eterna mediante “la revelación divina, la razón y la demostración” (Ibíd, pág. 109). Su descubrimiento de que Dios, conocido también como Mente o Espíritu, es todo, y que nosotros reflejamos a esta Mente, fue un paradigma radical que se apartó de la opinión comúnmente aceptada de que la materia es la sustancia de la realidad. Ella escribió: “La Ciencia Cristiana explica toda causa y todo efecto como mentales, no físicos” (Ciencia y Salud, pág. 114).
Este descubrimiento, firmemente arraigado en la declaración científica de Jesús: “Solo el Espíritu da vida eterna; los esfuerzos humanos no logran nada” (Juan 6:63 NTV), era fundamentalmente opuesto a la suposición de que la materia es la base para toda vida e inteligencia. Por lo tanto, tenía que proporcionar una explicación respecto a la naturaleza de la materia. Eddy encontró que “lo opuesto de la Verdad —llamado error, pecado, enfermedad, dolencia, muerte— es el falso testimonio del falso sentido material de que hay mente en la materia; que este falso sentido desarrolla, en creencia, un estado subjetivo de la mente mortal que esta misma así llamada mente denomina materia, excluyendo así el verdadero sentido del Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 108). Esta revelación indica claramente que la materia es una formación de la consciencia mortal —lo que la Biblia llama “mente carnal” (KJV), la cual incluye toda forma de pensar destructiva y maligna— y no es una creación del Espíritu, o la Mente divina, la cual incluye toda bondad espiritual y pura. Precedió por mucho los avances de los físicos cuánticos a principios del siglo XX que declaraban hallazgos similares. Por ejemplo, décadas más tarde en 1921, Max Planck dijo: “Considero que la consciencia es fundamental. Considero que la materia es un derivado de la consciencia” (The Observer, January 25, 1931).
La Ciencia Cristiana explica que toda consciencia verdadera es espiritual y proviene de la Mente divina. Es un sentido espiritual que incluye la capacidad de comprender y conocer a Dios, y es inherente a todos al ser Su creación. En realidad, el sentido espiritual es la única capacidad por medio de la cual discernimos y expresamos inteligencia, honestidad y amor. Este sentido espiritual revela la “mente de Cristo”, la cual destruye progresiva e inevitablemente la consciencia falsa de temor, ignorancia y pecado, así como la luz destruye la oscuridad.
Mary Baker Eddy había descubierto las leyes divinamente naturales del Espíritu, las cuales, cuando se aplican a nuestra experiencia humana resultan en curación a través de medios espirituales. La verdadera explicación de todo orden, progreso y función en el hombre y en el universo no se encuentra en la materia, sino en el desarrollo espiritual derivado totalmente de Dios. Lo que el mundo hoy llama milagros inexplicables —ya sean las obras bíblicas del poder de Dios sobre la tierra o las curaciones en la Ciencia Cristiana en la era moderna— son en realidad demostraciones científicas que están totalmente de acuerdo con las leyes divinamente metafísicas. Nuestra Guía escribe: “Si el cristianismo no es científico, y la Ciencia no es de Dios, entonces no hay ley invariable, y la verdad se vuelve un accidente” (Ciencia y Salud, pág. 342). Nuestra verdadera salud está establecida en la certeza del Espíritu. Por lo tanto, su descubrimiento restableció el poder sanador del Espíritu Santo al cristianismo.
La Ciencia Cristiana ha sido probada, y se seguirá probando, con certeza científica y repetible, y demostraciones innegables.
Una característica crucial de la comunidad científica moderna es la acumulación de pruebas científicas, o conjunto de evidencias, registradas a través de revistas revisadas y archivadas que mantienen cierta norma de demostración científica. Para la Ciencia Cristiana, el laboratorio han sido las vidas modestas de aquellos dispuestos a aceptar el llamado de seguir a Cristo Jesús en sus obras sanadoras, incluso de demostrar su promesa para todos los tiempos: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también y aun mayores hará” (Juan 14:12).
La Ciencia Cristiana no se apoya en la experimentación física, sino en las demostraciones científicas donde Dios —quien es el Principio divino, el Amor— naturalmente ha respondido a la necesidad humana de curación. Y la Iglesia de Cristo, Científico, por medio de las publicaciones periódicas establecidas por Mary Baker Eddy, ha proporcionado los medios para registrar más de 80.000 testimonios de dichas curaciones desde 1883. La gran mayoría de estos testimonios contienen evidencia empírica de que el cuerpo físico recuperó la salud por medio del poder del Espíritu únicamente.
De acuerdo con la directiva bíblica de que “por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Corintios 13:1), cada relato debe ser verificado por lo menos por tres personas que conozcan y puedan dar fe de la integridad del individuo o hayan sido testigos de la curación. Miles de estos casos fueron diagnosticados por los médicos, y la lista de problemas físicos sanados por la Ciencia Cristiana es numerosa y variada: cáncer, tumores, huesos rotos, cataratas, diabetes, tuberculosis, leucemia, esclerosis múltiple, ceguera, parálisis cerebral, epilepsia, enfermedad de Alzheimer y fibrosis quística, para mencionar unos pocos. Un testimonio de los archivos hasta incluyó una curación completa de albinismo (Verna Rinesmith, Journal, May 1942).
Aparte de la evidencia innegable de la curación física, esos testimonios de gratitud muestran claramente que un aspecto esencial de toda curación es la creciente comprensión espiritual de la Verdad —incluso el acercamiento a nuestro Padre-Madre Dios— a medida que nuestra forma de pensar cede a la perfección predominante del Amor infinito. La Ciencia Cristiana, por ser el Consolador que Cristo Jesús prometió, repite sus palabras hoy: “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Juan 14:11).
El descubrimiento de Mary Baker Eddy posibilitó la práctica de la curación mental científica, eficaz y repetible. Ella explicó claramente cómo la oración, una actividad mental, podía tener un efecto científico en el cuerpo físico. Puesto que la materia es tan solo una formación del pensamiento errado, comprender al Cristo, la Verdad, o el poder del Amor omnipotente, destruye la consciencia falsa que causa la enfermedad, sanando de esa forma la enfermedad física. En vista de esto, toda confianza en los remedios materiales para sanar debilitaría el poder del Cristo para sanar, porque inherente a esa confianza está la creencia de que es la materia la que necesita corrección, en lugar del pensamiento. “Si confiamos en la materia, no confiamos en el Espíritu”, escribe Eddy (Ciencia y Salud, pág. 234).
Otro punto importante es que la Ciencia Cristiana no está basada en el capricho ni siquiera en la obligación de Dios de responder a una o muchas oraciones. La oración nos cambia a nosotros, no a Dios. La oración científica aplica la ley del Espíritu, sí, la completa totalidad del Amor divino, a la necesidad humana, y esto revela más sobre el hecho espiritual de que la Vida divina omnipotente y omnipresente sostiene la creación espiritual —incluidos todo hombre, mujer y niño— en eterna perfección. Es esta gracia de Dios la que define la realidad científica de toda la existencia.
Cristo Jesús explicó la necesidad de confiar en la capacidad de Dios para cuidar de nosotros cuando dijo: “Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Y él demostró el poder divinamente científico de la oración “sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35). Jesús sanaba mientras predicaba a las multitudes receptivas por medio de poderosas declaraciones de la Verdad y mediante su amor sincero y desinteresado que lo abrazaba todo. Como el Hijo puro de Dios, Cristo Jesús fue el perfecto demostrador de esta Ciencia. Y a medida que aumenta nuestra comprensión de Dios, a medida que cultivamos un amor más puro por los demás y abandonamos el pecado —como enseñó Cristo Jesús— entonces nosotros también somos capaces de hacer demostraciones más elevadas, incluso curaciones instantáneas. Esto proviene de la oración diaria, el constante crecimiento espiritual y moral, y una confianza sincera en que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Toda curación requiere que la consciencia humana ceda a la divina, o que se produzca un cambio en el pensamiento.
Aquellos que practican la Ciencia Cristiana muy pronto se dan cuenta de que el fracaso o la demora en la curación no es evidencia de que la Ciencia falle. En toda prueba de una ciencia, cuando no se logra ver cierta demostración en un tiempo determinado no es falla de la ciencia, sino de la aplicación humana de la misma. La aplicación incorrecta de las leyes de la aerodinámica no tendrá como resultado un vuelo confiable. Como dice en Ciencia y Salud: “La regla y la perfección de su operación nunca varían en la Ciencia” (pág. 149). No obstante, infinidad de curaciones se producen rápidamente.
Toda curación requiere que la consciencia humana ceda a la divina, o que se produzca un cambio en el pensamiento fuera del reino de las medidas y predicciones mortales. La curación instantánea no es inusual, porque el Amor que echa fuera el temor del pensamiento —como cuando se rompe una cadena al aumentar lentamente la tensión— puede suceder en un momento. Y no son únicamente nuestras propias oraciones las que pueden producir la curación. Las oraciones de un practicista de la Ciencia Cristiana por un paciente —o para sanar los ambientes mentales tales como los servicios religiosos, las conferencias y los sanatorios de enfermería de la Ciencia Cristiana— proporcionan una fe alentadora en el Espíritu que contribuye a la destrucción de los grilletes del temor y la creencia falsa que aprisiona el pensamiento.
La Ciencia Cristiana ha sido probada, y se seguirá probando, con certeza científica y repetible, y demostraciones innegables. Esta Ciencia confirma la Biblia, da testimonio junto con Cristo Jesús y prueba a la humanidad la existencia y el amor de Dios. Es el remedio universal, sí, la Ciencia del Cristianismo, la cual responde a todas las necesidades humanas. Su prueba no es la curación milagrosa en la que no se puede confiar, sino los resultados establecidos y repetibles de la ley natural del Amor que se producen cuando al orar nos apartamos de la materia y nos volvemos hacia el Espíritu.
El astrónomo Carl Sagan declaró concisamente esta norma que una ciencia debe satisfacer, cuando dijo: “Las afirmaciones extraordinarias requieren de una evidencia extraordinaria”. Para la mente humana, la Ciencia Cristiana es extraordinaria, de manera que se requiere de una evidencia aun mayor para que el mundo acepte universalmente la veracidad del descubrimiento realmente científico de Mary Baker Eddy. Por esta razón ella hizo esta promesa: “Hace muchos años la autora hizo un descubrimiento espiritual, cuya evidencia científica se ha acumulado para comprobar que la Mente divina produce en el hombre salud, armonía e inmortalidad. Gradualmente esta evidencia aumentará en ímpetu y claridad, hasta que alcance el punto culminante de su declaración y prueba científicas” (Ciencia y Salud, pág. 380). Mantener esta promesa en nuestros corazones es reconocer con gratitud el poder del Espíritu imparable y omnipotente que opera en cada uno de nosotros hoy.
