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Original Web

Para jóvenes

¿Quién soy yo ahora?

Del número de septiembre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 30 de julio de 2019 como original para la Web.


Desde que tenía dos años, la gimnasia fue mi amor, mi pasión y mi vida. Tan pronto tuve la edad suficiente, comencé a estar en el gimnasio cuatro horas y media al día, cinco días a la semana haciendo piruetas, balanceos y rotaciones. Sin embargo, para cuando llegué a décimo grado, ya no me entusiasmaba tanto como antes debido a la enorme cantidad de tiempo que debía dedicarle y al estrés que me provocaba.

La gimnasia hacía que me destacara entre mis amigos, así que me aterrorizaba pensar que perdería esa parte de mi identidad. ¿Es que instantáneamente sería una más del montón? Después de meses de una tremenda lucha interna para decidir si debía continuar o renunciar, decidí que necesitaba recurrir a Dios en busca de guía, tal como la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me había enseñado. Sentía que no tenía una idea clara de lo que debía hacer, pero sabía que la oración me guiaría en la dirección correcta.

Una noche, en la que me sentía muy decepcionada, abrí al azar mi ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, para obtener algo de inspiración para orar. En el Prefacio, leí este pasaje: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Había estado luchando para ver qué camino me llevaría a recibir más bendiciones, pero después de leer esa frase, se me ocurrió que cualquiera fuera el camino por el que Dios me guiara, aun así sería bendecida. Puesto que Dios es infinito, realmente no podía haber limitaciones en el bien que estaba preparado para mí.

Cuando me fui a dormir, me sentí optimista. Y cuando desperté a la mañana siguiente, vi claramente que debía finalizar mi carrera de gimnasta. No tuve ninguna sensación rara en el estómago. Ningún temor por el futuro. Me rodeaba una armonía y tranquilidad tan completas que supe que Dios me estaba guiando.

El siguiente paso era descubrir quién era yo más allá de la gimnasia. Esto quería decir que debía obtener una perspectiva nueva y más espiritual de mi identidad.

Comencé mis oraciones considerando la idea de que mi identidad está basada en Dios, como había aprendido al leer la Biblia. En Primera de Juan dice: “Ahora somos hijos de Dios” (3:2); el linaje de Dios. Ningún deporte o decisión sobre mi vida podía cambiar ese hecho acerca de mi identidad. Comprendí que, por ser hija de Dios, yo no podía hacer nada que me apartara de Su cuidado. Cualquier temor que hubiera quedado se disolvió, y fue reemplazado por una recién descubierta confianza en Él.

También me di cuenta de que todas las cualidades que me había encantado expresar como gimnasta eran realmente espirituales, de modo que podía llevarlas conmigo en lo que fuera que hiciera. El equilibro como gimnasta significaba mantenerme en la barra sin esfuerzo. Expresar equilibrio en otros aspectos de mi vida ahora significa ser precisa y decidida en la forma en que uso mi tiempo. La flexibilidad de un gimnasta representaba la capacidad de abrir y extender las piernas. Ahora, quiere decir trabajar con lo que tengo y ser receptiva al cambio. La fuerza en la gimnasia significaba trepar la soga. Ahora, la fortaleza quiere decir resistencia y estar dispuesta a mantenerme firme por mí misma y las cosas que son importantes para mí.

Me sentí muy agradecida al ver que, puesto que estas cualidades tienen su fuente en Dios, nunca me pueden faltar. Y siguen cumpliendo una función importante en mi vida a medida que exploro nuevos intereses, tales como fotografía y atletismo. 

Ver estas cualidades expresadas en formas nuevas y diferentes fue un punto decisivo para mí. A medida que he comprendido más claramente que mi identidad no está basada en mis actividades, sino que está compuesta de cualidades espirituales perdurables, he descubierto que estoy madurando y sintiendo una comprensión más profunda de Dios y la forma en que Él me creó. Me he dado cuenta de que mi identidad no ha cambiado; lo que ha cambiado es la manera de verme a mí misma. Ahora, en lugar de asociar mi identidad a una actividad, me apoyo más en el infinito sostenedor para que me muestre todo lo que soy y todo lo que soy capaz de hacer por ser Su hija. 

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