Recientemente, me desperté pensando en todas las curaciones que he tenido. Después de anotarlas, me di cuenta de que todas ellas tenían una conexión con la iglesia. Voy a contarles tres de ellas.
Cuando tenía doce años, me lastimé el dedo pequeño del pie mientras corría por la casa. El dedo se hinchó y me dolía mucho, pero entré en el coche y fui a la escuela de todos modos. Cuando íbamos de camino, mi mamá oró por mí. Hablamos de que Dios jamás nos defrauda, ni siquiera en el instante en el que parece ocurrir la lesión. Para cuando salí del auto unos treinta minutos después, el dolor había desaparecido. Sin embargo, la hinchazón continuaba.
Durante las siguientes semanas el dedo siguió deformado e hinchado, sin embargo, podía hacer todas mis actividades normales. Mi mamá y yo siempre leíamos una sección de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana antes de ir a la escuela, y continuamos orando por mi dedo. Podía asistir a la clase de ballet cuatro veces a la semana, usando zapatillas de ballet más grandes. Sin embargo, muy pronto tendría un recital y quería usar mis zapatillas de punta como estaba acostumbrada a hacer, pero no podía ponerme la zapatilla en ese pie.
Me di cuenta de que necesitaba sanar por completo; que no se trataba de que con el tiempo mejoraría, y que tenía que orar un poco. Había visto y tenido suficientes curaciones en mi familia como para saber que la curación se produce cuando cambia el pensamiento. Sabía que era mi pensamiento lo que tenía que cambiar, no mi dedo. Así que junté varios ejemplares del Christian Science Sentinel que teníamos en nuestra casa, los desparramé encima de la cama grande de mis padres, y comencé a leer todos los testimonios que hay en la parte de atrás.
Al principio pensaba en mi dedo y en sanar. Pero muy pronto me olvidé del dedo y simplemente me enfrasqué en todas las curaciones maravillosas que estaba leyendo. Me sentía muy agradecida por todas esas pruebas del cuidado y el amor de Dios por todas esas personas. Aunque no las conocía, sentía mucho amor por ellas.
Me interrumpió la voz de mi mamá llamándonos a mí y a mis hermanos para que bajáramos a cenar. Me levanté de un salto y bajé corriendo las escaleras. Cuando llegué abajo, me acordé del dedo y me di cuenta de que había corrido sin ninguna restricción o presión. Me miré los pies y mi dedo estaba completamente normal. No había hinchazón ni defecto alguno. No me sorprendió, ¡estaba muy feliz! Al día siguiente, me puse las zapatillas de punta y practiqué mis bailes en punta sin ningún dolor. Ni siquiera sentía no haber usado esas zapatillas por tanto tiempo. Estaba libre.
Esta curación ha sido un faro para mi práctica de la Ciencia Cristiana a lo largo de todos estos años. Me mostró muy claramente la conexión entre mi pensamiento y mi cuerpo. También me mostró la importancia de estar agradecida a los que estuvieron antes que yo, y demostraron las verdades que Jesús y Mary Baker Eddy ilustraron tan claramente en sus ministerios.
Muchos años después necesité esos ejemplos. Era madre de dos varones pequeños, y no podía dormir o comer normalmente. Durante un período de tres meses pasé casi todas las noches sin poder dormir, y perdí el apetito. También tenía síntomas de cierto tipo de perturbación mental, y me resultaba difícil cumplir con mi trabajo y los compromisos familiares. Solo le conté a mi marido y a algunos amigos acerca de mi problema. Ellos me apoyaron mucho, pero yo sabía que, en última instancia, esto era entre Dios y yo.
Oraba constantemente, y le pedí ayuda a varios practicistas de la Ciencia Cristiana a lo largo de varias semanas y meses. Recibía mucha ayuda, pero el progreso no era permanente. Los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana eran mis constantes compañeros durante las largas noches que pasaba despierta. En un momento dado, me pregunté si terminaría en un centro psiquiátrico, ya que simplemente no sabía cuánto más podría continuar así.
Hay dos cosas que se destacan en ese tiempo “en el desierto”. Primero, la bondad y el profundo amor que cada uno de los practicistas que me ayudaban me expresaban. Uno me envió un artículo maravilloso sobre la gratitud, y traté de vivir esa gratitud. La otra cosa que se destaca es que la iglesia era el único lugar donde sentía cierta paz o alivio de la presión mental. Nunca dejé de enseñar mi clase de la Escuela Dominical, y esos pequeños eran mi balsa salvavidas semana tras semanas, como lo eran las reuniones de testimonios de los miércoles.
De hecho, fue durante una de esas reuniones de testimonios que aprendí la lección final de esta experiencia. Una amiga mía, se puso de pie y dijo que tenía problemas con el insomnio. Luego hizo el (para mí) sorprendente pedido de que oráramos por ella. Nunca antes había escuchado a alguien hacer eso, y lo primero que pensé fue que yo era la última persona que podía ayudarla. Pero de camino a casa esa noche, sentí un fuerte empujoncito para que la llamara y le dijera que me encantaría apoyarla por medio de la oración. Así lo hice, y por primera vez en aquellas largas noches sin sueño, oré por esa imposición para otra persona. Esa noche me dormí y no desperté sino hasta la mañana siguiente. ¡Estaba sana!
La siguiente noche me desperté como acostumbraba a hacer, muy inquieta y molesta. Pero esta vez supe que no tenía que aceptar esos sentimientos. Dije en voz alta y con mucha convicción: “¡Oh no, vete de aquí!”. Volví a acostarme, puse mi cabeza sobre la almohada y me dormí. Esto ocurrió hace muchos años, y he estado libre de ese problema, incluso de la falta de apetito y de la perturbación mental, desde entonces.
La tercera curación que quiero contar ocurrió cuando un objeto me golpeó el ojo con mucha fuerza. Durante varios días no pude ver nada con ese ojo, y unos días después solo podía ver formas. El temor que sentía se transformó en el profundo deseo de sentir la presencia de Dios y dejar de querer que mi ojo sanara, y comprender, en cambio, más de la realidad espiritual.
El siguiente domingo después de que ocurrió eso, fui a la iglesia y me senté en el balcón, donde nadie podía verme. Traté de leer las citas que había en la pared, pero no pude, así que simplemente cerré los ojos y escuché la lectura de la Lección-Sermón. Escuché con mucho más cuidado que nunca. Al hacerlo, sentí esa paz y armonía que finalmente experimentamos cuando deseamos escuchar la voz de Dios. Al término del servicio, pude ver perfectamente las palabras en la pared más lejana. “Dios es amor” era una de las citas, y ciertamente me sentí amada en aquel momento.
Estoy agradecida por todas las curaciones que he tenido a lo largo de muchos años. Sin embargo, estoy más agradecida por el hecho de que me ayudaron a avanzar; me ayudaron a mirar con más atención lo que es real y lo que no lo es; y me capacitaron para comprender un poco más que, cuando nos apartamos de nuestro deseo muy comprensible de “mejorar”, descubrimos que aquello que necesitaba mejorar ya lo ha hecho.
Hilary Harper-Wilcoxen 
Bridgton, Maine, EE. UU.
 
    
