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Buenas noticias

Amemos a los hijos de Dios

Del número de enero de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de agosto de 2020 como original para la Web.


Hace muchos años, el Consejo del Condado de Londres, responsable de educar a los niños del centro de Londres, me preguntó si estaría dispuesta a enseñar a la clase más joven en una escuela para chicos “necesitados”. Estaban bajo el cuidado del estado porque sus familias se habían separado. Vivían en pequeñas cabañas en una finca al sur de Londres, y asistían a la escuela en el mismo campus todos los días. Acepté el puesto, pero me resultó muy exigente y difícil.

Utilizaba el viaje al trabajo todos los días como una oportunidad para orar para ver a estos niños no como privados del bien, sino como los hijos amados de Dios, como he aprendido en la Ciencia Cristiana. Afirmaba que solo podían estar gobernados por la ley de armonía de Dios, y que eran plenamente capaces de expresar cualidades que tienen su origen en Dios, tal como humildad, alegría e inteligencia. La Biblia muestra que Cristo Jesús amaba y respetaba a los niños. El Evangelio de Mateo nos dice que cuando la gente le traía niños al Maestro para que los bendijera, los discípulos los reprendían, pero Jesús respondió: “Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino del cielo pertenece a los que son como estos niños” (19:14, NTV).  Entonces, como discípula moderna de Cristo, yo también necesitaba ver a mis alumnos a la luz de la Verdad.

Las primeras semanas en mi clase fueron bastante caóticas. Tenía que hablar sobre una cacofonía de voces para captar la atención de los niños y que pudieran aprender las lecciones más simples, incluidos los modales básicos, como respetar el espacio de los demás. Sin embargo, en lugar de pensar en sus defectos, comencé a ver el potencial que cada uno de mis alumnos tenía, tal como en la naturaleza cada brote tiene la capacidad de abrirse y mostrar toda su belleza. Finalmente, aprendieron a escribir sus propios nombres, lo que los ayudó a comprender mejor que tenían una identidad e individualidad únicas. A una dulce pequeñita le tomó casi un año poder escribir su nombre, así que el día que lo escribió, toda la clase se regocijó con ella por el logro. ¡Su sonrisa ese día fue inolvidable! Los mejores esfuerzos de los niños para escribir y dibujar pronto llegaron a una gran pizarra de anuncios, donde aparecían junto con sus bien merecidas estrellas.

¡Mientras les enseñaba a estos niños y niñas aritmética, y a leer y escribir, yo misma estaba aprendiendo a demostrar cómo “crecer en gracia”! Mary Baker Eddy escribió en su libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (pág. 4). Esta fue una guía útil para mí al enseñar a estos jóvenes.

Hoy en día, hay demasiadas familias que, por causas ajenas a su voluntad, quedan atrapadas en circunstancias más allá de su control. A menudo huyen de sus hogares y se convierten en refugiados en países con diferentes idiomas, costumbres y hábitos. En estos casos, las familias muestran una gran capacidad de recuperación ante la adversidad, pero a menudo son los niños los que necesitan más apoyo.

Podemos sostener a las familias en nuestras oraciones a medida que comprendemos con mayor claridad lo que significa ser ciudadanos en el reino de Dios, donde no hay fronteras, barreras ni restricciones para el bienestar del hombre. Sabemos por la historia bíblica que Jesús mismo no tenía una dirección fija. En una ocasión, cuando alguien quiso seguirlo, simplemente le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Parece que Jesús se sentía igualmente en casa cuando estaba con amigos en una barca de pesca en el Mar de Galilea, como lo hacía cuando estaba orando solo con Dios, su Padre, en la cima de una montaña. Jesús demostró que Dios proporciona naturalmente el hogar de acuerdo con nuestra necesidad.

El Maestro nos enseñó que Dios también es nuestro Padre. La oración del Padre Nuestro comienza: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). Cuanto más he orado con el Padre Nuestro y he obtenido una mayor comprensión de su significado espiritual, más claramente he comprendido que todos somos hermanos y hermanas, igualmente amados y apreciados por nuestro Padre, en el reino de los cielos, que está aquí mismo, ahora mismo. Cuanto antes reconozcamos que Dios es el Padre-Madre de todos —reconocimiento que inspira la fraternidad y el amor al prójimo— tanto más pronto se reconocerá el reino de Dios aquí en la tierra en nuestros vecindarios y países. Ciencia y Salud afirma: “Padre-Madre es el nombre para la Deidad, que indica Su tierna relación con Su creación espiritual” (pág. 332).

Por cierto, continué enseñando durante dos años en aquella escuela del condado. Mientras los niños aprendían sus lecciones básicas, yo aprendía la lección básica pero importante de cómo orar sobre la marcha, momento a momento. Esta lección resultó ser fundamental en los años siguientes cuando comencé mi ministerio de curación como practicista de la Ciencia Cristiana de tiempo completo.

Mary Baker Eddy nos ha fijado una meta elevada: “El Científico Cristiano se ha alistado para disminuir el mal, la enfermedad y la muerte; y los vencerá al comprender su nada y la totalidad de Dios, o el bien” (Ciencia y Salud, pág. 450). Encendamos una vela especial en nuestros corazones por los niños del mundo. Tengamos suficiente compasión para ver sus necesidades y suficiente amor como para ayudarlos a alcanzar su máximo potencial como hijos de Dios. 

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