Hace aproximadamente un año me encontré con una idea asombrosa en relación con la política. Fue en un discurso pronunciado por Václav Havel, una figura destacada de “La Revolución de Terciopelo” que impulsó a Checoslovaquia a independizarse de la Unión Soviética en la década de 1990. Havel, que se desempeñaba como presidente del país recién liberado, sugirió que la política debería ser un foro para la práctica de la amistad.
¿La política un foro para la amistad? ¿Es eso posible?
En mi propia vida, la amistad y la política han ido de la mano desde la década de 1970. Tengo un círculo cercano de amigos del bachillerato de diferentes orígenes raciales y culturales, y una de nuestras actividades preferidas a lo largo de las décadas desde el bachillerato ha sido hablar de política. Todos conocemos las perspectivas de cada uno sobre la función del gobierno, las políticas nacionales, lo que el sector privado debería estar haciendo, etc., y aunque nuestros debates han sido a veces acalorados y llenos de enardecidos discursos, a menudo también han sido humorísticos. Pero al final, todos somos mejores por haber pasado ese tiempo juntos, por habernos informado unos a otros y haber agudizado los argumentos de los demás. A veces incluso hemos cambiado los puntos de vista de los demás. ¿Dejaríamos alguna vez que nuestras discusiones políticas afecten negativamente nuestra amistad? ¡De ninguna manera! ¿Por qué no? Porque valoramos más nuestra amistad que nuestras perspectivas políticas.
En un ejemplo a nivel nacional, en la década de 1980 la Cámara de los Comunes de Canadá tenía un miembro vocal del Parlamento de la Oposición Oficial que hacía todo lo posible para hacerle la vida miserable al partido en el poder. Ella se las agarraba, en particular, con un ministro del gobierno que era famoso por su franqueza, lenguaje colorido y disposición de meterse en una pelea de palabras con cualquiera, especialmente con alguien de la oposición. Sin embargo, durante su tiempo en el cargo, y especialmente después, ocurrió algo gracioso. Estos enemigos políticos “naturales” se hicieron amigos. Sus oficinas estaban cerca y los dos políticos interactuaban cordialmente. Después de que ambos se retiraron de la política, pero todavía estaban activos en la vida pública, su amistad se afianzó, y se visitaban mutuamente y a sus familias. Dudo que alguna vez hayan estado de acuerdo en mucho en términos de política pública, pero no dejaban que eso se interpusiera en el camino de su amistad y respeto mutuo.
Cuanto más dejamos que la Mente divina nos inspire y nos guíe, más experimentamos la amistad y nuestra humanidad común.
Un amigo ambientalista retirado que sirvió en el Parlamento hace una observación simple sobre cómo mejorar el sistema político: Cambiar los asientos en la Cámara de los Comunes para que los miembros no solo se sienten con su propio partido, sino que se mezclen con miembros de otros partidos. Él está seguro de que, a los 15 minutos, todos los miembros estarían mostrando a la persona sentada a su lado fotos de sus hijos y nietos, el enorme pez que capturaron en las vacaciones, y cosas por el estilo. En síntesis, la humanidad común de los miembros, cualquiera sea su partido político, trascendería sus diferencias y transformaría a la Cámara en un espíritu de cooperación y bipartidismo.
Creo que eso es lo que Havel pudo haber tenido en mente cuando habló de la amistad en la política: una hermandad que supera los temas del momento, por muy apremiantes que parezcan, y una humanidad que puede informar nuestras decisiones sobre esos mismos temas.
Mary Baker Eddy, la fundadora de El Heraldo, tenía gran confianza en la capacidad de una humanidad más elevada para unirnos. Ella escribió: “El cemento de una humanidad más elevada unirá todos los intereses en la divinidad única” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 571).
Hace algunos años, esa idea fue la base de mis oraciones para resolver un problema de la comunidad local. Una agencia federal que posee gran cantidad de tierra en nuestro barrio histórico decidió instalar una cerca alta de estilo industrial detrás de nuestras casas, las cuales llegan hasta un parque estrecho sobre un río. Siempre habíamos podido caminar por nuestros jardines hasta el parque, y ahora nos parecía que perderíamos el fácil acceso que siempre habíamos disfrutado.
Algunos de los propietarios organizaron rápidamente una campaña de persuasión y redactaron cartas. Y a cada uno de nosotros se nos pidió que estuviéramos listos para contribuir quinientos dólares a un fondo legal, en caso de que fuera necesaria una demanda.
Cuando asistí a la reunión de propietarios, me di cuenta de que podía contribuir mejor orando en silencio.
Cuando asistí a la reunión de propietarios, me di cuenta de que podía contribuir mejor orando en silencio. Mi punto de partida fue que gobierna un solo Dios, una sola Mente divina, y que cada persona era la expresión plena y constante de esa Mente inteligente, ya sea que estuviera pensando en términos de Dios o no. Traté de pensar en la humanidad más elevada —hasta podríamos decir el espíritu de la amistad— que pudiera unir a la comunidad, incluso a la agencia federal, los propietarios de viviendas y todos los que usaban el parque. Se me ocurrió que había algo que todas las partes interesadas tenían en común: el deseo de mejorar la calidad de vida de todos. Vi este deseo común como una oración sin voto que promovería el respeto y la flexibilidad y armonizaría los diferentes enfoques, llevando a todos hacia adelante en este vínculo común.
Y eso fue lo que sucedió. Los propietarios escribieron cartas, y la agencia las recibió respetuosamente, a pesar de que comúnmente no respondía a los aportes de la comunidad. El resultado fue que a los propietarios se les dieron algunas opciones en el diseño de la cerca, así como la alternativa de comprar el acceso de la puerta al parque si lo deseaban. Todo el mundo estaba feliz, y el hermoso parque sigue siendo ampliamente utilizado por muchas personas que viven tanto dentro como fuera del vecindario. Las ideas que trajeron la resolución a este problema local ilustran que se pueden encontrar respuestas a problemas más grandes.
La idea de que rige un solo Dios, una sola Mente gobernante, es fundamental para las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. La afirmación mediante la oración de que hay una Mente no quiere decir que debemos disimular las opiniones humanas o tolerar las extremas, o que todos piensen o razonen de la misma manera. Pero sí es una forma de disminuir la voluntad propia, suavizar las reacciones y desinflar la retórica para que puedan surgir puntos en común y soluciones.
Jesús habló acerca de quitar la “viga” del propio ojo antes de tratar de sacar la “paja”, o mota, del ojo de otro (véase Mateo 7:5). Cultivar y expresar cualidades divinas, como humildad, quietud y paciencia, a menudo nos permite no sólo sentirnos mejor con nosotros mismos, sino también ver a un hermano, una hermana o un vecino de la manera en que Dios lo ve, como Su imagen y semejanza espiritual. Elevar nuestro pensamiento al punto de vista de Dios, para ver lo que todos somos verdaderamente por ser Sus hijos, trae curación y mejora nuestro propio carácter y el de los demás. Practicar la Regla de Oro —hacer a los demás lo que tú desearías que te hicieran a ti— es fundamental para la ética práctica de Jesús (véase Mateo 7:12), así como para muchos otros sistemas religiosos y éticos. Y esto aporta mayor civismo y respeto a las discusiones políticas, ya sea entre amigos o a nivel nacional.
Es normal que haya diferentes puntos de vista sobre cómo resolver problemas y hacer avanzar a la sociedad. Y a veces las opiniones políticas son tan extremas que inflaman la ira, el miedo y la división aparentemente irreparable. Pero cuanto más dejamos que la Mente divina nos inspire y nos guíe, más se moderan esos extremos, más nos unimos detrás de ideas que son verdaderamente inspiradas, y más experimentamos la amistad y nuestra humanidad común.