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Original Web

Compasión a la manera del Cristo en tiempos de necesidad

Del número de marzo de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 10 de septiembre de 2020 como original para la Web.


Los relatos de dolor y sacrificio en los medios que informan sobre la pandemia del coronavirus conmueven el corazón. La impactante rapidez de una pérdida, la tristeza por no poder tomar la mano de un ser querido en sus últimos momentos y la angustia debido a las restricciones que impiden que las personas se reúnan para apoyarse y expresarse amor mutuamente: estas penosas circunstancias se han convertido en algo común.

La compasión a la manera del Cristo nos obliga a cada uno de nosotros a abrazar en la oración a aquellos que necesitan consuelo y fortaleza. Aunque no conocemos la conmovedora historia de cada vida, podemos afirmar humildemente que Dios, nuestro Progenitor celestial, está atento y valora profundamente a todos y a cada uno de Sus hijos. En las primeras horas y días después de la pérdida de un ser querido, nuestro abrazo mental y espiritual, que refleja el amor de Dios, posiblemente acompañado de palabras o actos de bondad, podría ser la forma más sabia de alcanzar y bendecir ese corazón herido, alentándolo a seguir adelante.

Si el dolor o el arrepentimiento persiste, al orar podemos dar fe de que el Cristo sanador, la idea espiritual de Dios, el Amor, está conduciendo al que sufre hacia un nivel mental superior donde reina el dominio espiritual del hombre sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. El Cristo, la Verdad que Jesús representó, nos muestra que podemos expresar la humildad y el amor que nos permiten sentir nuestra naturaleza inocente y tranquila, así como la de los demás.

Este puede ser el momento perfecto para dar voz al poder sanador de Dios. Si quien necesita ayuda la solicita, podemos abordar los argumentos de la creencia en la enfermedad y la muerte, y despertar el pensamiento para ver la promesa de la vida eterna y de la salud y felicidad perdurables del hombre como hijo de Dios.

Sean cuales sean nuestras circunstancias, podemos recurrir a Dios con humildad y confianza en busca de respuestas a nuestras necesidades humanas.

Puedo recordar momentos de mi vida en los que el amor y la preocupación de los demás por mi felicidad y bienestar eran tan evidentes que me impulsaron a hacer un mayor esfuerzo por volverme a Dios. Una y otra vez recordé Su amor inquebrantable. En momentos como estos nos damos cuenta de lo valiosos e importantes que somos el uno para el otro.

Cuando era joven y trataba de encontrar mi camino en la vida, enfrentando desafíos y tentaciones difíciles, regresé a casa para quedarme por un tiempo después de haber vivido solo. Mi estilo de vida no era como el de mis padres, que eran estudiantes de la Ciencia Cristiana y se esforzaban por seguir las enseñanzas de Jesús. De niño, había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero me alejé en mi adolescencia. Aun así, me beneficié mucho de esos primeros años de lecciones morales y espirituales.

Un día, mi papá me invitó a ir a pescar con él en su bote. Salimos temprano y pronto estuvimos totalmente inmersos en las actividades del día. Tal vez porque él sintió que una confusión interna en mi pensamiento era la base de mi comportamiento, nuestra conversación se volvió a Dios. Papá tenía una manera de llegar a mí, de suavizar mi corazón y elevarme. No recuerdo los detalles de nuestra conversación, pero sí me acuerdo de mis ojos humedecidos y una humildad más profunda, y al final del día, una paz más grande y un sentido más claro de propósito.

Mi papá me amaba, pero fue el Amor divino lo que me alcanzó ese día. Él me amaba con el amor de Dios y ese hecho marcó una gran diferencia.

Al pensar en lo sucedido, no estoy seguro de que hayamos pescado un solo pez, pero desde entonces, me he dado cuenta de que pescar no era el propósito de ese día. Fue la compasión de mi padre semejante a la del Cristo lo que me encontró, me valoró como hijo de Dios y me animó a seguir adelante.

Años después, yo estaba con mi padre cuando falleció. Habíamos estado compartiendo ideas sobre la Vida eterna cuando, de repente, sus ojos se volvieron de un azul brillante y se llenaron de alegría por lo que estaba percibiendo. Falleció serenamente. Yo sabía que él estaba bien.

Sigo amando mucho a mis padres, pero nunca los he echado de menos, porque sé que continúan espiritualmente expresando un bien infinito. Dios, la Mente perfecta, siempre está pensando Su creación, el hombre; sosteniéndonos a ti y a mí y a todos los que amamos porque somos Sus perfectas ideas espirituales. Todos estamos unidos en la Mente divina y a la Mente divina.

Jesús instruyó a sus seguidores: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Él comprendió y vivió la perfección de la Mente divina, y el ejemplo propio del Cristo que él dio nos muestra el camino para que nosotros también podamos comprender y demostrar la Vida y el Amor eternos, aquí y ahora.

Como lo hizo Jesús, podemos reconocer con compasión la gravedad de una necesidad humana y orar para darnos cuenta de lo que Dios, la Mente única, conoce actualmente de la perfección de todos y establecerlo en nuestro pensamiento. Orar fervientemente para sentir que Dios, la Vida y el Amor infinitos, está siempre en todas partes, incluso en medio de la angustia, puede llenar un vacío. Los hijos de Dios son insustituibles. Cada uno es y siempre será sostenido en la luz radiante y eterna del Espíritu, Dios: indestructible, único, precioso y con propósito.

Podemos reconocer estas verdades para nosotros mismos y para otros que enfrentan la creencia agresiva del vacío, la oscuridad o la pérdida mental.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, enfrentó una tragedia personal cuando era joven y su esposo falleció de fiebre amarilla después de solo seis meses de matrimonio. Quedó embarazada, sin un centavo y a casi dos mil trescientos kilómetros de su familia. Gracias a la generosa bondad de los demás, fue acompañada durante todo el largo camino de regreso a casa, hasta los brazos de un miembro de la familia. No solo podemos imaginar su dolor por la repentina pérdida de su esposo, sino también las profundas preocupaciones con las que estaba lidiando: dónde viviría, cómo se mantendría a sí misma y cuidaría de su bebé.

Desde pequeña, a la Sra. Eddy se le había enseñado a volverse a Dios. Al estudiar su vida, podemos ver cómo su fortaleza espiritual y confianza en Dios la ayudaron a superar los períodos difíciles. Y la Ciencia Cristiana que ella descubrió enseña que sean cuales sean nuestras circunstancias, nosotros también podemos recurrir a Dios con humildad y confianza en busca de respuestas a nuestras necesidades humanas.

Estas tiernas palabras de un himno de Thomas Moore y Thomas Hastings me han reconfortado muchas veces:

Desconsolado, ven, 
no te angusties,
aquí encontrarás Vida y Amor. 
Consuelo aquí tendrás;
ven con tus penas, 
pues el Amor es
quien sana el dolor.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 40, adapt., trad. © CSBD)

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