Todos hemos cometido errores. Incluso si hemos aprendido de nuestras faltas y cambiado nuestros hábitos, quizá nos sintamos agobiados por nuestro pasado. Pareciera como si nada pudiéramos hacer acerca de lo sucedido, por lo que las circunstancias pasadas siguen afectando nuestra experiencia actual.
No podemos retroceder físicamente en el tiempo para cambiar un comportamiento o circunstancia de la que estamos arrepentidos, como ocurre en las películas de ciencia ficción. Y la idea de que no podemos cambiar nuestro pasado a menudo es considerada como sabiduría común. Pero Pablo dice: “La sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios” (1 Corintios 3:19).
¿Significa esto que podemos liberarnos de los errores del pasado y rectificar experiencias desafortunadas? Por cierto que sí.
Mary Baker Eddy, quien fundó esta revista, dice que mirar nuevamente nuestro pasado es una necesidad presente. En su autobiografía Retrospección e Introspección escribe: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse” (pág. 22).
Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana explican que lo que sucedió el lunes pasado, o el año pasado, o hace diez años, no afecta de ninguna manera el presente. Lo que importa, lo que repercute en nuestra salud y paz hoy en día, es lo que aceptamos en nuestro pensamiento hoy. En la Biblia, Jesús declaró claramente: “No se preocupen… diciendo: ‘¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿qué ropa nos pondremos?’… Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten. Así que no se preocupen por el mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones” (Mateo 6:31, 33, 34, NTV).
Podemos mirar con renovado enfoque nuestro pasado desde una perspectiva espiritual.
No se trata de promover la actitud de “Solo se vive una vez” o “Hay que aprovechar el momento”. Estas posturas mentales tan de moda entrañan un sentido de resignación, la sensación de que la vida es corta y que nada podemos hacer respecto al pasado, lo cual es lo contrario de lo que Jesús estaba diciendo. En cambio, podemos volver a mirar nuestro pasado desde una perspectiva espiritual, para experimentar regeneración hoy.
Cuando lidiamos con un futuro que aparenta ser tan incierto, podemos adoptar un enfoque espiritual: Ni el ayer ni el mañana importan; el hoy, el ahora, es la única medida del bien. Esto no significa ignorar los errores y dolores de antaño, sino más bien ver que nuestro pasado no tiene que afectar negativamente nuestro presente. Podemos sanar nuestro pasado y encontrar paz duradera ahora.
Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, explica que nuestra experiencia, nuestros altibajos o alegrías y sufrimientos, están entrelazados con nuestro estado actual de consciencia.
El libro explica —e innumerables vidas transformadas lo han demostrado categóricamente— que cuando pasamos menos tiempo preocupados por las tinieblas y más permitiendo que la luz de Dios impregne nuestra consciencia, cuando somos guiados en oración a reemplazar los errores del pasado con las verdades espirituales presentes, entonces experimentamos un mejoramiento de la condición humana, y finalmente, somos testigos de la curación y de una paz permanente. Ciencia y Salud dice: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261).
Imaginemos que alguien te dice que soportó una seria dificultad hace veinte años, y todavía se siente limitado por lo que sucedió. Para comenzar a orar bien acerca de algo como esto, me resulta útil aferrarme al hecho de que, en realidad, el desafío no pertenece al pasado. Sí, el desafío, el suceso mencionado, puede que tenga una fecha en el pasado, pero este no es el punto importante. Lo que importa es lo que acepto en mi pensamiento hoy al orar por el caso. Mi visión actual del pasado es más importante que el pasado mismo.
Lo que importa es lo que sabemos que es verdad hoy. De manera que, cuando lidiamos con cualquier pasado sombrío, podemos reconocer que es imposible, ahora o entonces, estar separados de Dios, la abundancia y el bien infinitos. Podemos reconocer que nunca dejamos, no estamos dejando y nunca dejaremos de expresar toda la plenitud, pureza y fortaleza de Dios. Nuestra identidad misma está moldeada conforme al Divino, y nuestro ser es inalterable, eternamente completo y bueno. La armonía es la ley de nuestra existencia, y no hay ningún mecanismo para abolir o detener esta ley. Como dijo Jesús, somos perfectos como nuestro Padre, Dios, es perfecto (véase Mateo 5:48).
A veces, puede que se nos presente una avalancha de vívidos recuerdos argumentando que el mal era muy real en aquel entonces. Sin embargo, podemos rechazar esas sugestiones comprendiendo que Dios, el bien infinito, es el único poder y presencia, siempre e incluso en aquella época. Cada recuerdo del mal es una falsificación de la armonía específica.
La santidad estaba allí mismo donde el mal parecía estar presente. El Amor divino gobernaba donde el odio parecía ser supremo. El Principio divino desbordaba donde la deshonestidad y el engaño parecían imperar. La abundancia estaba justo allí donde la escasez se jactaba y pavoneaba. Revertir las pretensiones negativas del pasado con verdades espirituales es borrar nuestro registro material. No se trata de ignorar ingenuamente el mal, sino de destruirlo al comprender que es una mentira descarada acerca del bien y la armonía permanentes.
Jesús explicó claramente que el mal es una falsedad, una mentira (véase Juan 8:44). Se jacta de que tiene poder para limitarnos, pero en realidad carece de poder y no tiene causa alguna. Cuando reconocemos mentalmente que el mal no es ni poder ni presencia, y que Dios, el bien, es la única presencia, siempre y bajo toda circunstancia, comenzamos a experimentar paz y curación.
La curación nunca es un logro humano; siempre es el resultado de la verdad espiritual, de la luz espiritual que se desarrolla en nuestro pensamiento, revierte las mentiras y saca a la luz nuestra integridad. Así que, a medida que este Año Nuevo alboree sobre nosotros, nos corresponde a todos hacer algo más que esperar un futuro mejor.
Pablo escribió: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). Celebremos cada momento como el divino ahora siempre presente. Podemos vivir cada día como el día único, con el solo propósito de expresar la luz de Dios. Al no estar delineado por el tiempo o la agenda, cada uno de nuestros momentos que dediquemos a este amanecer espiritual nos satisfará más que cualquier otra resolución.