P: ¿Cómo puede ayudarme la Ciencia Cristiana cuando se trata de hablar de la raza y abordar el racismo como una persona que no es negra?
R: Durante y después de la universidad trabajé como asistente de producción para un coro itinerante muy exitoso compuesto principalmente de hombres jóvenes y niños negros. Llegué a conocerlos bien y desarrollé una relación amistosa con algunos de los jóvenes que eran los líderes del grupo y casi de mi edad. Yo era una de las pocas personas blancas asociadas con el grupo.
Con el tiempo había captado algunas de las palabras y frases que los miembros del coro usaban informalmente entre ellos. Una noche, cuando uno de los líderes era el último en alinearse para subir al escenario, le grité en broma: “¡Muchacho (boy), más vale que te apures!”.
Con una expresión entre burlona y conmocionada, me miró y dijo: “¡Sí, amo!”. Mortificada, inmediatamente reconocí lo inapropiado que era para mí, una persona blanca, decirle “boy” (expresión despectiva en inglés dirigida a los esclavos), que era como los amos llamaban comúnmente a los esclavos hombres hace un siglo. Aunque no había cometido ese error por malicia, vi que era importante que tuviera más cuidado con las palabras que usara en el futuro al interactuar con ellos. Estaba muy agradecida cuando mi amigo se rió y me aseguró que no se sentía ofendido, pero también me alegré de que él me hubiera señalado suavemente mi tonto error.
Podemos ponernos a la defensiva cuando enfrentamos respuestas similares o menos generosas si, sin saberlo, nos comunicamos o actuamos de maneras que pueden llevar a malentendidos y conflictos sobre los temas de la raza y el racismo. Pero si estamos abiertos a recibir comentarios constructivos, veremos que crecemos y progresamos de maneras significativas.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana y una mujer que se preocupaba profundamente por la justicia social, escribió: “Debiéramos examinarnos a nosotros mismos para saber cuáles son los afectos y propósitos del corazón, porque sólo de este modo podemos saber lo que honestamente somos. Si un amigo nos informa de una falta, ¿escuchamos pacientemente la reprensión y damos crédito a lo que se dice? ¿No damos más bien gracias porque no somos ‘como los otros hombres’? Durante muchos años la autora ha estado muy agradecida por las reprensiones merecidas” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 8–9).
La frase “no somos como los otros hombres” es una referencia a una historia que Jesús contó como “ilustración a ciertas personas que estaban seguras de su propia bondad y despreciaban a los demás” (Lucas 18:9, J.B. Phillips, The New Testament in Modern English). La conclusión de la historia, según una traducción de la Biblia, es: “Si caminas con la nariz en alto, vas a terminar con tu cara en el piso, pero si te contentas con ser simplemente tú mismo, llegarás a ser más que tú mismo” (Lucas 18:14, Eugene H. Peterson, The Message).
Un Dios amoroso jamás crearía a nadie capaz de actuar de manera opresiva con relación a otra persona. De modo que, nuestro sentido más verdadero de ser simplemente nosotros mismos no incluiría hablar o comportarnos de forma hiriente con los demás. A medida que cada uno de nosotros ora para vivir más en línea con ese verdadero “yo” que Dios creó, nuestras oraciones pueden llevarnos a estar más conscientes de las maneras en que inadvertidamente podríamos participar en el comportamiento opresivo, y luego obligarnos a abandonar ese comportamiento para poder contribuir a que haya una sociedad más justa.
Si aprendemos, a través de nuestro propio descubrimiento o de la “reprensión merecida” de otra persona, que nuestras palabras o acciones son menos que amorosas hacia alguien, podemos encontrar fortaleza espiritual para escuchar abiertamente y hacer ajustes en nuestras formas de pensar y vivir. Y con el reconocimiento de que Dios nos creó a cada uno de nosotros intrínsecamente buenos, intrínsecamente amorosos, estamos facultados para avanzar hacia la redención y el cambio sin atribuir las acciones equivocadas a nosotros mismos, o sentirnos abrumados por la culpa debido a nuestros errores pasados.
Jesús habló de la necesidad de ser como un niño para entrar en “el reino de Dios” (véase Marcos 10:15), que podríamos pensar desde una perspectiva espiritual como el reconocimiento de la creación espiritual de Dios, donde podemos encontrar la verdadera unidad. Cultivar esta actitud como la de un niño nos ayuda a abandonar más rápidamente las cosas que hemos superado, incluso si inicialmente sentimos pesar o vergüenza por ellas. Este enfoque nos libera para aprender más acerca de cómo trabajar juntos para descubrir el reino de Dios, donde todos somos igualmente abrazados y valorados.
    