Voy a decirte la verdad: siempre he sido una planificadora. No saber mi próximo paso me volvía loca. Recientemente, tuve que enfrentar este sentimiento.
En diciembre, terminé mi último semestre de la universidad. Había decidido quedarme un semestre más y sabía que era la decisión correcta; me había llegado muy claramente al orar por ello. Sin embargo, esto quiere decir que me gradué en diciembre, y déjame decirte que tratar de encontrar trabajo en medio de la temporada navideña, por no mencionar durante una pandemia mundial, es una tarea abrumadora.
Durante mi último semestre, solicité más de cincuenta puestos sin resultados positivos. Parecía que no había un trabajo para mí, que no me necesitaban. Me resultaba imposible luchar contra los sentimientos de desilusión y desesperanza que me invadían cada vez que recibía un rechazo.
Después de innumerables correos electrónicos decepcionantes, comencé a sentir que mi única opción era bajar mis expectativas. Comencé a postularme para puestos de medio tiempo, pasantías e incluso puestos no remunerados, todo con la esperanza de al menos ganar algo de experiencia.
Sabía que era correcto tener un trabajo. No solo lo quería para obtener un ingreso, sino también para cumplir un propósito, para hacer algo de gran impacto. Esencialmente, deseaba tener un trabajo porque realmente quería servir. Esto parecía ser un buen motivo, un motivo basado en Dios. Pero resultó que todavía tenía más lecciones espirituales que aprender.
En un momento durante mi búsqueda, una amiga me envió un mensaje de texto con algunas ideas con las que había orado cuando estaba en una posición similar después de la universidad. Un pasaje que compartió conmigo era de Segunda a los Corintios: “Porque si hay buena voluntad, se acepta según lo que se tiene, no según lo que no se tiene. Esto no es para holgura de otros y para aflicción vuestra, sino para que haya igualdad; en el momento actual vuestra abundancia suple la necesidad de ellos, para que también la abundancia de ellos supla vuestra necesidad, de modo que haya igualdad” (2 Corintios 8:12-14, LBLA).
Esta idea me ayudó a cambiar mi perspectiva sobre mi búsqueda de empleo. Me di cuenta de que no solo estaba orando para comprender con más claridad que cualquier puesto que se me abriera cubriría mis necesidades. También debía ver que respondería a las necesidades de la empresa que me contratara. Esta era la “igualdad” establecida por Dios de la que habla ese pasaje, y sabía que tenía que ser la esencia de mi travesía para encontrar trabajo. De hecho, diseñé una imagen de fondo para mi teléfono con esta cita para poder verla cada vez que miraba mi teléfono (que es muchísimo).
Finalmente había llegado a un punto en el que sabía que había trabajo para mí en algún lugar que satisfaría mis necesidades y sería una bendición para la empresa. Pero al seguir buscando y no parecía pasar nada, volví a sentirme frustrada. Me quedé atrapada en el “yo” de la situación, temiendo la falta de ingresos y el sentimiento de no tener un propósito. Pero mientras continuaba orando, desperté de nuevo y me di cuenta de que había olvidado que mi “abundancia suple la necesidad de ellos”. Esta búsqueda no se trataba solo de mí y mis necesidades, sino de algo que sería una bendición mutua. Esto me ayudó a sentirme mucho menos estresada por mi búsqueda de trabajo.
Una vez que terminó la temporada navideña, envié un correo electrónico al departamento de recursos humanos de un empleador anterior donde había realizado una pasantía unos veranos antes. Les pregunté si necesitaban un pasante en algún departamento. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, incluso si no estaba dentro de la trayectoria profesional que deseaba. Pronto, recibí una respuesta diciéndome que no tenían pasantías, pero que al día siguiente se publicaría un puesto de tiempo completo que podría interesarme. Cuando leí la descripción del trabajo, comencé a emocionarme. Este puesto satisfacía muchas de mis necesidades: Era remoto y también me desafiaba a aplicar algunas de mis habilidades en un nuevo campo, que estaba emocionada de aprender. Parecía ser muy adecuado.
Un par de semanas después de ese intercambio de correos electrónicos inicial, obtuve el trabajo. La mejor parte es que el trabajo está en el mismo departamento donde tenía mi escritorio como pasante. Como el espacio físico de la oficina del departamento para el que había hecho la pasantía estaba demasiado lleno, mi escritorio había vivido en un departamento diferente, ¡el departamento para el que trabajo ahora!
No podía imaginarme una mejor opción para mí, y estoy aún más agradecida por contribuir a una organización en la que creo y a la que apoyo. Y por más planificadora que soy, no hay forma de que pudiera haber planeado eso. Dios lo hizo todo.
    