¿Alguna vez has querido saber el porqué del mal? Durante muchos años me pregunté con persistencia incluso por qué parece existir el mal; hasta que, finalmente, descubrí que considerar la aparente existencia del mal era un obstáculo que me impedía sanar. La siguiente comparación me ha ayudado mucho a comprender la razón de que esto sea así.
Muchos de nosotros hemos conducido por la carretera en un clima caluroso, seco y sin viento cuando, de pronto, parece haber un gran charco en el camino por delante. Pero no frenamos, porque sabemos que no hay ningún charco allí. Es solo un espejismo, o lo que me gusta llamar una mentira óptica. Continuamos conduciendo, y el charco desaparece ante nuestros ojos.
Este espejismo carece de sustancia y, por lo tanto, no puede hacernos derrapar. Incluso podríamos decir que el “charco” no tiene realidad, aunque todos lo veamos. Por ende, no podemos responder directamente a la pregunta “¿Por qué hay un charco en el camino?”, porque no hay ninguno allí. Tampoco deberíamos preguntar “¿Cómo pudo este gran charco evaporarse tan rápidamente?”, porque esta pregunta se basa en la suposición errónea de que había habido un verdadero charco allí. Lo único que podemos hacer es explicar el fenómeno de los espejismos y lo que hace que el charco parezca ser tan real.
Como puedes ver, el punto es considerar si realmente hay alguna base para las preguntas que se hacen. A medida que conducimos, encontramos que lo que ha cambiado no es la condición de la carretera; es nuestra percepción de ella. Hemos avanzado y, por lo tanto, tenemos una nueva perspectiva; una perspectiva desde la cual la mentira óptica ya no tiene ninguna influencia sobre nosotros, por lo que reconocemos la verdad sobre la condición de la carretera.
Podemos avanzar sólo cuando abandonamos el antiguo punto de vista —a la luz de lo verdadero o real— porque nuestras conclusiones y acciones se basan en la verdad. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada. La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final” (págs. 323-324).
Reflexionar sobre la aparente existencia del mal era un obstáculo que me impedía sanar.
La armonía final, ¡qué meta tan gloriosa! Ciertamente, para alcanzar este objetivo vale la pena abandonar las falsas señales del camino. Y una vieja y conocida señal del camino que debemos dejar atrás es la pregunta: “¿Por qué existe el mal?” No obstante, ante la aparente maldad, ¿podemos dejar atrás esta pregunta tan fácilmente como dejamos atrás la interrogante: “¿Por qué está ese charco allí?” ¿O continuamos, en cambio, preguntándolo una y otra vez?
En una oportunidad, cierta persona me pidió que orara por su caballo, pues este sufría de una enfermedad fúngica grave y estaba en peligro de morir. El caballo estaba en el hospital de animales, y el veterinario quería sacrificarlo al día siguiente.
No perdí ni un segundo pensando en la razón de la enfermedad o si yo sería capaz de ayudar al caballo. Me mantuve firme, sin inmutarme por este “charco en el camino”. Toda mi consciencia estaba enfocada en reconocer la omnipresencia de Dios, la que incluye la armonía del animal y las personas que se preocupan por él.
El caballo no sabía nada de mí ni de mi trabajo. Pero mi oración no se trataba de palabras; era más bien la humilde disposición para que la Mente divina me enseñara y para abandonar las señales materiales a fin de alcanzar otras más espirituales. En lugar de rendirme ante la duda, estaba dispuesta a profundizar mi fe en el poder y la presencia del bien. La calidad de mi oración no fue la fuerza de voluntad mental que trata de hacer desaparecer un “charco”, sino la receptividad fiel a la armonía divina, la cual reconoce solo lo que Dios es y sabe que es verdadero o real.
Cuando el veterinario fue a examinar el caballo al día siguiente, había una mejoría tan grande que el animal fue dado de alta del hospital. Y al revisarlo varios días después, se descubrió que estaba completamente sano, y siguió así. Las curaciones de animales muestran muy claramente que la curación a través de la oración no se basa en nada psicológico, sino que es puramente espiritual. ¡Y esto es, por supuesto, cierto para todos nosotros!
Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20). ¿Son quizá nuestras disposiciones y perspectivas esas montañas que deben eliminarse? Si nuestra fe es suficiente como para hacer que estemos cada vez más dispuestos a abandonar los puntos de vista materiales —y a hacerlo para aceptar puntos de vista más espirituales— entonces comprenderemos con más claridad la insustancialidad de las situaciones aparentemente aterradoras en la senda de nuestras vidas.
Sea como sea que llamemos la amenaza —mal, temor, enfermedad, pecado—en la Ciencia Cristiana puede ser clasificada como una mentira y, de ese modo, corregida. ¿Y cómo se corrige una mentira? Mediante la Verdad.
La verdad que Jesús vivió y enseñó todavía está aquí, como siempre lo ha estado, y todos los que se esfuerzan por ella pueden demostrarla. Jesús jamás ignoró el mal, sino que lo clasificó como una mentira y lo disolvió a través de la Verdad, y este enfoque también se enseña y se demuestra en la Ciencia Cristiana.
A veces, el problema puede parecer demasiado grande como para ser sanado. Pero, así como no importa si el charco en la carretera parece pequeño o grande —porque su desaparición está asegurada desde el principio— el aparente problema puede ser tratado espiritualmente —sanado— basado en la misma verdad de que nunca ha tenido ninguna sustancia. Para ver realmente desaparecer el charco, tenemos que seguir conduciendo. En la curación, tenemos que abandonar las viejas señales mentales. Para ver la verdad es necesario elevar el pensamiento. Por lo tanto, el paso que tenemos que dar es elevar el pensamiento por encima de la materia, en lugar de tratar de ver la verdad desde la vieja señal del camino.
Un charco grande puede impresionarnos más fuertemente, y tal vez nos haga dudar, nos moleste o asuste, e incluso nos impulse a buscar culpables o formas complicadas de sortearlo. Pero la solución es verlo como lo que es: un fenómeno visible, pero que carece de sustancia y de poder; una mentira óptica que no puede hacernos daño, incluso cuando la exponemos como una mentira y avanzamos.
Una y otra vez me doy cuenta de que las dificultades que pensaba bloquearían firmemente mi camino se disuelven. He llegado a comprender cada vez más que estas dificultades eran mentiras acerca de mi existencia, las cuales había creído durante un tiempo en lugar de exponerlas y sanarlas de inmediato. Pero cuando las mentiras son expuestas a la verdad, yo progreso espiritualmente, entonces las mentiras se disuelven de una manera similar al charco en la calle, y sanan.
Este tipo de curación no tiene nada que ver con la fuerza de voluntad humana o la habilidad humana. Jesús nos dijo esto muy claramente cuando expresó: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19).
Siempre me parece liberador detenerme en esa declaración. Para mí, es un poco como exhalar, porque hacerlo crea espacio para inhalar. Abandonar una comprensión gastada y obsoleta de mí misma hace espacio para una nueva. De modo que, las creencias como “Tengo montañas insuperables por delante y tengo que hacerlo todo por mi cuenta, y no tengo idea de cómo”, pueden hacer lugar para “No puedo (y no necesito) hacer nada por mi cuenta. Esto no me hace inactiva, sino que me libera de la falsa suposición de que yo misma soy la fuente de la actividad”.
Todo poder, toda habilidad, todo bien viene de Dios. Dios, la Mente, el Amor, es el creador, y todos nosotros somos expresiones naturales de este Ser Supremo permanentemente activo y glorioso.
