Hace varios años, cuando estaba en un viaje de negocios, una condición dolorosa en mi costado me estaba haciendo sentir muy incómodo. Había estado luchando con este problema durante mucho tiempo. Teniendo fe en lo que la Ciencia Cristiana podía hacer por mí, decidí llamar nuevamente a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento a través de la oración. Esperaba ser sanado, porque había experimentado muchas curaciones a lo largo de los años. Sin embargo, este problema aún no había cedido.
Me comuniqué con la practicista y me quejé de vivir con esta incomodidad, así como de enfrentar otros desafíos. Entre estos se encontraban un ambiente de trabajo estresante en un nuevo campo de investigación, las obligaciones de una familia en crecimiento con niños pequeños, responsabilidades en la iglesia y preocupaciones sobre el mundo en el que vivimos. Su respuesta directa a mis quejas me sorprendió: “Entonces, ¿quieres seguir viviendo en ese mundo estresante?”. Esta pregunta me hizo comprender que no tenía que vivir en el mundo que estaba describiendo.
Muchos de nosotros conocemos la expresión, “Estamos en el mundo, pero no somos del mundo”, que adquiere un nuevo significado cuando comprendemos, mediante el sentido espiritual, que realmente vivimos en el universo perfecto y espiritual de Dios y que tenemos el poder de percibirlo. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras leemos: “El adulto, esclavizado por sus creencias, no comprende su ser verdadero mejor que el niño; y el adulto tiene que ser sacado de sus tinieblas, antes de que pueda librarse de los sufrimientos ilusorios que abundan en el crepúsculo. El camino en la Ciencia divina es el único camino para salir de esta condición” (Mary Baker Eddy, pág. 371). Para liberarme del sufrimiento necesitaba progresar en ver espiritualmente en lugar de aceptar un sentido material de la existencia. La enfermedad física no desapareció de inmediato, pero este fue el principio del fin de la dificultad. Me di cuenta de que mi verdadera identidad nunca estuvo en la materia, sino que siempre fue una con el Padre, Dios, el Espíritu.
Aprendí que nuestro mundo —nuestra consciencia— puede transformarse cada día al estar más conscientes de la verdad de que la armonía y el cielo están siempre presentes.
Estoy agradecido por esta experiencia con la perspicaz practicista, que ilustra la siguiente declaración de Ciencia y Salud: “Si fuera necesario sobresaltar la mente mortal para romper su sueño de sufrimiento, di con vehemencia a tu paciente que tiene que despertar. Desvía su mirada de la falsa evidencia de los sentidos hacia las realidades armoniosas del Alma y el ser inmortal” (pág. 420). Esto era justamente lo que necesitaba.
Muchos de nosotros parecemos enfrentar desafíos desde hace mucho tiempo, y buscamos una curación definitiva. Pero ¿podemos experimentar la armonía del ser mientras creemos que vivimos en la materia? La Vida divina, Dios, es el Ser Supremo, y nuestra vida como reflejo de esta Vida es también suprema y grandiosa. Esto significa que podemos comenzar expresando las cualidades divinas de paciencia, mansedumbre y amor que son tan necesarias para nuestro progreso.
Durante el período previo a mi completa curación física, aprendí muchas lecciones. Resulta que saber simplemente lo que es verdad acerca de la existencia espiritual no es suficiente si al mismo tiempo creemos o tememos la materia o lo que creemos que podría hacer por nosotros o hacernos a nosotros. En Ciencia y Salud leemos: “Lo que se denomina sentido material sólo puede informar un sentido mortal y temporario de las cosas, mientras que el sentido espiritual puede dar testimonio solo de la Verdad. Para el sentido material, lo irreal es lo real hasta que este sentido es corregido por la Ciencia Cristiana” (pág. 298). Es necesario negar el sentido material —que es lo irreal— cada vez que nos confronta y reemplazarlo con lo que sabemos que es espiritualmente verdadero.
La ansiedad por mi trabajo y los problemas del mundo dieron paso a una mayor confianza en la guía de Dios. A medida que confiaba en nuestro Padre-Madre Dios, los problemas familiares disminuyeron enormemente, y mi participación en la iglesia se volvió más inspirada. Lo más beneficioso de todo fue una mayor disposición a reemplazar la irritación, la molestia y la reacción con aprecio, gratitud y amor.
Aprendí que nuestro mundo —nuestra consciencia— puede transformarse cada día al estar más conscientes de la verdad de que la armonía y el cielo no solo están siempre presentes, sino que son, de hecho, el mundo en el que realmente vivimos. Ciencia y Salud lo dice claramente:
“Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios” (pág. 254). Cuán agradecido estoy de comprender mejor a través de la Ciencia Cristiana la realidad del verdadero mundo espiritual que todos tenemos.
