La historia bíblica de Nehemías cuando reconstruyó el muro de Jerusalén, es una historia muy útil para cualquiera que desea comprender mejor la manera, propia del Cristo, de lidiar con las sugestiones malévolas, con todo aquello que trataría de malograr, obstruir, distraer, desalentar o frustrar cualquier obra buena.
Cuando Nehemías se enteró de que habían derribado el muro de Jerusalén y sus puertas estaban quemadas, se sintió sumamente afligido y oró a Dios en busca de guía. Al comenzar a formarse la idea de reconstruir la estructura, muy pronto surgió la oposición a este trabajo entre los enemigos de los judíos —Sanbalat y Tobías— pues “les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel” (Nehemías 2:10). Esta es una respuesta típica del mal: ser perturbado por la luz pura de un buen ejemplo y una labor dirigida por Dios.
De noche, y sin saber acerca de la oposición, Nehemías inspeccionó cuidadosamente el área. Desde el principio, tuvo la sabiduría de ocultar sus intenciones, y no reveló sus planes a los oficiales, sacerdotes o trabajadores. De la misma manera hoy, todo empeño correcto, toda labor constructiva, debe apoyarse en el fundamento seguro de confiar calladamente solo en Dios.
Cuando la decisión de reconstruir el muro se hizo pública, una de las primeras maniobras de sus oponentes fue mofarse y despreciar los esfuerzos de Nehemías. Burlándose dijeron: “¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey?” Su respuesta fue: “El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis ni parte ni derecho ni memoria en Jerusalén” (Nehemías 2:19, 20).
Un día, mientras leía este versículo, me llamó la atención que Nehemías hubiera elegido las palabras “parte”, “derecho” y “memoria”. Busqué los sinónimos de estas palabras para poder comprender mejor su significado. Estos sinónimos, junto con una afluencia de discernimientos espirituales, revelaron una perspectiva expansiva del tratamiento en la práctica de la Ciencia Cristiana.
De pronto, pude ver que el mal no tenía parte, porcentaje o participación en mi profesión. El mal no tenía derecho, jurisdicción, permiso o poder para intimidarme; como tampoco podía impedir mi progreso espiritual. El mal no tenía memoria; no tenía recordatorio o registro para captar mi atención como algo que siempre había acosado mis pasos, influenciado mis actitudes, o causado angustia. Por lo tanto, no podía aparecer como una cicatriz (memoria) de un accidente o como una cicatriz emocional de sentimientos heridos. El mal no podía hacer un memorial de sí mismo en mi consciencia, ni siquiera como el recuerdo de una mirada de alguien recordándome un incidente desagradable.
Reitero, el mal no podía ser parte de mi experiencia para limitar mi fortaleza, refrenar mi discernimiento espiritual, restringir mi alegría, privarme de la plena herencia de bien que Dios me ha dado. El mal no tenía autorización para amenazarme con fatiga, ningún derecho a dominar mis pensamientos, ninguna autoridad para aparecer de pronto como un obstáculo inevitable en la senda que Dios me había guiado a seguir.
Por lo tanto, uno podría declarar sobre la base de las palabras de Nehemías: No puede quedar ni memoria ni rastro de la evidencia de que el mal haya tenido afinidad o conexión alguna con el hombre espiritual de Dios. Esta clara percepción espiritual se extiende a nuestra profesión, cuerpo, familia, iglesia; a nuestra relación con nuestros congéneres y con nuestro universo.
En el relato de la Biblia vemos que Nehemías tenía que refutar continuamente las sugestiones malignas para poder completar su proyecto. Sus adversarios dijeron de aquellos que construían el muro: “No sepan, ni vean, hasta que entremos en medio de ellos y los matemos, y hagamos cesar la obra” (Nehemías 4:11). Aquí está representada la actitud amenazadora del mal que nos haría víctimas o nos haría rehenes de sus pretensiones. Las acciones de Nehemías revelan que él estaba vigilando y orando. Esta actitud de alerta mental está unida a la diligencia en realizar el trabajo entre manos. Ninguna intención secreta o engañosa de hacer el mal puede esconderse de la Verdad que todo lo sabe, porque la naturaleza de la Verdad revela que es imposible que se presenten demandas hostiles.
Solo si somos ignorantes de la naturaleza engañosa del mal y no comprendemos la omnipotencia de Dios, podemos sentirnos contrariados o frustrados por las sugestiones erróneas e intrusas que se susurran a nuestro pensamiento. La clave para salir victoriosos sobre el mal se encuentra en estas palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Sólo admitiendo el mal como una realidad, y entrando en un estado de malos pensamientos, podemos, en creencia, separar los intereses de un solo hombre de aquellos de toda la familia humana, o intentar así, separar la Vida, de Dios. Ésta es la equivocación que causa mucho de lo que uno tiene que arrepentirse y vencer” (Escritos Misceláneos, pág. 18).
Un miembro del personal de su casa, recordaba que la Sra. Eddy le dijo: “Todo error que admita en sí misma o en otros como si fuese real, usted misma se expone a tal error. El admitir que el error es verdadero produce el error, y eso es todo lo que hay acerca del error” (Conocimos a Mary Baker Eddy. Boston: The Christian Science Publishing Society, 1991, pág. 123).
De manera que se nos enseña a nunca admitir la realidad del mal. No personificamos ni personalizamos el mal, pues no estamos envueltos en un juego mental de “ponerle la cola al burro” como si fuera alguien. Esta posición honesta y constante destruirá con eficacia el chismorreo, la difamación, la calumnia, la impertinencia y la crítica destructiva.
La naturaleza insistente del mal también está representada en la historia de la Biblia. Sanbalat y Gesem buscaron hacer más daño pidiendo a Nehemías que se reuniera con ellos en una de las aldeas. La sabiduría de Nehemías le permitió percibir que esto era un esfuerzo para interrumpir el progreso del trabajo. Él denegó esos pedidos en cuatro ocasiones, y en cada oportunidad, rechazó con perspicacia la petición, y renovó su consagración al trabajo que Dios le había indicado. Lo intentaron cuatro veces, y las cuatro veces Nehemías se mantuvo firme y fiel al propósito divino, negándose a desviarse del mismo.
Las persistentes y prontas refutaciones de Nehemías (basadas en la oración a Dios y con entendimiento espiritual), hizo que él fuera superior a todo subterfugio y amenaza del mal que hubiera detenido su trabajo. Él se resistió en todo punto y fue fortalecido. Como Nehemías, nosotros también podemos responder afirmando inmutablemente el bien y rechazando sin duda alguna todo insinuación del mal, ya sea que se presente como chimes, rumores, alusiones, testigos falsos u otras intrigas.
La quinta vez, sus enemigos le enviaron una carta a Nehemías, en un intento por tergiversar o pervertir su genuino propósito al reconstruir el muro, y de ese modo intimidarlo. Sus difamatorias declaraciones insinuaban que Nehemías estaba trabajando para su propia glorificación, que era un rebelde que quería ser rey. Para poner una pantalla de humo a sus actividades, el mal acusa a otros de sus propios móviles deshonestos, y de ese modo trata de desviar la atención hacia otra cosa. Estas declaraciones retorcidas fueron enfrentadas con la oración de Nehemías: “Ahora, pues, o Dios, fortalece tú mis manos” (Nehemías 6:9). Hoy en día, los repetidos desafíos del mal requieren un compromiso aún más fuerte de los trabajadores dedicados a la vida espiritual.
El muro fue reconstruido con todo éxito. Nehemías había demostrado que la obra de Dios no debía detenerse o frustrarse, y que Sus leales sirvientes no podían ser intimidados.
En síntesis, en esta historia podemos ver muchos de los métodos del error: burla, resentimiento, odio, intimidación persistente, falsedad, rumor, difamación, el implacable deseo de vencer el propósito del bien. A medida que seguimos el ejemplo de Nehemías, tenemos la certeza de que tener la mente espiritualizada impide que uno sea engañado por cualquiera de los sutiles métodos del error. El resultado de estar así alerta, es el fortalecimiento del sirviente de Dios, y la inevitable derrota del mal.
Somos trabajadores eficaces cuando manifestamos las cualidades semejantes a las de Nehemías, permitiendo siempre que Dios dirija nuestra profesión. Solo entonces podemos avanzar y florecer sin contratiempos. La Sra. Eddy, autora del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escribe: “La armonía, perpetuidad y perfección eternas constituyen los fenómenos del ser, gobernados por las leyes inmutables y eternas de Dios; mientras que la materia y la voluntad humana, el intelecto, el deseo y el temor no son los creadores y directores ni los destructores de la vida o sus armonías” (No y Sí, pág. 10–11).
