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Para jóvenes

¿Cómo puedo aprender a amarme a mí misma?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 5 de noviembre de 2018


P: ¿Cómo puedo aprender a amarme a mí misma?

R: Recuerdo estar sentada en mi habitación haciéndome exactamente esta misma pregunta. Hubo una época en que me comparaba con frecuencia con mis amigas y deseaba poder ser tan linda, graciosa o interesante como ellas. No había mucho que me gustara de mí misma; en cambio, me la pasaba constantemente pensando en todo lo que debía hacer mejor. Quería expresar más amor, integridad y generosidad, entre otras cosas. No era que no lo hubiera intentado, pero esforzarme por ser una persona mejor no era algo que pudiera hacer constantemente. De pronto cometía un error, y luego me sentía frustrada y desesperada.

Como Científica Cristiana, estoy acostumbrada a orar por situaciones difíciles en la vida, y en el pasado, había orado por muchos otros asuntos y había tenido grandes curaciones: de enfermedades, problemas de relación e incluso de rasgos de carácter de los que necesitaba redimirme. Sin embargo, me había sentido renuente a orar por esto. Me parecía egoísta pedirle a Dios que me mostrara cómo amarme a mí misma, y tenía más miedo aún de pedir y no obtener una respuesta.

Sentada en mi habitación aquella tarde en un momento de desánimo, me di cuenta de que no podía seguir con este ciclo de negatividad. Así que me armé de valor y recurrí a Dios y Le pedí que me mostrara cómo orar.

Lo primero que se me ocurrió fue que ninguno de esos pensamientos negativos acerca de mí misma podían venir de Dios, quien es Amor. De modo que, si no provenían de Él, no eran verdaderos ni tenían ningún poder, y yo tenía el valor de no aceptar o creer una mentira. En cambio, pensé ¿a quién debía escuchar y creer? Este versículo de la Biblia me dio una guía: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5, La Biblia de las Américas). Tomé la consciente decisión de confiar en Dios de todo corazón y rechazar todo pensamiento que claramente no viniera de Él.

Oré de esta forma por unos minutos, y luego me sentí guiada a buscar referencias a palabras como ser e identidad en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy. Esto me ayudó a obtener una mejor comprensión de cómo debía verme a mí misma. Mientras leía los pasajes que contenían estas palabras, también oré para entender su significado.

Por ejemplo, en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy escribe: “Si hubo alguna vez un momento en que el hombre no expresó la perfección divina, entonces hubo un momento en que el hombre no expresó a Dios, y por consiguiente, un tiempo en que la Deidad estuvo inexpresada, es decir, sin entidad” (pág. 470). Fue muy claro para mí que el propósito de mi existencia era expresar a Dios. No era un mortal, separado de Él, que luchaba para ser mejor. Yo era Su expresión espiritual; es decir, ya expresaba perfección y todo otro atributo divino.

Pensé en algunas de las cualidades que deseaba: alegría, belleza, valentía, creatividad, amor. Me di cuenta de que las mismas no se originaban en mí; provenían de Dios, quien es la fuente divina de todos, y expresa toda Su bondad de igual forma en cada uno. Asimismo, las cosas que yo amaba y apreciaba acerca de mis amigas tampoco se originaban en ellas. Así que, en lugar de compararme con ellas, podía estar agradecida por la forma en que expresaban estas maravillosas cualidades, porque era prueba de que yo también podía expresar a Dios de esa manera.

Mediante las oraciones de esa tarde, entendí claramente que si amaba a Dios, entonces parte de amarlo a Él significaba amar también a Su creación, y eso me incluía a mí. Yo tenía el derecho de amarme a mí misma como Él me creó. Esto distaba mucho de ser arrogante, porque implicaba el reconocimiento de que Dios es la fuente de todo el bien.

En el espacio de unas pocas horas, el concepto acerca de mí misma se había transformado por completo, y sentí un amor genuino por mí misma. No puedo decir que desde entonces no haya dudado o no me haya sentido inadecuada ocasionalmente. Pero cuando lo hago, me acuerdo de esta experiencia y de que tengo mucho bien para compartir con los demás porque reflejo a Dios.

En la Biblia, cuando alguien se dirigió a Jesús llamándolo “Maestro bueno”, él respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:17). Con esta declaración él no se despreció a sí mismo. Jesús estaba reconociendo que todo el bien que él manifestaba era una expresión de Dios. Esto es verdad también para cada uno de nosotros. En la expresión de Dios que tú realmente eres, ¿puede haber algo que no se pueda amar?

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