P: ¿Cómo puedo orar ante el prejuicio y la discriminación?
R: Cuando con 13 años me mudé de la República Democrática del Congo a Noruega, una de las primeras cosas que quería hacer era tener amigos. A menudo buscaba nuevos conocidos en Facebook y les mandaba una solicitud de amistad. El problema era que yo no sabía exactamente cómo funcionaba Facebook, así que había un chico al que le había pedido varias veces ser amigos, sin darme cuenta de que él ya había negado mi pedido dos veces.
Tan pronto me di cuenta de lo que había pasado, me embargaron muchas emociones: me sentía enojado, confundido, herido. De por sí ya sentía que era un forastero, y el hecho de que alguien me dijera que no quería mi amistad, solo empeoró las cosas. ¿Es que había algo malo en mí? ¿Acaso no quería ser mi amigo por mi origen, o porque mi apariencia y mi forma de hablar eran diferentes a las de él?
No es el hecho de ser de la misma raza o cultura lo que nos hace sentir que somos aceptados. Es Dios. Es vivir en el reino de Dios.
Después de eso, traté de olvidarme de lo ocurrido, pero definitivamente seguía molestándome. No sabía si era discriminado específicamente, pero sí sabía que en el fondo me sentía perturbado y enfadado cuando me acordaba de la situación.
Un día, dejé de estudiar para tomarme un descanso, bajé a la cocina para comer un bocadillo, y me vino este pensamiento: “Christian, ¿qué harías si tal persona estuviera a punto de enviarte una solicitud para ser amigos?”.
Lo primero que pensé fue: “¡Rechazaría su solicitud para que sepa lo que se siente cuando te niegan la amistad!” Pero al escuchar mi propia respuesta, de inmediato pensé: “Por supuesto que no”. Desde el primer día que vivimos en Noruega, mis padres me habían alentado a ver más allá de las diferencias, ver más allá del color. Ellos me dijeron que por ser Científicos Cristianos sabemos que todas las personas con quienes nos encontramos son una idea de Dios. Tenemos el mismo creador. Expresamos la misma Mente —la Mente que no sabe nada acerca de divisiones, barreras culturales o prejuicios, porque es Una sola Mente. Y la Mente es también el Amor, así que solo podemos conocernos a nosotros mismos y a los demás como puramente amados y amorosos; esa es la ley del Amor, el Padre que tenemos en común.
Entonces cambié mi respuesta. Empecé a pensar en esa persona con amor. Pensé: “Por ser hijo de Dios, él nunca puede hacerme daño, solo puede reflejar bondad”.
Cuando regresé arriba a mi cuarto, entré en Facebook, y ¿adivinen quién me había mandado una solicitud de amistad? ¿Cómo? No lo podía creer. Pero sí nos hicimos amigos, y para mí esta experiencia fue un útil recordatorio de cómo podemos orar ante la discriminación y el prejuicio, y por nuestras relaciones con los demás.
Una de las lecciones más grandes que me enseñó, por supuesto, es que realmente somos todos hermanos y hermanas. No vivimos en naciones separadas; todos vivimos en el reino de Dios; el reino de los cielos que Jesús nos dijo está aquí mismo, ahora mismo. La oración puede ayudarnos a ser receptivos a la presencia de este reino, y cuando verdaderamente nos vemos a nosotros mismos y a nuestros hermanos allí, nos damos cuenta de que no hay forasteros. Si nadie está fuera del reino, entonces nadie está fuera del bien, fuera del Amor. No es el hecho de ser de la misma raza o cultura lo que nos hace sentir que somos aceptados. Es Dios. Es saber que vivimos en el reino de Dios como Su linaje, porque esa es la verdad de Dios. Esta es una forma muy eficaz de combatir el prejuicio, porque se basa en la unicidad, no en las divisiones.
La otra lección útil que aprendí de esta experiencia es que la discriminación y el prejuicio desaparecen a medida que permitimos que Dios nos diga todo lo que necesitamos saber acerca de los demás. Yo pude responder afectuosamente a mi amigo porque Dios me habló primero, y yo escuché. Dios me mostró cómo debía verlo: como mi hermano, no como un enemigo. ¿Qué pasaría si hiciéramos esto con todas las personas que encontramos? ¿Qué pasaría si permitiéramos que Dios nos mostrara que la verdadera individualidad de cada una de Sus ideas es espiritual, de un colorido único, y maravillosa? Esto no es difícil cuando sabemos que el Amor es nuestro creador, así que cada uno de nosotros debe ser amado de la misma forma, y merecedor de ese amor.
Pienso en orar por la discriminación de forma continua y activa. No se trata simplemente de orar un poco aquí y allá cuando vemos manifestaciones de prejuicio. En cambio, puede ser la forma en que optamos por ver a la gente a diario y asegurarnos de que estamos permitiendo que Dios dé forma y moldee lo que vemos, hasta que todos “despertemos a semejanza de Dios” (véase Salmos 17:15).