P: ¿Cómo puedo hablar con mis amigos sobre Dios y la Ciencia Cristiana cuando ellos dicen que la gente inteligente es demasiado lista como para tener fe o creer en un poder superior?
R: Después de tener algunas curaciones importantes durante mis estudios de postgrado, entre ellas de depresión, yo estaba sumamente entusiasmada con la Ciencia Cristiana. Quería compartir lo que había transformado tan profundamente mi vida, con otros que yo sabía estaban buscando paz, consuelo y salud. ¿Cuál era el problema? Estaba finalizando mis estudios en una destacada universidad, y muchos de mis compañeros no estaban muy interesados en Dios y en la religión.
Era miembro de la organización de la Ciencia Cristiana (OCC) en mi universidad, y un día fui invitada a un almuerzo con ministros religiosos en el campus. Sinceramente, sentía cierta inquietud. Poco antes de esta reunión, habíamos tenido una conferencia de la Ciencia Cristiana en la universidad a la que nadie había asistido. Y la gente se había burlado abiertamente de mí cuando distribuía los carteles sobre la charla. Si bien sabía que en este almuerzo el grupo sería receptivo a la espiritualidad, también sabía que algunos tendrían ideas acerca de la Ciencia Cristiana que… no serían buenas.
Me di cuenta de que tendría que abordar esta reunión de manera diferente a lo que había hecho anteriormente, al compartir la Ciencia Cristiana. Así que antes del almuerzo me pregunté: “¿Qué estoy compartiendo?”. Al hablar con otros sobre la comprensión de Dios que había obtenido mediante el estudio de la Ciencia Cristiana, y cómo había sanado y transformado mi vida, yo era auténtica, y sabía que otros responderían a esa autenticidad.
También sabía que necesitaba confiar en que mi propia experiencia —por más modesta que pareciera ser— era adecuada. Aunque en el pasado mis motivos para compartirla siempre habían sido sinceros, en ocasiones había tenido la tendencia a hablarle a la gente acerca de Dios y la Ciencia Cristiana. En esas instancias, en lugar de estar basada en mi experiencia, o ser “algo del corazón”, la Ciencia Cristiana parecía ser simplemente otra teoría académica más; y con frecuencia era ridiculizada y se debatía sobre ella como tal. En otras palabras, cuando hablaba sobre la Ciencia Cristiana desde una perspectiva intelectual, otros respondían de forma similar, lo cual no llevaba a conversaciones productivas. Esta vez, decidí en cambio compartir las curaciones que había tenido, y admitir cuando no sabía la respuesta a alguna pregunta o si estaba luchando con ella yo misma.
¿Cuál fue la otra diferencia? La oración. Antes de asistir a ese almuerzo, realmente oré para comprender que mi función no era persuadir o argumentar con alguien. Simplemente tenía que ser testigo de la forma en que Dios estaba obrando en la vida de cada persona, y compartir mis propias bendiciones al permitir que Dios fuera una presencia en mi vida. También me aseguré de derrumbar mentalmente cualquier muro que pareciera estar entre los Científicos Cristianos y los demás; comprendí que cada uno de nosotros, ya sea que estemos conscientes o no, es en realidad el reflejo de Dios. Puesto que cada uno tiene esta relación con Él, es muy natural que surjan oportunidades para conversar acerca de Dios y la espiritualidad.
También me di cuenta de que toda cualidad buena —entre ellas, inteligencia, receptividad y fe— proviene de Dios. De manera que ¿cómo podían estas cualidades estar en conflicto unas con otras cuando todas ellas tienen la misma fuente? Esto era imposible. Del mismo modo, cada uno de nosotros, por ser el reflejo de Dios, debe incluir todas estas cualidades en equilibrio perfecto.
Durante la reunión, me senté junto a dos hombres, y cuando se enteraron de que era Científica Cristiana, me di cuenta de que tenían algunas ideas preconcebidas. No obstante, continué orando mientras hablábamos sobre otros temas, confiando en que el mismo Dios que nos había llamado a todos para estar allí, le hablaba al corazón de cada uno. Cuando la conversación finalmente cambió a la Ciencia Cristiana y a la OCC, su actitud había cambiado por completo. Estaban sinceramente interesados, obviamente respetaron mi inteligencia, y al final expresaron su sincero aprecio por lo que había compartido con ellos sobre la Ciencia Cristiana. Lo que había parecido ser una conversación potencialmente tensa se transformó en un respetuoso y mutuo intercambio de ideas.
Honestamente, no todas las conversaciones que he tenido desde entonces sobre la Ciencia Cristiana han sido tan alentadoras. Sin embargo, continúo orando cada día para saber cuándo debo abrir la boca, confiando en que Dios me dará las palabras, y cuándo debo simplemente vivir mi vida como una Científica Cristiana practicante y confiar en que el Amor divino les está hablando a Sus hijos de una forma que cada uno de nosotros puede siempre comprender.