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Para jóvenes

Cuando la gran fecha de entrega era inminente

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 28 de junio de 2021


Era fin de semana, y estaba trabajando en el borrador final de una disertación, el artículo más grande que había escrito. En realidad, este “artículo más grande” se parecía más a un informe tan largo como un libro sobre tres años de estudio, investigación y entrevistas. Debía presentar esta tarea —un requisito para la graduación— el lunes.

Era realmente muy bueno. Pero allí estaba yo, casi en la recta final, y quedándome literalmente dormida ante el teclado. Abría los ojos, comprobaba qué había escrito la última vez, y luego escribía un poco más... sólo para quedarme dormida nuevamente. A este paso, no iba a poder entregar mi proyecto a tiempo. Sentí que una leve sensación de pánico empezaba a carcomerme. Estaba poniendo todo mi ser en este trabajo, no obstante, parecía que ya no me quedaban fuerzas.

Un momentito, ¡eso era! Estaba poniendo todo mi ser en ello. ¡No estaba orando! Las lecciones de mi niñez me vinieron a la mente: Jesús admitió: “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta” y “Llevo a cabo la voluntad del que me envió y no la mía” (Juan 5:30, NTV). En otras palabras, Jesús sabía que su obra no se trataba de sus habilidades personales, sino de su fuente divina: Dios. Y puesto que comprendía que no estaba haciendo nada por su cuenta, no tenía que trabajar muy, muy duro; todo su buen trabajo fluía naturalmente de la fuente infinita de todo el bien. Su verdadero trabajo era prestar atención y seguir adelante. 

A este paso, no podría entregar mi proyecto a tiempo.

Siempre había tomado en serio las repetidas invitaciones de Jesús a “sígueme” (véase, por ejemplo, Lucas 5:27). Cuando lo hice, las cosas difíciles se volvieron más fáciles, y lo “imposible” fue posible. Ahora era el momento perfecto para seguir su ejemplo y escuchar a Dios.  

La calma comenzó a reemplazar el pánico. Lo que me vino al pensamiento en el silencio de mi disposición fue una voz que reconocí que había estado allí, guiándome y protegiéndome, todo el tiempo. Escuché a Dios hablarme con cuidado, pero con firmeza: “Diane, apártate del camino. Solo hay un autor. Yo estoy aquí. Tú escribe”. En ese momento, sentí un cambio dentro de mí. Fue como si mi sentido humano del ego se pusiera a un lado para Dios, el “infinito sostenedor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. vii).  

De repente fue como si el significado detrás de cada idea se derramara en la página con las palabras correctas, página tras página. Atrás quedaron el estrés, la fatiga y la sensación de que yo tenía que hacerlo. Sonreí llena de gratitud, sabiendo que podía y cumpliría con la fecha de entrega. ¿Por qué? Porque había hecho espacio para que el “único autor” se hiciera cargo. 

Las ideas perfectas de Dios siempre habían estado ahí, fluyendo libremente. 

No sólo cumplí con la fecha de entrega, sino que mi tesis fue muy bien recibida. De hecho, se utilizó a partir del próximo semestre debido a una mejora en uno de los componentes claves del programa. La tarea logró más bien de lo que yo esperaba o podría haber imaginado. Y nunca podría haberlo hecho sola. 

“Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta”. Una de las más grandes lecciones que obtuve de esta experiencia fue mi comprensión de que las ideas perfectas de Dios siempre habían estado ahí, fluyendo libremente. Tan pronto como dejé de asumir la responsabilidad de “conseguirlas”, pude reconocer su presencia y humildemente y agradecida “recibirlas”. 

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