Hace casi 20 años me diagnosticaron síndrome de fatiga crónica, también conocido como fibromialgia. Pasé muchos años buscando alivio del dolor y de los desgarradores síntomas propios de esta enfermedad.
Yo había sido criada en la Christian Science y había sanado mediante la oración mientras crecía, gracias a las maravillosas oraciones de mi madre. Pero cuando estaba en la universidad me aparté del camino de la curación espiritual. Al enfrentar una debilitante enfermedad física y otros problemas que tuve a consecuencia de la misma, busqué atención médica.
Un médico, que me estaba tratando por otra enfermedad y había llegado a ser un buen amigo mío, me dijo que en sus 30 años de práctica había visto muchos casos de remisión espontánea entre los pacientes que trataba. Me dijo que la única explicación estaba en que Dios había producido esas curaciones, porque sabía que él no tenía nada que ver con ellas. Este bondadoso doctor incluso me sugirió que asistiera a su iglesia y le pidiera consejo a su ministro, lo que hice por algunos años.
Un día tuve la certeza de que estaba por morir.
Si bien esto me brindó algo de consuelo y apoyo, no se produjo ninguna mejoría física ni mental. También le pedí tratamiento por unos días a un practicista de la Christian Science durante una época de mucha confusión por la que pasé. El ministro que me estaba aconsejando notó un gran cambio en mi actitud.
Hace unos tres años, mi condición se deterioró al punto de que pasaba casi todo el tiempo en cama. Estaba viendo a nueve especialistas diferentes y tomaba varios medicamentos, pero no me daban ninguna esperanza de que me recuperara. Un día tuve la certeza de que estaba por morir, y mi esposo, al observarme, me preguntó si quería ir al hospital. Le dije que no pensaba que los médicos pudieran hacer algo, y que no sabía qué quería hacer.
Después de unos días, finalmente la llamé a mi mamá y le pedí que orara por mí. Y así lo hizo de inmediato. Lo que experimenté durante las siguientes dos o tres horas fue la calidez de la presencia sanadora de Dios. Sentí que Su amor me rodeaba por completo. Por primera vez en muchos meses, pude levantarme y prepararme algo para comer. Posteriormente mi esposo exclamó: “Un minuto te veías terriblemente, y de pronto estabas mejor”.
Llamé a mi mamá nuevamente y le dije que su oración había sido muy poderosa. Me contó que se había comunicado con una practicista de la Christian Science para pedirle que apoyara sus propias oraciones. Me dio el nombre y número de teléfono de la practicista y me alentó a llamarla. Después de lo que había experimentado, yo estaba ansiosa de hablar más sobre el tratamiento con la practicista y explorar las ideas que habían producido tal cambio físico. La llamé y le conté lo ocurrido. Ella estaba muy agradecida por saber de mi inmediata mejoría.
En el curso de las siguientes semanas hablamos con frecuencia. La practicista me dio proyectos que realizar en mi estudio de la Biblia y Ciencia y Salud. Hablábamos diariamente y mis conversaciones con ella eran invalorables para mí. En tres semanas pude dejar de usar toda medicación, algunas de las cuales hacía casi 20 años que tomaba. Fue con una gran sensación de libertad que dejé los frascos de medicina, sin temor alguno de que mi salud sufriera como resultado. Superar este temor era uno de los puntos clave con los que la practicista y yo habíamos trabajado juntas.
Me había ayudado mucho leer sobre la práctica de la homeopatía que había realizado Mary Baker Eddy, y la conclusión a la que llegó de que no era la medicina misma la que era eficaz en las curaciones que ella había observado. Afirma: “La homeopatía provee a los sentidos la prueba de que los síntomas que un medicamento determinado pudiera producir, desaparecen mediante el empleo del mismo medicamento que los hubiera ocasionado. Eso confirma mi teoría de que es la fe en el medicamento el único factor en la curación” (Ciencia y Salud, pág. 370). Esas maravillosas semanas de profundo estudio me estaban guiando a ver la habilidad de Dios para sanar. Yo me sentía muy agradecida por haber alcanzado esa convicción más profunda. Entonces recurrí de todo corazón a Dios en busca de cuidado, y llegué a reconocer Su poder como una presencia sanadora en mi vida.
Continué orando con la practicista durante los siguientes tres meses. En una ocasión mientras conversaba con ella sentí un rotundo cambio en mi perspectiva. Yo le había dicho que me preocupaba que esta enfermedad nunca sanara por completo. La investigación que yo había hecho de esta dolencia en las revistas de medicina había producido ese temor. Si bien mi progreso hacia la salud había aumentado notablemente, le dije que ya habíamos hecho lo difícil y que era hora de que hiciéramos lo imposible. Ella me respondió: “Ya ha sido hecho”. Fue entonces que comencé a comprender que yo ya era la hija perfecta de Dios, y que mi verdadera identidad es espiritual. En base a esto yo no necesitaba esperar para ser sanada. Ya estaba sana.
Un día, tiempo después, la practicista me dijo: “Cuando pensemos que no podemos dar otro paso más, Dios nos ama tanto a cada uno de nosotros que nos tomará en Sus brazos y nos llevará el resto del camino”. Con este pensamiento percibí que Dios incluye todo el amor y es muy poderoso. Poco después se produjo la curación completa.
Desde entonces, he sido sanada, sólo mediante la oración, de graves problemas respiratorios, de la picadura de una abeja, de profundas cortaduras y de una quemadura en la mano, además de la tristeza por el fallecimiento de mi esposo. Estoy muy agradecida por la amorosa ayuda de la practicista, y por todo lo que he aprendido y sentido del constante cuidado de Dios.
El Paso, Texas
Estados Unidos