Sufrí de insomnio desde que era niña. Con los años, el problema se fue acentuando cada vez más. Para cuando llegué a la edad adulta y tuve a mi hija fui al doctor quien me recetó pastillas medicadas que me permitían dormir muy poquitas horas. Luego la condición se iba acentuando hasta que pasaban dos o tres días que no podía dormir.
Conocí la Ciencia Cristiana, hace doce años, a través de un Heraldo que me regalaron. Fue toda una revelación para mí. Yo siempre había pensado que Dios no podía estar limitado por algo material, y al comenzar a leer Ciencia y Salud, me encuentro con un Dios que yo no conocía. Este Dios era mi Creador, era el Espíritu, el único poder, la única Mente y, además, era el único sanador.
Me dediqué a leer este libro, yo creo que lo devoraba. Mary Baker Eddy comienza el Prefacio con estas palabras: "Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones" (pág. vii). Entonces decidí empezar cada día con esta oración que me hablaba de soluciones, de tener un día bueno.
Las palabras del Maestro Cristo Jesús me traían mucho consuelo. en el Evangelio según Mateo, nos dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Yo pensaba en esas palabras y me daba cuenta de que él decía "descansar", no "dormir", y yo anhelaba ese descanso.
Poco a poco comprendí que no debía mezclar la curación espiritual con la medicina material. Eran dos métodos de curación totalmente distintos. Y lo que estaba aprendiendo de Dios me daba una paz, una esperanza, una tranquilidad interior, que ninguna otra cosa me las podía dar. No obstante, me costó dejar las pastillas porque el temor me llevaba a tomarlas. Tenía que estar bien para trabajar y pensaba que no podía dejarlas.
Me ayudó mucho esta cita de Ciencia y Salud: "La Mente tiene dominio sobre los sentidos corporales y puede vencer a la enfermedad, al pecado y a la muerte. Ejerced esa autoridad otorgada por Dios. Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre" (pág. 393). Entonces decidí dejar las pastillas.
Pasaron los días, y notaba que tenía una fuerza y una resistencia que yo no sabía que tenía. Me di cuenta de que mi bienestar físico echaba por tierra todas las leyes materiales que dicen que cuando uno no duerme por unos días puede tener consecuencias mentales y físicas. A mí no me estaba pasando nada de eso. Yo estaba lúcida, tenía gran resistencia y fuerza para andar durante el día, y me di cuenta de que ese poder, esa fuerza provenían de Dios.
Así pasó un tiempo, hasta que un día, tuve una tentación muy fuerte de tomar las pastillas otra vez, pero rechacé inmediatamente ese pensamiento y pensé que sería como volver atrás, volver a tener fe en algo en lo que yo ya no creía. Entonces dejé todo de lado, me puse en manos de Dios y afirmé que Él era más importante para mí que aquellas pastillas.
Esta vez, percibí que algo había mejorado. Sentí la necesidad de declarar que había llegado el momento de levantarme en el Espíritu. Me acosté, cerré los ojos y me puse a orar. Sentía que Dios estaba muy cerca de mí, que me oía, que sabía donde yo estaba, y podía dirigirme a Él en secreto. En ese momento comprendí que descansaba en Dios y nada podía impedir que tuviera ese descanso. Como resultado de esta oración esa noche dormí tres horas, sin interrupción, sin pesadillas. Al día siguiente, volví a orar de la misma manera, y esta vez dormí toda la noche. El problema nunca más volvió.
La oración también me reveló que yo tenía muchos sentimientos que debía cambiar. Había un cúmulo de enojos y de ira. Guardaba recuerdos de dolor y de sufrimiento, que de pronto desaparecieron por completo. Fue como sacarme una mochila. Y me quedé con ese presente, ese descanso, y todavía lo mantengo, como un tesoro, en mi pensamiento.