Cuando tenía 16 años, tuve una curación en la Ciencia Cristiana que es muy importante para mí, incluso hoy. Ya había tenido varias curaciones, pero esta curación fue el primer desafío grande que enfrenté.
Me sentía abrumada y ansiosa. Me había salido un sarpullido en la piel, que no sólo se veía rojo e inflamado, sino que también me producía mucho escozor. Parecía ser intoxicación por mariscos. No podía pensar en otra cosa más que en ese sarpullido. Al día siguiente, un viernes, tenía que ir a la escuela, pero decidí quedarme en casa.
El sarpullido empeoró durante la noche, así que le pedí a mis padres y a una practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyaran con su oración. Durante todo el día siguiente estuve orando para sanarme. Leí citas de la Biblia y de Ciencia y salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Como me crié en la Ciencia Cristiana, estaba acostumbrada a sanar todo tipo de problemas con la oración, así que quería confiar en ella también en esa ocasión.
El sábado por la noche el sarpullido persistía y ahora también tenía la lengua inflamada y no podía beber, comer ni tragar. En ese momento, me embargó un temor tan grande que no pude dormir. Para el domingo llegó un punto en que tuve que decidir en qué dirección iba a seguir atendiendo este problema. Mis padres me preguntaron si quería ir al médico o apoyarme en la Ciencia Cristiana para sanar el sarpullido. Yo decidí apoyarme en la Ciencia Cristiana como la única forma de curación.
La practicista de la Ciencia Cristiana continuó apoyándome con su oración y yo también oré basándome en varias ideas de la Biblia y de Ciencia y Salud. En Mateo y Marcos, leí algunos versículos que mantuve en pensamiento: “Tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Marcos 16:18. “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”. Mateo 15:11.
El hecho de que en su época Jesús enseñó a la gente que nada podía hacerles daño y que aunque bebieran cualquier cosa mortífera no podía afectarlos, me causó un profundo efecto. Pensé: “Si la gente en aquella época aprendió que nada podía hacerles daño, yo también puedo hacerlo”. De pronto me sentí mucho más tranquila y pude finalmente concentrarme en mis oraciones.
Esa noche dormí muy bien, y cuando me desperté a la mañana siguiente, estaba sana. Mi cuerpo estaba totalmente libre y no había señal alguna de que apenas unas horas antes había tenido un serio sarpullido. Regresé a la escuela, y nunca más he vuelto a tener ese problema.
Esta curación no sólo fortaleció mi fe en Dios, sino que también me ha demostrado que incluso en los momentos más atemorizantes, Dios es nuestro auxilio y podemos apoyarnos totalmente en Él.