Una mañana desperté muy temprano sintiéndome en un estado de descontrol total. Sentía un fuerte dolor de cabeza, tenía vómitos, diarrea y no podía pararme. Como no lograba pensar con claridad para orar por mí misma, decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Ella me dijo que me quedara tranquila. Momentos después logré aquietarme y pude dormir un poco.
Pero la situación seguía y el dolor de cabeza era muy fuerte. Entonces me puse a pensar en el amor de Dios, y que en ese momento estaba abrazándome. La condición física empezó a mejorar, aunque seguía sin ninguna fuerza y con mucho dolor de cabeza. Así que me comuniqué nuevamente con la practicista, y ella fue contundente, me dijo: “Apunta al infinito”.
Sus palabras me hicieron reflexionar. Comprendí que tenía que mantener firme en mi pensamiento que la presencia y la bondad de Dios son infinitas. Entonces comencé a orar el “Padre nuestro”, diciendo: “Padre Nuestro infinito, que estás en los cielos infinitos”. Percibí que no podía estar fuera de la infinitud.
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