El agnosticismo, en realidad, no niega la existencia de Dios. Lo que el agnóstico sí niega es la posibilidad de conocer a Dios con certeza. Por lo tanto, la evidencia del Ser Supremo continuaría siendo abstracta, teórica, impráctica, inalcanzable.
Por supuesto que el individuo no necesita clasificarse a sí mismo como agnóstico al enfrentarse algunas veces con la tentación de dudar que la presencia y el poder práctico de Dios puedan ser tangibles. Los incontables males que el mundo hace desfilar ante nosotros, tragedias mundiales, guerras, enfermedades, pobreza, corrupción, falta de humanidad, quisieran presentar un cuadro siniestro de la vida en el que parece difícil reconocer alguna evidencia de un Dios bondadoso. Y si en nuestra vida estamos pasando por una crisis personal seria, tal vez sintamos la tentación de dudar si lo que hemos oído y aprendido acerca de Dios y Su bondad es, en verdad, práctico y realmente comprensible.
Pero esta tentación de la mente carnal sólo podría tentarnos si, en realidad, no existiera la luz espiritual a la cual podemos recurrir. Sin embargo, el hecho es que la luz de la Verdad divina está constantemente iluminando la consciencia mediante la acción sanadora y redentora del Cristo de Dios, la divina manifestación que vence el pecado y la enfermedad. Mediante la oración, podemos discernir esta luz sanadora que todo lo abarca.
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