Desde niña mis familiares me decían que como mis dos abuelas tenían diabetes, yo también sufriría de ella, por lo que crecí con la idea de que esa enfermedad era inevitable y natural.
Ya de jovencita comencé a tener todos los síntomas que tenía la abuela que vivía conmigo, por lo que me hacían análisis regularmente, y vivía haciendo un régimen estricto.
Con el tiempo me casé y tuve que dejar mi trabajo porque a mi esposo no le gustaba que trabajara. Así que, años después, cuando me abandonó, con tres hijos pequeños, yo no tenía ninguna entrada. En ese entonces, mis padres estaban enfermos e internados en distintos hospitales, así que me resultaba difícil atenderlos a ellos y a los niños. Me sentía tan agobiada por las responsabilidades, que el temor que tenía por los síntomas de diabetes recrudeció.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!