Hoy en día, la publicidad de ciertas enfermedades se ha intensificado notablemente a través de la radio y la televisión, así como también de la prensa. Algunas de esas enfermedades han sido rotuladas como “incurables”, y este rótulo a veces aparece en primer plano en una publicidad que es inconscientemente dañina.
No obstante, gracias al poder de Dios, la Verdad, como es comprendido en la Ciencia Cristiana, se le ha quitado el rótulo de incurabilidad a las enfermedades antes consideradas incurables. Ahora todos podemos utilizar científicamente este poder para superar enfermedades persistentes. La Ciencia Cristiana ha aportado una nueva y más clara comprensión de la naturaleza de la enfermedad, acompañada de explicaciones sobre los medios espirituales para sanarla.
La Ciencia Cristiana considera que la enfermedad es una pretensión, la pretensión de que existe algo opuesto a la armonía y a la carencia de dolor que caracteriza al Alma, Dios, y que pertenece por siempre al reflejo del Alma, el hombre. En este sentido, la enfermedad no es en realidad una condición física que puede ser curable o incurable. En términos absolutamente científicos, la enfermedad es “una maldición sin causa” (véase Proverbios 26:2), y carece de evidencia, carece de historia, carece de futuro.
Mary Baker Eddy declara enfáticamente en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “No hay enfermedad” (pág. 421). Por lo tanto, la llamada enfermedad incurable es la pretensión de que algunas “nadas” son temporales y otras son permanentes. Esto puede sonar extraño, y lo es. Pero ante la luz de la Ciencia de la curación por la Mente, la incurabilidad es más extraña aún. Es imposible.
Cuando hablamos de incurabilidad, estamos hablando de una creencia mortal, no de una situación genuina. La creencia es tan incorrecta como lo fue alguna vez la creencia universalmente aceptada de que la tierra era plana. La incurabilidad es una sugestión que deriva de la mente mortal, y tiene el efecto de provocar una tremenda ansiedad en nuestro corazón, y de esta manera desvía nuestro pensar para que no tengamos consciencia de la realidad del poder y la totalidad de Dios.
Si el Principio divino sanador funciona en una instancia —y ha funcionado en innumerables casos— entonces tiene la capacidad de sanar en todas las instancias en las que se aplica con entendimiento y se acepta sin resistencia. Por otro lado, si aceptamos la incurabilidad como un hecho, aunque sea en una instancia, negamos todo el sistema de la Ciencia Cristiana y su autoridad en nuestro pensamiento.
La curación espiritual no es el resultado de una lucha de poderes, el poder de Dios que batalla con el supuesto poder del mal y sale victorioso sólo en algunos casos. En la Ciencia, el poder está totalmente del lado de la Verdad, sin ninguna calificación. No existe ningún poder del lado del error. Para enfrentar la pretensión de la incurabilidad, tenemos que estar seguros de poner todo el énfasis en el poder de la Verdad, y no conceder a la discordancia ningún vestigio de poder.
Tener un enfoque cada más espiritual respecto a la pretensión de la enfermedad incurable, fortalece nuestra confianza en que podemos tratarla. Mantener nuestro enfoque completamente espiritual contra la incurabilidad, hace que lleguemos a tener una convicción total. Tener una confianza absoluta en la Verdad es el antídoto perfecto para la supuesta incurabilidad de algunos estados de la creencia mortal. La Ciencia Cristiana nos brinda la justificación más elevada para que nuestra convicción sea incondicional.
A medida que razonamos bajo la dirección de la Ciencia Cristiana, llegamos a la conclusión de que solo tenemos dos opciones decisivas: o bien, Dios es omnipotente y tiene todo el poder, o Dios está restringido en Su autoridad y gobierno, y, por lo tanto, no es de ninguna manera un Dios, sino el mito de una deidad finita. Cuando comprendemos que Dios, la Verdad, es realmente omnipotente, establecemos el fundamento perfecto para tener una confianza y convicción totales. Esta comprensión hace que la incertidumbre desaparezca de nuestro pensamiento, y elimina la incurabilidad.
Otro aspecto que brinda aún más confianza al tratar los casos que se consideran perdidos, es comprender que estamos trabajando bajo la ley, no con la casualidad. El éxito no es especulativo, sino cierto.
Hoy en día, los diseñadores de aviones tienen tanta confianza en su comprensión de las leyes de vuelo, de la aerodinámica y de la física en general, que diseñan aeroplanos con la total certeza de que van a volar.
Cuando Cristo Jesús caminó sobre el agua, él tenía la total comprensión y confianza en que la ley espiritual daba al hombre dominio sobre el ambiente físico. Sabía claramente que la ley espiritual es más elevada que la aparente ley física, y que, en consecuencia, él podía hacer todo lo que necesitaba hacer en una circunstancia en particular, incluso caminar sobre el agua. Jesús no se preguntó si podía o no caminar sobre el agua, sino que comprendía por qué podía hacerlo. Pedro, en cambio, dudó, y se hundió.
Al tratar un así llamado problema incurable, necesitamos tener la completa certeza de que estamos trabajando con la ley de Dios, con Su ley de la permanente salud del hombre. Esta ley, cuando es comprendida, nos da dominio sobre las pretensiones, sugestiones, creencias, apariencias, y sobre los diagnósticos y prognosis basados en la materia. El estudio perspicaz de la Biblia y de los escritos de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, y la aplicación de lo que allí aprendemos en nuestra vida diaria, nos brinda esta certeza de la legalidad divina que invalida el sentido inferior de ley.
La mente mortal no tiene leyes inmutables que le pertenezcan ni leyes que pueda aplicar. Los problemas rotulados como incurables no tienen el respaldo de ninguna ley verdadera, y no necesitamos sentirnos intimidados por las supuestas leyes de la medicina o la patología, o lo que fuera. Toda ley pertenece al Principio divino. En realidad, ninguna ley se vincula con las condiciones materiales, cualesquiera sean, para producir pecados incurables o enfermedades incurables.
En consecuencia, al referirse a dicha pretensión, Ciencia y Salud aconseja: “Deséchala con una permanente convicción de que es ilegítima, porque sabes que Dios no es el autor de la enfermedad, así como no lo es del pecado. No tienes ninguna ley de Dios que apoye la necesidad del pecado o de la enfermedad, sino que tienes autoridad divina para negar esa necesidad y sanar a los enfermos” (pág. 390).
Cada uno de nosotros necesita enfrentar con regularidad la pretensión mesmérica de la incurabilidad. Y la pretensión se reprime de la mejor manera, antes de que parezca manifestarse como un problema. Esto se puede lograr con firmeza al comprender claramente “la nada”, es decir, la engañosa naturaleza, de la enfermedad misma; de esa manera no hay nada a lo que el rótulo de incurable se pueda adherir. La enfermedad, en creencia, es simplemente un estado mental como lo es el temor, su usual precondición. Si la enfermedad fuera una realidad material objetiva —denominada curable o incurable— no estaría dentro del alcance de la actividad espiritualmente mental.
Lo que supuestamente resiste la curación espiritual es el magnetismo animal. El magnetismo animal argumenta que realmente hay vida e inteligencia en la materia, que el hombre está en la materia, y que nada puede hacerse al respecto. Si llegáramos a aceptar este punto, la mente mortal entonces trataría de argumentar su caso a partir de instancias donde la Verdad aparentemente no logró la curación. Este argumento sólo puede parecer posible a un punto de vista materializado del hombre, y a menos que lo anulemos, puede que terminemos pensando: “Yo conocí a alguien que tenía algo supuestamente incurable, y trató de superarlo espiritualmente, y me enteré de que no lo logró. ¿Quiere decir esto entonces que hay algunas condiciones que son incurables, incluso en la Ciencia?”
Tenemos que examinar los fundamentos y quitarle el disfraz a esta engañosa línea de pensamiento. Bajo el análisis de la Ciencia del ser, los aparentes fracasos se consideran cuadros mesméricos pasajeros, no realidades. Si somos tentados por esta línea de razonamiento mortal en particular, podríamos preguntarnos: “¿Le voy a creer a Dios, o al sentido material?”
Es el sentido material el que insiste en que el hombre es mortal, propenso a la enfermedad, al malestar, la decadencia y la muerte. El sentido material miente, y no tenemos porqué creer sus mentiras. De hecho, tenemos que estar absolutamente seguros de que no creemos ninguna de sus mentiras. Si creemos débilmente en el fracaso, en lugar de enfrentar dichas mentiras basándonos en las verdades espirituales, la próxima vez que nos demos un tratamiento a nosotros mismos o a otro, es posible que no resulte tan bien como antes.
La Ciencia Cristiana es científica. Nuestra labor es poner nuestro pensamiento de acuerdo con la Verdad y la ley divina, no con las erradas creencias humanas e imágenes de la mortalidad. Nuestra labor no consiste en inquietarnos con los cuadros y sombras, por más reales que parezcan ser, sino saber la verdad y continuar sabiéndola, a pesar de lo que la mente mortal esté tratando de describir como la realidad.
El deseo de que haya más curación completa y cabal no exige nada que no podamos lograr poniendo todo nuestro empeño con sinceridad. Dios sostendrá nuestros esfuerzos. La Biblia nos asegura: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Santiago 4:8). Ante un aparente fracaso, no es momento de dudar, sino de esforzarnos por alcanzar una mayor convicción. Cuando una demostración es temporalmente inadecuada, no es momento para desesperarse, sino una oportunidad para elevarse más cerca de Dios. ¿Cómo? En la fortaleza del Espíritu. Al comprender que el hombre, es decir, nuestro verdadero ser, es el reflejo de la Mente, tenemos la habilidad de trascender el argumento de que hemos fracasado, y nada puede quitarnos esa habilidad.
Para enfrentar con más certeza lo que se llama incurable, necesitamos comprender con claridad lo que ocurre, metafísicamente, en la curación. Externamente se piensa que la práctica de la Ciencia Cristiana consiste en que un ser humano, dotado de cierta cantidad de espiritualidad y comprensión científica, trate mentalmente a otra persona, en algún otro lugar, quien tiene un concepto inadecuado de Dios y Su bondad, a causa de lo cual tiene algún tipo de problema. Debemos mirar más allá, dentro del realismo de la práctica.
La Sra. Eddy escribe: “La Mente en todos los casos es el Dios eterno, el bien” (Ciencia y Salud, pág. 415). Esto implica —a pesar de la opinión humana— que, en realidad, en el caso no está la mente del paciente sufriente, materializado, temeroso y egocéntrico. Como tampoco está en el caso la mente del practicista vacilante, luchador y limitado espiritualmente. Lo que está presente en toda instancia es la Mente, la Mente eterna, Dios. Aunque el cuadro humano presente a un practicista ayudando a un paciente que tiene un problema que aparentemente no cede, lo que en realidad está ocurriendo, ahora y en todas partes, es la Mente divina única que conoce y glorifica en su infinitud, perfección y belleza, y mantiene perpetuamente al hombre bajo su cuidado.
En el reino de la Mente y su idea —y en verdad no existe ningún otro reino— no existe un practicista inseguro y un paciente insensible que cree en la incurabilidad; sino que la Mente divina es Todo por completo, y está manteniendo su totalidad, y no conoce desafío alguno. Dios y Su totalidad es la esencia, la sustancia, el comienzo y el fin, de todos los sucesos que describimos humanamente como tratamiento en la Ciencia Cristiana, y su curación resultante.
En este sentido espiritual total de la práctica no existen problemas reales, ya sea curables o incurables. Por lo tanto, tampoco existen ni los éxitos ni los fracasos. No hay una consciencia local espiritualizada ni materializada. Sólo existe la única consciencia divina, el eterno Ego divino.
Hablando en lo absoluto, no hay que quitar el reclamo de incurabilidad de la consciencia, puesto que la consciencia divina es la única consciencia verdadera, ya sea del practicista o del paciente. Y por su naturaleza misma siempre fue y es impenetrable a todo error. El error jamás pertenece a la consciencia, ni la consciencia jamás pertenece al error. La consciencia siempre pertenece a la Mente, Dios.
La Ciencia Cristiana es profundamente alentadora. Es el Consolador que Cristo Jesús prometió. ¿Qué puede ser más reconfortante que la revelación de que el hombre de Dios no tiene tacha alguna, está exento de pecado, libre de enfermedades, ahora; especialmente cuando esta revelación está acompañada de la explicación de que todo aquel dispuesto a seguir sus indicaciones tiene el potencial de aplicarla? Para el Cristo, la presencia y poder espirituales de Dios, no existe ningún caso incurable, y podemos empezar a probarlo hoy mismo.