
Para jóvenes
Cuando regresé a la escuela, recordé que los ángeles de Dios me protegían y que podía dejar que ellos me guiaran.
Parecía que estábamos en el corazón de la tormenta y no había ningún lugar al que pudiéramos ir.
Me inspiré en la idea de que Dios no nos hace temerosos, así que ¿cómo podía estar asustada o nerviosa?
Pensé que decepcionaría a los que me rodeaban si mi vida no resultaba como la había planeado.
Me reconfortó saber que Dios me mostraría a dónde tenía que ir y me proveería lo necesario sin importar el camino que tomara.
Estaba empezando a ver que mi motivación para amar viene de Dios, que es Amor, y que amar se trata realmente de Dios, no de mí.
Pensaba en esta chica de vez en cuando, y cada vez que lo hacía, mis pensamientos eran negativos. No podía superar mi ira y mi dolor.
Enfrentar cada oportunidad como una manera en que mi comprensión del gobierno de Dios en mi vida aumente ha marcado una diferencia en la forma en que enfrento todo.
Ahora entiendo mucho mejor que la tristeza no es más poderosa que la alegría y que nada puede separarme, ni a mí ni a nadie, del amor de Dios.
Saber que el cuidado de Dios por mí era absoluto culminó en este momento salvador de escuchar a Dios y saber obedecer al instante.