
Relatos de curación
En su Sermón del Monte, Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos. En esta situación, interpreté sus palabras en el sentido de que debía amar —y perdonar— al conductor. También me di cuenta de que yo había sido tan inocente como ese conductor cuando andaba en bicicleta por la montaña unos días antes.
Cuando comencé la caminata, oré a cada paso, sabiendo que, si Dios no causaba dolor, entonces no podía manifestarse en mi experiencia. Di el primer paso y luego el siguiente sin dolor. La caminata del primer día fue corta, y mientras caminaba y oraba, logré quedarme con el grupo.
Al pensar en la experiencia, inicialmente me decepcionó que el bebé no se hubiera dado vuelta antes del nacimiento. Pero reconocí que se había aprendido una importante lección: que cualesquiera sean las circunstancias o cuán grave el pronóstico, la ley de armonía de Dios está siempre en operación.
Cuando entré a mi lugar de trabajo y me encontré con mi compañera, sentí un profundo amor por ella. Cuando me vio, me saludó con mucho cariño, y hablamos naturalmente. Esta experiencia me ayudó a entender que jamás había sido herida por nadie.
Finalmente, un día me sentí impulsada a preguntarle a mi amiga si había un libro que pudiera leer para aprender más sobre las maravillosas ideas que compartía conmigo. Ella acababa de recibir un ejemplar del libro de Mary Baker Eddy Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras que había encargado, y me lo dio.
Cuando terminó el servicio, los congregantes quisieron hablar conmigo sobre la inspiración que habían obtenido del solo y su conexión con el sermón que siguió. El mensaje más profundo había llegado, ¡y yo estaba muy agradecida de haber contribuido de esta manera!
Deseo expresar mi gratitud por las numerosas curaciones que el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana me han traído desde que comencé a asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a los cuatro años.
Como imagen y semejanza de Dios, no estaba sujeta a las leyes limitantes del tiempo o la vejez, sino que tenía dominio sobre ellas; expreso salud, juventud, armonía y alegría, todas las cualidades que provienen de nuestro Padre-Madre Dios, eternamente.
En ese momento me di cuenta de que se necesitaba más. No era suficiente profesar un amor teórico por mi jefe sobre la base de que era miembro de la raza humana. En cambio, necesitaba ver que este hombre era el hombre que hizo Dios.
Empecé a leer el libro. Aunque al principio no comprendí el contenido, sentí que me haría bien, así que seguí explorándolo. Compré un número de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. A medida que lo leía, empecé a entender más.