A menudo, con el cambio viene la incertidumbre. Al preguntarnos cómo será la vida después de la pandemia, hay muchos interrogantes. Sin embargo, podemos aceptar el cambio constructivo momento a momento cuando comprendemos claramente lo que no cambia: la constancia del bien. Aunque la forma de nuestra experiencia cambia de un día para otro, año a año, la sustancia del verdadero bien de nuestra vida nunca cambia, porque tiene su fuente en la naturaleza inalterable de Dios como el Amor divino y la Vida.
El libro de Eclesiastés en la Biblia dice: “Para todas las cosas hay sazón, y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo” (3:1). A pesar de que con mucha frecuencia tendemos a resistir el cambio, en realidad es natural adaptarse a los cambios que vienen con una nueva estación o un propósito renovado. Fundamentalmente, el efecto de la Ciencia Cristiana “es estimular la mente humana hacia un cambio de base, sobre la cual pueda ceder a la armonía de la Mente divina” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 162). Esta Ciencia del Cristo vigoriza y aclara nuestra comprensión de la realidad espiritual de la Vida y su permanencia, dejando que todo lo pasajero o engañoso desaparezca. A medida que afirmamos esto a través de la oración, el sentido correcto de progreso para cualquier empeño emerge y nos permite ver más claramente nuestra propia forma única de contribuir o participar.
El cambio espiritual y constructivo ocurre en nuestra consciencia para sanar y transformar las situaciones difíciles. Por ejemplo, cambió “la negatividad y el malestar” en la vida del dueño de un negocio; también trajo vislumbres espirituales durante un servicio religioso que liberó inmediatamente a una mujer de la enfermedad.
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