En medio de una considerable división social, que incluye políticas y puntos de vista conflictivos, muchos de nosotros anhelamos ver expresada una unidad más genuina en el ámbito local, nacional y global; una unidad que no es temporal, ficticia o forzada, sino que está arraigada en una base firme, honesta e inclusiva. Mientras los esfuerzos por encontrar unidad estén basados en la premisa de muchas mentes obstinadas y voluntades divergentes con motivaciones e intereses personales e incompatibles, la unidad será inalcanzable. No obstante, hay otra manera de abordar este ideal. La Ciencia Cristiana explica, como demostró Cristo Jesús, que Dios, la Mente infinita o Espíritu, es en realidad el único poder creativo y gobernante —la fuente de toda existencia verdadera— que anima el funcionamiento armonioso de todo lo que existe. Desde esta perspectiva, la unidad es un hecho espiritual establecido, derivado de Dios, que podemos esforzarnos por sacar a luz en nuestra vida cotidiana.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, expone este precepto espiritual fundamental: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones;” (Mary Baker Eddy, pág. 340). La declaración procede a identificar el amplio impacto de este Principio divino. Es la base de la hermandad del hombre, el fin de las guerras, la igualdad de los sexos y la liberación de la humanidad de otras condiciones injustas. Y puesto que la Ciencia Cristiana explica la creación, el hombre y el universo de Dios, tal como se concibió a Su semejanza perfecta, sobre esta base, es natural pensar que todos nosotros, en nuestra verdadera identidad espiritual, expresamos y estamos gobernados por el único Espíritu unificador.
Sin embargo, esta explicación del poder total de Dios no debe hacernos de ninguna manera desdeñar o ser complacientes frente a un mundo profundamente desafiado por una división generalizada. La misma debería incitar nuestra mente y nuestro corazón a orar y trabajar con más persistencia a fin de ver estos hechos espirituales demostrados más ampliamente en la sociedad en general.
En el ámbito cotidiano de la vida humana, donde la unidad espiritual innata del hombre parece agresivamente impugnada por acciones y palabras divisivas, existe la necesidad apremiante de permitir que el Cristo eleve nuestro pensamiento espiritualmente y alinee mejor nuestros pensamientos y vidas con el Amor divino y la guía divina. A medida que cedemos individual y más plenamente a nuestra unidad con Dios y vivimos más las cualidades del Amor divino —entre ellas, compasión, generosidad, perdón, inclusión, humildad, discernimiento, por nombrar algunas— también podemos pedir sinceramente a la Mente que es Amor que nos ayude a ver y experimentar más de la unidad de todos con Dios y entre nosotros, dentro del único bien infinito.
Al abrir el pensamiento a la influencia del Cristo omnipresente —el mensaje del bien de Dios a nosotros— y elevarnos de una creencia en muchas mentes conflictivas hacia la consciencia de una Mente supremamente buena, veremos que nuestras actitudes y las de los demás son más depuradas de las características divisivas, tales como la indiferencia, el temor, la justificación propia, la intolerancia y la malicia, y demostraremos, en cambio, expresiones más amplias y fuertes de unidad en nuestros móviles, valores y aspiraciones.
Jesús señaló la necesidad de la unidad cuando dijo: “Toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá” (Mateo 12:25). Si nuestras instituciones han de ser estables, no podemos pensar en la unidad como algo opcional. Pero a menudo las ideas y las políticas deben ser purificadas, elevadas y transformadas para que aparezca la verdadera unidad. Y cuando hay una unidad sólida y genuina, debe defenderse de lo que la divida, debilite o “desintegre”. Ya sea que una influencia desestabilizadora provenga de dentro de nosotros mismos, o cerca, o incluso de fuera de las fronteras de nuestra patria, necesitamos recurrir al poder divino para que guíe a la humanidad hacia una unidad más tangible.
Al comprender de manera extraordinaria la base espiritual de la unidad y el poder de la oración científica, Jesús oró por sus seguidores de entonces y los de ahora: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; ... Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, ...” (Juan 17:21, 23). Jesús no oró para que Dios unificara de alguna manera muchas mentes en conflicto. Su oración intrínsecamente reconoció a Dios como su mente, la mente del Cristo, y luego al Cristo en nosotros, es decir, trabajando en nosotros. Por lo tanto, la base segura de la unidad es que todos tengamos la misma Mente. Depende de nosotros ser la respuesta a la oración de Jesús: que purifiquemos de tal manera nuestro pensamiento de la creencia en otros dioses, otras mentes, que demostremos más de esta Mente, el Amor divino.
Además, al extender su pensamiento hacia afuera y abrazar al mundo, Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, incluyó en su Oración Diaria lo siguiente: “...¡y que tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y los gobierne!” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 41). Una parte anterior de la oración expresa lo que tenemos que hacer: “...haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado...” La Sra. Eddy estableció que es deber de cada miembro de la iglesia que ella fundó —La Iglesia de Cristo, Científico—orar con dicha oración cada día. Parece claro que cada uno de nosotros tiene la oportunidad y la responsabilidad de ayudar a la humanidad a experimentar cada vez más la unidad que es espiritualmente inherente a todos nosotros por ser la descendencia de Dios. Librarnos de todo aquello que nos separaría de Dios y Su creación es un primer paso esencial.
La absoluta confianza de la Sra. Eddy en el Amor divino y su esfuerzo por expresar los compasivos y desinteresados motivos y objetivos del mismo, fueron demostrados a lo largo de muchos años en su calidad de Descubridora, Fundadora y Guía de la Ciencia Cristiana. Y sus incansables esfuerzos por demostrar la practicidad del poder espiritual dieron sus frutos en las numerosas pruebas de división que ella superó mediante el amor sanador en su relación con los estudiantes, así como con la prensa, la profesión médica y el clero. En junio de 1906, en su mensaje leído en la dedicación de la Extensión de La Iglesia Madre, Mary Baker Eddy agradeció a los miembros de la iglesia por “esta prueba de vuestro progreso, unidad y amor” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 6). Ella conocía por experiencia propia el esfuerzo que se requiere para superar las tendencias divisivas y destructivas de la mente humana y para que prevalezca la unidad y el amor,
Veinte años antes había publicado un poema titulado “El Amor”, que incluye este verso:
Si tu palabra o acto cruel
la caña destrozó,
pide al Señor el don de aquel
que al hombre amó y sanó.
Procura tú en el bien pensar,
que a todos une en el amor.
(Escritos Misceláneos, pág. 387).
Estas y otras declaraciones de la Sra. Eddy, que indican la estrecha relación entre el amor, la unidad y el progreso, me han proporcionado, a lo largo de los años, una perspectiva clara de cómo proceder en varias situaciones de trabajo difíciles. Uno de ellos, por ejemplo, incluyó un proyecto de varios años que dependía en gran medida de la unidad entre un gran número de personas que tenían algunos puntos de vista fuertes y discrepantes relacionados con el proyecto. Me sentí tentado a impresionarme por la evidente división, pero durante un período de varios meses, fui alcanzando poco a poco la convicción de que la unidad y el amor que Dios da estaban presentes y no podían ser encubiertos ni vencidos. Fue muy aleccionador ver cómo cedían la crítica, la justificación propia y la desconfianza, y surgía la tan necesaria unidad. Ninguno de lo que trabajábamos en esta iniciativa tenía el poder personal para unificar el pensamiento. ¡Pero el Amor divino sí lo tenía!
No debemos aceptar jamás un sentimiento de impotencia ante la estridente desunión. Hay poder y alegría cuando nos sentimos seguros de que es natural para nosotros espiritualizar nuestra vida como sea necesario, ser gobernados por una Mente infinita y ser testigos del poder unificador del Amor divino. Ya sea en nuestros propios hogares y comunidades o en los rincones más conflictivos e intransigentes divisiones del mundo, podemos esperar ver, al menos hasta cierto punto, un camino hacia la curación y la unidad en la demostración del Amor reflejado. A medida que nuestra indiferencia individual, desconfianza en los demás, temor y justificación propia ceden a la influencia del Cristo, demostramos más claramente nuestra propia unidad con el Amor divino. Todos podemos descubrir más plenamente el poder de la compasión, el perdón, la humildad y la confianza. Esto, a su vez, nos permite orar y apoyar de manera más eficaz la demostración colectiva de la armonía y cooperación mundiales.
Tales transformaciones de pensamiento no son exclusivas de ninguna edad, género, raza, etnia, nacionalidad, religión u otra supuesta categoría de humanidad en particular. A medida que aceptamos individualmente los atributos unificadores del Amor divino como propios, y al mismo tiempo universales, estamos ayudando a asegurar el progreso de la humanidad.