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Reunidos juntos en la Iglesia, sin limitaciones

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 1º de febrero de 2021


Ya sea que nos demos cuenta o no, la Iglesia nos está sanando. Más que un edificio o un cuerpo de personas, la idea de la Iglesia verdadera está fundada en la bondad y el amor transformador de Dios, y lo incluye todo, abraza a todos en todas partes.

Ten en cuenta que la gente del mundo tiene gran número de rostros individuales. La Iglesia también puede tener muchos “rostros” y manifestaciones. Una iglesia ciertamente puede ser un grupo de personas comprometidas con el amor común de Dios que disfrutan reunirse en persona para compartir su crecimiento espiritual, explorar la inspiración divina y apoyarse mutuamente. Jesús describió dicha iglesia de esta manera: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). 

Si bien, los edificios de la iglesia, y los miembros organizados para trabajar juntos con eficiencia al servicio de Dios y la humanidad, ciertamente siguen siendo extremadamente pertinentes, ¿existen otros enfoques para reunirse en el nombre de Cristo? Últimamente, las personas se han estado congregando en reuniones de la iglesia en línea, sintiéndose fácilmente fortalecidas e inspiradas por el Cristo, la Verdad, que brilla con tanto resplandor “en medio de ellos”. Un servicio religioso o reunión de testimonios, una conferencia o clase de la Escuela Dominical, un canto de himnos o podcast en vivo en línea pueden representar toda la sustancia y el espíritu de cualquier reunión en persona.

Pero la iglesia también puede ser una actividad mucho menos formal. En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, define con perspicacia la Iglesia de este modo: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él. 

“La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos” (pág. 583).

Puesto que la estructura espiritual del Amor, Principio y Verdad infinitos (sinónimos de Dios basados en la Biblia) no tiene límite, nadie está jamás fuera de la Iglesia, de la presencia sanadora y reconfortante de Dios.

Nadie está jamás fuera de la Iglesia, de la presencia sanadora y reconfortante de Dios.

Imagínate que caminabas por una calle o estabas de compras en una tienda, y reconociste el amor y la bondad de Dios en alguien. Tal vez hasta hablaron por un momento, regocijándose en la presencia de Dios. ¿Eso contaría como iglesia? Recuerda los criterios de Jesús: “donde están dos o tres congregados en mi nombre”.

Si el encuentro está definido por el poder, la inteligencia y la presencia de Dios que los envuelve a ambos, entonces es más que un agradable intercambio de cordialidad humana. Y sí, puede contar como iglesia. Como resultado de este tipo de encuentro puede producirse un cambio de actitud, que sana y transforma. 

Aprecio mucho uno de esos intercambios que tuve en un concurrido aeropuerto. Estaba subiendo en un ascensor lleno de gente, cuando noté que la persona apretujada junto a mí palidecía y susurraba: “Claustrofobia”. Cuando las puertas se cerraron, tomé su mano y le susurré: “Estoy orando por ti”. Cuando llegamos a nuestro piso y era el momento de salir, se veía feliz. Le pregunté: “¿Te sientes mejor?”. “Mucho mejor”, dijo, con una sonrisa.

¿Contó eso como iglesia? Sí: “La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, …” La Iglesia probó su utilidad para ambos porque nos sentimos muy fortalecidos por lo que Dios provee para todos.

No queremos perder las oportunidades de estar en la iglesia, como lo hicieron los discípulos de Jesús cuando todos caminaban en medio de una densa multitud (véase Lucas 8:43–48). Al sentir el anhelo de alguien que necesitaba su oración, Jesús sorprendió a sus discípulos al preguntar: “¿Quién es el que me ha tocado?”. Entonces Jesús sanó rápida y permanentemente a una mujer que había estado sangrando durante años. “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”.

Puesto que Jesús estaba completamente en sintonía con la presencia amorosa de Dios y listo para servir a los demás, no se perdió el silencioso pedido de ayuda de la mujer. Eso es ciertamente la iglesia en acción, “despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”.

Ya sea que “dos o tres [estén] congregados” en un ascensor, una tienda, un parque, un edificio, por teléfono o en línea, es útil reconocer que nuestro crecimiento espiritual individual es un aspecto muy importante de la iglesia. En nuestros viajes espirituales, descubrimos formas nuevas y más profundas, amorosas y pacientes, de ser más semejantes a Dios. Una persona quizás asista a la iglesia para ser sanada, para ser liberada del temor, para ayudar a un amigo o familiar, o, tal vez incluso sin darse cuenta, para ser sanada de un pecado. El último puede requerir más paciencia y amor por parte de los miembros. 

Digamos que alguien en el grupo es ocasionalmente tan crítico que aleja a los demás de la iglesia. La crítica no solicitada no genera afecto dentro de la iglesia más que fuera de ella. Pero la Iglesia no es una reunión social precaria. Podemos confiar en la fortaleza espiritual de la Verdad y el Amor en acción no solo para sanar, sino también para reformar. El gran poder sanador del Cristo está detrás de cada reunión de la iglesia, porque “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Sí, allí en medio de la crítica y opinión destructivos —o de la enfermedad, la escasez, el miedo o la tristeza— el poder purificador del Cristo, la Verdad, está en operación. Nuestra oración puede reconocer este poder, responder a él y pacientemente permitirle hacer su trabajo transformador que eleva el pensamiento por encima de las características pecaminosas y sana la enfermedad.

“Reúneme el pueblo para que yo les haga oír mis palabras”, dice la Biblia (Deuteronomio 4:10, LBLA). Podemos estar humildemente agradecidos porque la Iglesia —la estructura y la acción de la Verdad y el Amor presente en todas partes— en cualquier forma que asuma y dondequiera que la encontremos, ciertamente nos está sanando.

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