Cuando mi familia y yo estábamos visitando a la familia de mi prometida en otro estado, me apareció un doloroso bulto en la pierna que me impedía caminar. Me quedé en la cama durante un par de días, orando y leyendo la Biblia y la literatura de la Ciencia Cristiana.
Al tercer día, llegó el momento de regresar a casa, y me hicieron un lugar cómodo en la parte trasera del automóvil para que pudiera acostarme. Recuerdo que me estremecía con cada bache en el camino. Sin embargo, pude orar con algunas verdades espirituales que me habían enseñado en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y mis padres; entre ellas, esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La comprensión a la manera de Cristo del ser científico y de la curación divina incluye un Principio perfecto e idea perfecta —Dios perfecto y hombre perfecto— como base del pensamiento y la demostración” (Mary Baker Eddy, pág. 259).
La frase “Dios perfecto y hombre perfecto” me llamó la atención. Al pensar en el Dios perfecto, me vino la idea de imaginar una gigantesca esfera blanca que brillaba con la luz del Amor divino. Entonces reflexioné sobre el hombre perfecto como la expresión de Dios, hecho de esta misma luz pura y uno con ella. Pensé que había comprendido este concepto de Dios y del hombre. Pero ¿dónde estaba yo en todo esto? “Oh”, pensé, “yo soy el observador que mira toda esta hermosa cosa blanca y brillante”.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!