Mi carrera en el campo de la protección ambiental incluyó conducir a través de grandes distancias. Conduje no solo en los Estados Unidos, sino también en las numerosas naciones a las que viajé. Por haber estudiado la Ciencia Cristiana toda mi vida, siempre oré para saber que Dios, la Verdad divina, era mi defensa. Mi estudio de la Verdad fue una guía y protección, no solo para mí, sino también para otros viajeros.
Lo que considero que ha sido uno de los pensamientos protectores más pertinentes para mí a lo largo de los años es la siguiente cita de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, de Mary Baker Eddy: “La historia del cristianismo proporciona pruebas sublimes de la influencia sostenedora y del poder protector otorgados al hombre por su Padre celestial, la Mente omnipotente, que da al hombre fe y entendimiento con los cuales defenderse, no sólo de la tentación, sino también del sufrimiento corporal” (pág. 387). Y la Biblia tiene palabras muy útiles y reconfortantes, tales como: “¿No te lo he ordenado yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9, LBLA). Tales declaraciones potentes ocuparon un lugar prominente en mi pensamiento desde el momento en que aprendí a conducir.
Una mañana, mientras mi esposa y yo estábamos en Alemania, enfrenté uno de mis desafíos de conducción más difíciles. Estábamos en una zona remota y nevada, cuando el coche resbaló en una curva cerrada y las dos ruedas delanteras quedaron colgando sobre un barranco empinado junto a la carretera. No había visto otros vehículos durante mucho rato antes de este incidente. Oré de inmediato para aceptar la verdad de que Dios protege a todos Sus hijos, independientemente de la situación y de lo desalentadoras que parezcan las circunstancias. Me negué a permitir que el miedo o la duda perturbaran mi pensamiento. Mi esposa también estaba orando.
