Hace poco, comencé a asistir a la iglesia nuevamente después de estar apartado de ella durante varios años. No es que viviera lejos de una iglesia de la Ciencia Cristiana; hay una a poca distancia de mi casa. Pero bien podría haber estado a un millón de kilómetros de distancia. Esta es la historia de cómo encontré mi camino de regreso.
Me crie en la Ciencia Cristiana, pero con el tiempo terminé siguiendo mi propio camino. Sin embargo, cuando tenía veintitantos años y la vida no iba exactamente como estaba planeada y enfrentaba enormes desafíos físicos, necesitaba saber que había un Dios que es el Amor infinito y que sana todas nuestras enfermedades (véase Salmos 103:2, 3), el Dios del que había aprendido en la Escuela Dominical. Como resultado, volví a familiarizarme con la Ciencia Cristiana y muy pronto se convirtió en lo más importante de mi vida, un faro, la “perla de gran precio”.
No obstante, lentamente, a lo largo de muchos años, ese faro comenzó a atenuarse. La inspiración no llegaba tan fácilmente. Leer la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana se convirtió en un deber. No importaba cuánto orara o estudiara, sentía que no estaba progresando y, de hecho, me estaba moviendo en la dirección equivocada.