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Cómo encontré mi camino de regreso a la Ciencia Cristiana

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 31 de julio de 2025


Hace poco, comencé a asistir a la iglesia nuevamente después de estar apartado de ella durante varios años. No es que viviera lejos de una iglesia de la Ciencia Cristiana; hay una a poca distancia de mi casa. Pero bien podría haber estado a un millón de kilómetros de distancia. Esta es la historia de cómo encontré mi camino de regreso.

Me crie en la Ciencia Cristiana, pero con el tiempo terminé siguiendo mi propio camino. Sin embargo, cuando tenía veintitantos años y la vida no iba exactamente como estaba planeada y enfrentaba enormes desafíos físicos, necesitaba saber que había un Dios que es el Amor infinito y que sana todas nuestras enfermedades (véase Salmos 103:2, 3), el Dios del que había aprendido en la Escuela Dominical. Como resultado, volví a familiarizarme con la Ciencia Cristiana y muy pronto se convirtió en lo más importante de mi vida, un faro, la “perla de gran precio”. 

No obstante, lentamente, a lo largo de muchos años, ese faro comenzó a atenuarse. La inspiración no llegaba tan fácilmente. Leer la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana se convirtió en un deber. No importaba cuánto orara o estudiara, sentía que no estaba progresando y, de hecho, me estaba moviendo en la dirección equivocada.

En ese momento parecía como una evolución natural de mi pensamiento, que tal vez la Ciencia Cristiana no era para mí. En retrospectiva, lo veo como no estar alerta a lo que Mary Baker Eddy llama “sugestión mental agresiva” (Manual de la Iglesia, pág. 42): pensamientos malvados e impíos disfrazados de nuestro propio pensamiento. Y el problema de no lidiar con eso en ese momento fue que las cosas empeoraron. Hace unos años, todo lo que sabía sobre la Ciencia Cristiana me abandonó. Dejé de asistir a la iglesia porque nada de eso tenía sentido. Junto con esto, perdí la alegría que había caracterizado mi vida.

La única oración que podía recordar durante este tiempo, si es que se le puede llamar así, fue: “Necesito encontrar mi camino de regreso”. Pero no sabía cómo, ni siquiera si podía. Sabía que no podía salvarme a mí mismo. Lo había intentado y había fracasado estrepitosamente.

Luego, unos días antes de las vacaciones de Acción de Gracias, recibí una noticia personal difícil que fue como tocar fondo. Sin embargo, inmediatamente después la oscuridad se rompió. Un mensaje de Dios me dijo que fuera al servicio del Día de Acción de Gracias en mi filial local de la Iglesia de Cristo, Científico. Al principio me resistí, al no querer enfrentar lo que parecería ser la humillación de atravesar las puertas de esa iglesia después de tantos años de ausencia. Pero pensé en Naamán, un individuo en la Biblia que fue sanado al ceder a una demanda simple pero no deseada (véase 2.° Reyes 5), y fui al servicio. Si bien puede no parecer mucho, fue una lección de humildad y rompió el hechizo de confusión bajo el que estaba.

Durante los días siguientes todo cambió. Toda la oscuridad de los años anteriores fue eliminada. Un día estaba viviendo “entre los sepulcros”, al siguiente estaba “vestido” y en mi “sano juicio” (véase Marcos 5). En Mateo, Jesús habla de dos hombres en el campo, uno que fue tomado, mientras que el otro fue dejado atrás (24:40). Eso es lo que sentía, como si una versión falsa de mí hubiera sido eliminada de la consciencia y lo único que quedaba era el “nuevo hombre” —el hombre puramente espiritual de la creación de Dios— del que habla el apóstol Pablo en Efesios 4:24.  

A partir de ese día me liberé de los dolores de cabeza debilitantes que me habían atormentado durante más de veinte años. Había intentado muchas veces dejar una adicción agresiva al café, pero ahora estaba completamente libre de ella sin ningún esfuerzo. Sané de un dolor de espalda crónico. Fui sanado de un caso de escalofríos con solo leer la Biblia. Aprendí más acerca de la Ciencia Cristiana en el corto tiempo después de este despertar que en los treinta años anteriores.

Esto es lo que aprendí: Primero, que la malapráctica mental, de la que nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos instruye proteger nuestros pensamientos (véase La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 130), no es una pintoresca reliquia del siglo XIX de una época más simple. Aunque en última instancia es irreal, la creencia del mal quiere confundirnos y desmoralizarnos y destronar nuestra fe en Dios. Puede ser muy sutil; la cizaña (falsas creencias) puede parecerse al trigo (verdaderas ideas de Dios; véase Mateo 13:24-30). Tenemos que estar alerta.

La otra cosa de la que me di cuenta fue que realmente no había comprendido la Ciencia Cristiana. Había tomado clase de instrucción de la Ciencia Cristiana. Había leído la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por la Sra. Eddy varias veces. Había estudiado la Lección Bíblica con regularidad. Lo único que quería era conocer a Dios. Pero no estoy seguro de haberlo comprendido realmente. Pablo escribe en Efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (2:8, 9).

Eso es lo que nunca entendí: que la salvación viene a través de la gracia de Dios. Durante años pensé que, si leía más o estudiaba más, me abriría el camino hacia el cielo. Francamente, era agotador. Esta experiencia me mostró que es solo por medio de la gracia de Dios —Su amor infinito que es nuestro libremente— que somos redimidos. La gracia de Dios me vino como un regalo porque durante mucho tiempo no sentí que la merecía.

Al pensar en lo que sucedió, puedo ver que Dios nunca se dio por vencido conmigo. Ni las espinas ni las aves pudieron robarme mi herencia espiritual, la buena semilla que Dios planta en nosotros a través de Su gracia, siempre lista para volver a la vida.

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