En el mundo de hoy, la ansiedad y el temor parecen dominar los titulares. Algunos lo han calificado como una “epidemia de miedo”. Pero vivir en un estado de miedo no es realmente vivir. Cristo Jesús dijo a sus seguidores: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Para experimentar esta vida abundante, necesitamos conocer y confiar en Dios como el Amor divino.
La ansiedad nos inquietaría y perturbaría nuestra paz, pero no tiene ninguna base legítima. La verdad de la creación espiritual de Dios es que, desde el comienzo, el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y su creador le dio dominio sobre toda la tierra. Esto incluye el dominio sobre los estados terrenales de pensamiento tales como el pecado, el miedo y la enfermedad.
El dominio está entretejido en la trama misma de la existencia del hombre. Los pronósticos médicos nefastos, el dolor y el sufrimiento, el envejecimiento y el deterioro son creencias mundiales que sugestionan agresivamente la conciencia humana. Al no tener ninguna base en la Verdad o en la ley del Amor divino, no tienen ningún poder o capacidad derivados para imponerse sobre nosotros o socavar nuestra confianza en Dios.
A la luz de estos hechos espirituales, no hay nada que temer. Si Dios, el bien, es Todo-en-todo, entonces el mal no es más que una falsa creencia; un falso sentido material de la existencia. No es un poder, ni una presencia, ni una inteligencia. Tenemos todo el derecho de disputar vigorosamente las impotentes pretensiones del mal, al que Jesús llamó “mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). En este esfuerzo, el Cristo, la verdadera idea de Dios, es la roca sobre la que estamos situados, la fortaleza en la que moramos, el soporte en el que nos apoyamos, nuestro santuario y refugio de paz.
¿Pueden las creencias equivocadas del mundo despojar a los hijos de Dios de Su don de dominio? ¿Ha retirado nuestro Padre Su bendición original? No. Que quede claro: La sugestión de que el hombre podría perder su fuerza, capacidad, movilidad, claridad o cualquier otra buena cualidad debido a una lesión, enfermedad o el paso del tiempo es pura ficción; una invención de la mente carnal. La Vida, Dios, es fresca y nueva a cada momento, y también lo es Su expresión, el hombre. Por ser hijos de Dios, el Amor, tenemos permiso divino para negar cualquier pretensión espuria y vivir la vida abundante que el Amor divino nos da.
Al confiar en que la existencia es totalmente espiritual —no confinada en la materia— reflejamos la Vida intemporal y eterna que es Dios. Conocemos y podemos experimentar la vida animada por el Espíritu, llena de vitalidad, inspiración, esperanza y alegría.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe con aguda percepción sobre el poderoso ángel descrito en Apocalipsis 10, que “puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra” (versículo 2). Y sus palabras proporcionan una poderosa instrucción sobre cómo lidiar con el temor.
Ella escribe que el pie derecho del ángel simboliza el poder dominante de la Ciencia divina, que el ángel ejercía sobre “el error elemental y latente, el origen de todas las formas visibles del error” (pág. 559). En otras palabras, el ángel puso su pie sobre el mal que no se ve a través de los cinco sentidos, sino que es la causa aparente de todo pecado, enfermedad y muerte visibles. La Sra. Eddy entonces escribe: “El pie izquierdo del ángel estaba sobre la tierra; esto es, un poder secundario era ejercido sobre el error visible y el pecado audible”. Estas explicaciones muestran que es la corriente subterránea del pensamiento la que necesita ser sanada, no simplemente lo que aparece en la superficie, objetivado como materia.
¿Qué elemento latente (existente, pero aún no desarrollado) del pensamiento mortal es la fuente de todas las formas visibles del error? Ciencia y Salud nos dice: “La causa promotora y el fundamento de toda enfermedad es el temor, la ignorancia o el pecado” (pág. 411), y además afirma: “Cuando desaparece el temor, el fundamento de la enfermedad [se] desvanece” (pág. 368).
En esencia, el miedo no es más que la expectativa del mal. Como ideas amadas e individuales de Dios, la Mente infinita, como Su linaje, no estamos obligados a ceder al miedo, ni a sufrir bajo sus ilusiones.
La solución a un clima de miedo es orar con la convicción de que cada hijo del cielo está absolutamente envuelto en el perfecto amor de Dios que echa fuera el temor. La New Life Version de la Biblia interpreta Primera de Juan 4:18 de esta manera: “En el amor no hay temor. El amor perfecto quita el miedo de nuestros corazones”.
En la totalidad del Amor omnipresente, nuestro Padre-Madre, el hombre está seguro. No tiene ansiedad, ni inquietud, ni miedo. Su vida no es precaria, sino que está arraigada y cimentada en el Amor. Por lo tanto, está llena de la paz de Dios y de una gozosa expectativa del bien, cualesquiera sean las circunstancias.
Para ilustrar esto: Hace años tuve que conducir, con nuestros dos hijos pequeños, más de tres mil seiscientos kilómetros para encontrar un nuevo hogar para nuestra familia, ya que mi esposo se estaba capacitando para un nuevo trabajo. Antes de viajar, les dije a los niños que, sin importar dónde estuviéramos, estaríamos en casa, porque Dios estaría allí con nosotros.
Cuando nos pusimos en camino, al orar me aferré a este versículo de la Biblia: “Contigo estoy para librarte —declara el Señor” (Jeremías 1:8, LBLA). Lo tomé de una manera inusual, como si significara que Dios nos llevaría, al igual que un cartero lleva una carta exactamente al lugar correcto. Y estaba segura de que Dios nos acompañaría a los niños y a mí a cada paso del camino.
A medida que viajábamos, oraba para aumentar mi confianza en Dios y para estar más persistentemente consciente de Su presencia. Estas oraciones momento a momento me ayudaron a calmar mi ansiedad.
A la tercera mañana, la lluvia se convirtió en nieve. Pronto estábamos conduciendo en medio de una enceguecedora tormenta de nieve. Al doblar una curva de la montaña, vi un camión grande que derrapaba hacia los lados y se deslizaba montaña abajo hacia nosotros. Traté de llevar nuestro automóvil hasta el borde de la carretera para evitar el remolque del camión, pero no tenía el control, y nuestro automóvil comenzó a deslizarse hacia el borde, que caía por un acantilado.
Lo que sucedió después es una prueba absoluta del poder y el amor de nuestro Padre. Reconocí la presencia de Dios y supe que Él tenía el control. Sin ningún esfuerzo de mi parte, fuimos acomodados suavemente junto a una casa rodante estacionada al costado de la carretera. Cuando todo estuvo en calma, les recordé a los niños que Dios estaba allí con nosotros. Hay algo más en esta historia, pero la conclusión es que yo sabía que nuestro Padre estaba presente y que todo estaría bien, y así fue.
A través de esta aventura, aprendí a confiar genuinamente cada detalle a Dios. Fuimos confortados, preservados y protegidos de muchas maneras. Al orar en espera del bien a medida que transcurría cada hora, descubrimos que nuestros pensamientos llenos de ansiedad se habían acallado. Sabía que ni los niños ni yo podíamos estar separados del amor de Dios, que está en todas partes.
La Sra. Eddy escribe: “Recuerda, no puedes ser llevado a ninguna circunstancia, por más grave que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú y en la que su tierna lección no te esté esperando” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 149-150). La tierna lección de la Madre Amor, que nuestra aventura ilustró, es que Dios nos ha dado dominio; y esto incluye dominio sobre el miedo. Cada uno de los hijos de Dios está protegido, seguro, confortado, sostenido en los brazos del Amor paternal y maternal.