He sido miembro de Primera Iglesia de Cristo, Científico, Bogotá, durante varios años. La primera vez que supe de la Ciencia Cristiana fue gracias a un amigo que es miembro de la iglesia. Familiarizarme con la Ciencia Cristiana ha sido de gran valor para mí, y a lo largo de este tiempo he tenido muchas demostraciones del amor de Dios.
Una me pasó hace unos meses cuando estaba trabajando desde casa. Comencé a tener un dolor muy fuerte en el estómago que duró casi dos días. Empecé con la oración, pero como que estaba demasiado abrumada y agobiada por el dolor, y no lograba centrar el pensamiento para orar.
Tengo un bebé pequeño y mi madre me ayuda a cuidarlo. Cuando mi mamá y mi esposo, que no son Científicos Cristianos, me vieron tan mal, me dijeron que fuera al médico. A ellos les parecía que no estaba haciendo nada para sentirme mejor.
Llamé al amigo que me había dado a conocer la Ciencia Cristiana, y él me animó a tranquilizar mi pensamiento y a tomar con calma la decisión de ir al médico o no. Yo tenía mucho miedo respecto a cuál podría ser la condición.
Mi amigo habló con otro miembro de nuestra iglesia y ella me sugirió que mirara la definición de hombre en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy. Dice así: “La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espirituales de Dios; la representación plena de la Mente” (pág. 591).
También recuerdo algo más que tuvo un gran impacto en mí. Era la idea de que ni en la Vida hay dolor, ni en el dolor hay vida. Ese pensamiento fue como un bálsamo para mí; fue tan profundo que en tres minutos el dolor desapareció por completo. Fue muy satisfactorio, una experiencia muy inspiradora.
Después de unos 15 minutos, mi esposo sugirió que fuéramos a una clínica. Le dije: “No, no necesito ir a la clínica ni al médico ni nada. Me siento perfectamente bien”. Me preguntó: “¿Pero qué te pasó? ¿Qué hiciste?”. Le dije que había orado con el apoyo de un miembro de la iglesia, y que un pensamiento poderoso me permitió percibir el amor de Dios en ese mismo momento. Tanto él como mi madre se quedaron tranquilos de verme bien.
Fue realmente maravilloso. Y ahora, cuando a veces empiezo a tener una creencia de dolor, como un dolor de cabeza, un dolor de muelas, o algo así, vuelvo a esa verdad inspiradora de que ni en la vida hay dolor, ni en el dolor hay vida, y eso me ayuda mucho a poner nuevamente mi pensamiento en la verdad.
Carol Prieto
Bogotá, Colombia
