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El despertar del ciruelo, y el mío

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 29 de octubre de 2025

Original en español


“El reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:21 KJV). Estas palabras de Cristo Jesús están tan constantemente en mis pensamientos que me he preguntado por qué la frase es tan recurrente. A menudo he pensado: “¿Hay algo que debo aprender? Sé que, sin Dios nada soy. Sé que soy Su reflejo. Expreso cualidades divinas”. No obstante, sentí que necesitaba prestarle más atención a esa frase de la Biblia.

Diariamente, año tras año, me siento a la hora del almuerzo en el mismo lugar, frente a un gran ventanal que da al jardín. Disfruto contemplando la belleza de las plantas, las diferentes tonalidades de colores, los diferentes arbustos, el verdor de las hojas. A través de la ventana puedo ver un enorme ciruelo. En la primavera, al principio solo se observan pequeños brotes y diminutas hojas verdes, pero luego se cubre de hermosas flores blancas. Cada flor tiene cinco pétalos, todos del mismo tamaño y dispuestos armoniosamente. Me deleito en el hermoso proceso de desarrollo y crecimiento del árbol. A veces le saco fotos y las comparto con algunas personas.

Un día, al ver su belleza, recordé parte de un poema sobre el desarrollo de una planta, que solía enseñar a los niños pequeños. Dice así:

 

Oculta en el corazón

de una pequeña semilla

      bajo la tierra una planta

en profunda paz dormía.

 

¡Despierta! dijo el calor.

¡Despierta! - la lluvia fría.

La planta oyó la llamada,

y quiso ver qué ocurría.

 

Se puso un vestido verde

y estiró el cuerpo hacia arriba.

De toda planta que nace,

ésta es la historia sencilla.

   (Manuel F. Juncos, “Historia de una semilla”)

Al pensar en este poema, sentí una gran alegría: me dio una nueva comprensión de esa frase de la Biblia que seguía viniendo a mi pensamiento. Así como la vida está ahí dentro de la planta y hace que su belleza brille, el reino de Dios se manifiesta en mí y en todos —no físicamente, sino espiritualmente— y sus cualidades de belleza y armonía se expresan a través de nosotros.

Además, comprendí que cuando escucho con mi corazón, veo la expresión de Dios en todas partes. Y naturalmente soy guiada a saber lo que tengo que hacer, o dejar de hacer, para que el Cristo, la expresión de la Vida divina que está dentro de mí, pueda aparecer. ¡Qué maravillosa es la naturaleza, como expresión de Dios, el Amor, y cómo nos enseña! Al estar más atentos y expectantes, podemos ver la manifestación divina en todas partes.

En la Ciencia Cristiana debemos orar sin cesar. Al ser centinelas de nuestros pensamientos, nos volvemos más alertas y expectantes para escuchar ideas divinas, que nos permiten dar testimonio de nuestra unidad con Dios. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Deberíamos examinarnos para saber cuáles son los afectos y propósitos del corazón, porque sólo de este modo podemos saber lo que honestamente somos” (pág. 8).

Este trabajo de darse cuenta y sentir con el corazón, con inspiración, para remediar errores de mi comportamiento diario y mi relación con las otras personas, ha dado sus frutos. Comprendo más que el reino de Dios está aquí dentro de mí. Simplemente no había sido tan consciente de ello cuando no quería escuchar.

Ahora, cada vez que leo o repito un himno, un versículo de la Biblia o un pasaje de los escritos de la Ciencia Cristiana, me esfuerzo por sentir y reflejar el significado con todo mi corazón y con humildad, y las ideas se vuelven más claras. Me regocijo por los pensamientos divinos que me llegan. Me siento más feliz, agradecida por mi familia, mis amigos y todo lo que me rodea. Mi casa está más ordenada. Miro y reorganizo los espacios, tratando de que todo sea más armonioso. Un amigo vino un día y me comentó que mi casa está cada día más bonita. Siento que mis hijos son más cariñosos conmigo y estamos más unidos.

Mis necesidades están satisfechas, y doy gracias a Dios, al Amor divino, diariamente por esta transformación de mi pensamiento. Como dice Ciencia y Salud: “El Amor divino corrige y gobierna al hombre” (pág. 6). Y “El amor enriquece nuestra naturaleza, en­grandeciéndola, purificándola y elevándola” (pág. 57).  

Cada vez que riego mi jardín, observo sus diferentes árboles frutales, la variedad de plantas y sus muchas flores. ¡Es maravilloso! Es un recordatorio de que todo crece armoniosamente cuando somos más conscientes de la expresión de Dios.

El florecimiento del ciruelo me ayudó a darme cuenta de que, dentro de mí, dentro de mi corazón, hay una buena armonía divina. Solo necesito estar vigilante y estar más consciente de esta verdad, orando diariamente para comprender más del reino de Dios dentro de cada uno de nosotros.

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