Mi abuela se dedicó a la pintura al óleo cuando tenía sesenta años. Era una alegría ver cómo sus talentos artísticos tomaban forma en sus pinturas. Una de ellas era particularmente intrigante. Su profesor de arte le había entregado una foto en blanco y negro de un molino en invierno. Dijo que él y ella cada uno pintaría la foto, pero ninguno consultaría al otro ni le mostraría su pintura antes de que estuviera terminada.
Lo intrigante es lo siguiente: Cuando compararon sus pinturas completadas, había una gran diferencia entre las dos. Su maestro había pintado un oscuro y tormentoso día de invierno. El arroyo junto al molino parecía congelado, y el molino mismo, aparentemente necesitado de mantenimiento, estaba rodeado de pesados amontonamientos de nieve. El cielo era premonitorio, y una rama grande de un árbol viejo y escarpado se inclinaba precariamente hacia el molino.
En marcado contraste, mi abuela había elegido una paleta de colores pastel y presentaba una escena invernal mucho más brillante. Pintó un cielo impregnado de nubes tenues, insinuando los restos de una tormenta que pasó hace mucho tiempo. El arroyo helado junto al molino, bordeado por orillas nevadas, reflejaba la extensión azul de arriba. Un árbol estéril cercano estaba lleno de ramas de aspecto saludable a la espera de que el deshielo de la primavera produjera sus brotes, y el molino, aunque cargado de nieve, parecía estar bien mantenido y listo para la operación estival.